Pinturas rupestres prehistóricas de las cuevas de Lascaux (Francia): datan del 13.000 a.C. y fueron realizadas con pigmentos rojos y ocres soplados a través de huesos huecos sobre la roca, o aplicados con juncos o ramas aplastadas después de mezclarlos con grasa animal. El trazo y la utilización de los colores demuestran un grado de inteligencia nada común.

Pinturas rupestres prehistóricas de las cuevas de Lascaux (Francia): datan del 13.000 a.C. y fueron realizadas con pigmentos rojos y ocres soplados a través de huesos huecos sobre la roca, o aplicados con juncos o ramas aplastadas después de mezclarlos con grasa animal. El trazo y la utilización de los colores demuestran un grado de inteligencia nada común.

1. El evolucionismo

El problema de la historia es el de la novedad que la libertad aporta en el tiempo. Esta novedad histó­rica tiene su origen en una novedad ontológica, a sa­ber, la de la misma libertad. Porque si la libertad viniera a coincidir con cualquiera de las capas onto­lógicas susceptibles de explicación estrictamente bio­química o biofísica, no tendría sentido plantear la aportación histórica como una novedad ontológica: la historia coincidiría con la evolución, la cual cul­minaría, por su propio mecanismo efector, en lo que se llama la «libertad». La evolución complejificaría a los organismos (evolución biológica) y complejifi­caría a la humanidad en las acciones (equívocamen­te) libres. El universo entero manifes­taría la com­plejificación creciente de una energía básica, sólo diferenciable en varios niveles, distintos en grado, pero no en esencia[1].

Pues bien, el «evolucionismo», en sentido estricto, es la doctrina de quienes afirman que la multiplici­dad de la vida psíquica y orgánica proviene de unas pocas formas primitivas, o quizás de una sola, en­tendida como materia inorgánica. Continuar leyendo