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Un lógico complutense: el baezano Miguel de la Trinidad

La Lógica o Dialéctica (1624): Primer tomo -del Curso Complutense-, compuesto por Miguel de la Trinidad

La Lógica o Dialéctica (1624): Primer tomo -del Curso Complutense-, compuesto por Miguel de la Trinidad

Me permito poner a disposición de mis lectores la semblanza biográfica de un intelectual baezano del siglo XVII, cuya figura es conocida por muy pocos. En cambio, su obra de Lógica (Dialéctica) es famosa. Se trata de Miguel de Arjona y Molina, nacido el año 1588. Sus padres fueron Luis de Arjona y Benita de Molina, los cuales tuvieron varios hijos.

Miguel despuntó con “gallardo entendimiento” –según dicen sus biógrafos– y con buen temple religioso. En 1605, a la edad de 17 años, y tras las huellas de San Juan de la Cruz en Baeza, entró en los Carmelitas Descalzos; realizó su noviciado en Granada, tomando el nombre de Miguel de la Santísima Trinidad.

 

Años de formación y docencia

Tras formarse en los cursos filosóficos y teológicos (1606-1612), fue nombrado profesor de varios centros de la región andaluza.

De 1615 a 1618 enseñó Artes en Baeza, dando clases principal­mente de Lógica y Ontología (Teoría de las Categorías). Y allí mis­mo, en Baeza, asumió la Cátedra de Teología desde 1618 a 1628, formando varias generaciones de jóvenes. Estuvo enseñando en los Colegios de la Orden trece años, siempre bajo la inspiración doctri­nal de Aristóteles y Santo Tomás.

Dada la notoriedad de su talento, fue llamado por sus superiores a redactar un Curso Filosófico completo, en latín, con otros profe­sores que enseñaban en la Universidad de Alcalá. La obra completa, en cuatro tomos, se llamaría “Curso Complutense”, que llegaría a tener resonancia internacional.

Miguel redactó el primer tomo (Lógica o Dialéctica), que salió de las prensas el año 1624, teniendo el autor 36 años. En los años siguientes se publicaron los tomos segundo, tercero y cuarto, cuyos autores fueron Juan de los Santos (Comentarios a la Física) y An­tonio de la Madre de Dios (Comentarios a la Psicología).

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La obra lógica de Miguel Arjona

La Lógica de Miguel, de 866 páginas (formato en cuarto menor), contenía ocho partes: viene a ser una “enciclopedia” de las cuestiones lógicas fundamentales, en disputa con las corrientes paralelas de Suárez y Escoto. Salió editada por vez primera –como he dicho– en Alcalá (1624); tuvo otra edición en Madrid (1627), otra en París (1628), otras en Frankfurt (1629, 1636) y Viena (1629), otra en Barcelona (1635), otras tres en Lyon (1637, 1651, 1668); posiblemente haya más ediciones. En general fue aceptada en Europa con gran aplauso universitario; y se implantó como texto en varias Universidades (muy sonada fue la de Salamanca) y Colegios de Órdenes Religiosas (Oratorianos, Jerónimos, Premonstratenses, Dominicos): en España fue libro de referencia, hasta la exclaus­tración de 1835. Continuar leyendo

La riqueza filosófica de las Escuelas Españolas del Siglo de Oro

Fachada principal de la Universidad de Salamanca (s. XVI): “Rana encima de una calavera”. Terminando el primer cuerpo de la fachada, en la pilastra de la derecha hay labradas a modo de capitel tres calaveras: las de los tres hijos de los monarcas, infantes que fallecieron antes de la construcción de la fachada (Isabel, María y Juan); la que está en la izquierda simboliza al príncipe Juan y porta encima una rana que simboliza al médico que no pudo salvar la vida del heredero. Con mucha frecuencia los visitantes pierden mucho tiempo buscando ese ornamento, pasando por alto la asombrosa riqueza estética de todo el monumento. El caudal especulativo de la Escuela de Salamanca está representado por el todo arquitectónico; quedarse en un detalle, interpretando el todo por la parte, es un modo de desenfocar u olvidar la opulencia sapiencial de esta Escuela. Decía Unamuno: “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.

Fachada principal de la Universidad de Salamanca (s. XVI): “Rana encima de una calavera”. Terminando el primer cuerpo de la fachada, en la pilastra de la derecha hay labradas a modo de capitel tres calaveras: las de los tres hijos de los monarcas, infantes que fallecieron antes de la construcción de la fachada (Isabel, María y Juan); la que está en la izquierda simboliza al príncipe Juan y porta encima una rana que simboliza al médico que no pudo salvar la vida del heredero. Con mucha frecuencia los visitantes pierden mucho tiempo buscando ese ornamento, pasando por alto la asombrosa riqueza estética de todo el monumento. El caudal especulativo de la Escuela de Salamanca está representado por el todo arquitectónico; quedarse en un detalle, interpretando el todo por la parte, es un modo de desenfocar u olvidar la opulencia sapiencial de esta Escuela. Decía Unamuno: “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.

1.    PRESENTACIÓN

 

El Proyecto de investigación que durante una larga década (1998-2011) he dirigido en la Universidad de Navarra sobre las Escuelas Españolas del Siglo de Oro[1], en los siglos XVI y XVII, pretendía estudiar y dar a conocer aquellas categorías filosóficas que, presentes en la actualidad, fueron ya discutidas y profundizadas interdisciplinar­mente por esas Escuelas con un rigor altamente sis­tematizado y vanguardista: especialmente asentadas tanto en la Universidad de Salamanca (con Vitoria, Soto, Medina, entre otros muchos), como en la Universidad de Coimbra (con Molina y Suárez, entre otros muchos). De alguna manera, otras instituciones universitarias españolas, como la de Alcalá, fueron inspiradas por aquellos pensadores.

En todo su desenvolvimiento histórico es preciso destacar el influjo del fundador de la Es­cuela de Salamanca, Francisco de Vitoria, quien se caracterizó por la modernidad de algunos de sus planteamientos, los cuales, con el descubrimiento del Nuevo Mundo, dieron origen, por ejemplo, a la revisión de  básicas ideas antropológicas y jurídi­cas antiguas, transformando la conciencia política de Europa, supe­rando en muchos aspectos la mentalidad medieval y proponiendo un cuadro de derechos y deberes del hombre, como ser individual y social, en toda clase de pueblos, dentro de una comunidad univer­sal («totus orbis»). El Siglo de Oro español quedó animado por el espíritu de Vitoria.

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