1. Libertad dialéctica e indiferencia ontológica
1. Uno de los puntos que diferencian la filosofía medieval de la moderna consiste en que aquélla admitió la posibilidad de una libertad que no fuese ni una expresión de mera fragilidad ni una búsqueda constitutiva y continua; o dicho de otro modo, consideró la posibilidad de un acto humano voluntario perfectamente saturable o saciable, no remitido a ulterior complemento.
Ese punto se encuentra ligado a los muchos vectores medievales metafísicos que sufrieron variaciones y reorientaciones en la modernidad. Por ejemplo el vector que une la “voluntad de fines” a la “voluntad de medios” lleva consigo el vector que une el intelecto a la razón, interpretado a veces de tal manera que hizo desaparecer la aportación original que el pensamiento medieval atribuyó al intelecto[1] y, con ello, a la voluntad de fines.
A propósito de la voluntad humana, esa reorientación moderna ha impedido valorar la tesis tomista[2] de que un acto “eminentemente libre” pueda no ser “formalmente libre”. Esta terminología expresa un problema que se refleja en algunas preocupaciones modernas.
Por ejemplo, cuando Schelling afirma que la libertad es un “poder del bien ‘y’ del mal”[3], obliga a pensar que con esa “y” copulativa se estructura formalmente la libertad o que ésta no debe ser comprendida de otra manera. La libertad humana sería constitutivamente dialéctica, braceando siempre entre los opuestos del bien y del mal: aquí se hermana la fragilidad antropológica con la pujanza dialéctica. Me propongo mostrar que, en la línea histórica interna que va de Santo Tomás a la Escuela de Salamanca, existe el convencimiento de que la voluntad se rige internamente por un ámbito meta-dialéctico universal que hace posible una libertad superadora de la “indiferencia” psicológica propia de la libertad dialéctica.
Santo Tomás había dicho que “la voluntad, en cuanto quiere naturalmente una cosa, responde más al intelecto [intellectus] de los principios naturales que a la razón [ratio], la cual está orientada al conocimiento de los opuestos. De ahí que consiguientemente la voluntad sea una potencia más intelectual que racional”[4]. ¿Qué quiere decir esto? Que el simple intelecto de los primeros principios se encuentra ya incluido de modo eminente en el complejo discurrir de la razón, discurrir que acontece con el movimiento que hila una cosa con otra; pero el intelecto mismo posibilita que la razón mantenga cierta “indiferencia ontológica” para deducir las diversas conclusiones: los contenidos racionales están virtual y eminentemente en los principios, de los que se deducen las conclusiones. De modo semejante, la voluntad, en cuanto inclinada naturalmente al fin, o a la felicidad en general, expresa mayor relación al intelecto de los principios; por tanto, encerrará en sí la potestad e “indiferencia ontológica” en orden a muchas cosas de modo más hondo que la voluntad dialécticamente libre –la que no es inclinada por la naturaleza, sino por el albedrío, siendo así que el apetito del fin último no está entre las cosas que dominamos[5]–. Luego, congruentemente, aquel apetito y amor al fin último y a la felicidad contemplada con claridad –aunque fuese una inclinación natural y necesaria– habría de encerrar en sí profundamente la indiferencia ontológica, puesto que se correspondería con la visión intelectual del primer principio real: Dios mismo.
2. Adelanto a continuación el contenido de la tesis que, a mi juicio, ha presidido indudablemente la configuración de la libertad en Santo Tomás y sus epígonos: un amor saturante o saciativo –que por hipótesis filosófica se podría identificar con el amor beatífico–, en cuanto se refiere al principio absoluto que lo colmara, sería en sí mismo necesario, mas respecto a los demás seres sería libre, puesto que ellos no encierran un sumo bien que impusiera necesidad: dicho amor, que sería necesario respecto al principio real absoluto, tendría a su vez fuerza y eminencia de acto libre respecto a los objetos particulares.
Son muchas las tesis metafísicas implicadas en el abrupto compendio que encierran las anteriores palabras (por ejemplo, la tesis gnoseológica del realismo y de la posibilidad de probar la existencia de un primer principio metafísico; también la tesis metafísica de la posibilidad real de una trascendencia de la voluntad; y otras). Las doy aquí por supuestas, y no entraré en ellas. Pues el objetivo de este capítulo se centra en un aspecto de la estructura metafísica de la libertad humana.
Ciertamente, en un sentido general y formal, la libertad posee la indiferencia ontológica propia que, por su espiritualidad, le da la “universalidad” en el obrar respecto a muchas cosas; y, de modo semejante, posee “contingencia” para querer o no querer. Pero un amor que se ordenara necesariamente a un principio real absoluto implicaría la “indiferencia ontológica” más perfecta hacia las demás cosas, aunque no su “contingencia” –o fragilidad– respecto de aquel principio; por esta razón, sería “meta-dialécticamente libre” en tanto esa libertad nace de la universalidad propia del poder que un sujeto tiene con respecto a muchas cosas –universalidad que es la raíz de la libertad dialéctica–. De modo que la voluntad sería dialécticamente libre cuando implica contingencia y mutabilidad, puesto que necesariamente se movería hacia tal o cual fin visto en particular. Pero si la voluntad fuese meta-dialécticamente libre, no se movería a amar necesariamente aquel bien u objeto supremo mediante la luz de un juicio limitado o coartado que lo propusiera imperfectamente, sino que se movería por la presencia intelectiva de una plenitud del bien universal que llenaría la capacidad y la universalidad entera de la voluntad. Por lo tanto, de la misma manera que de esa universalidad nace, hacia abajo, la libertad y la indiferencia psicológica respecto a los objetos particulares que no adecuan o igualan toda su capacidad y virtualidad, así también habría, hacia arriba, una tendencia necesaria respecto al objeto que adecuara y colmara toda esa universalidad. Si no estuviera determinada coactivamente a una sola cosa, y en sí misma quedara completada y satisfecha toda la indiferencia y la potestad universal a muchas cosas, sería meta-dialécticamente libre, puesto que se llenaría toda la universalidad e indiferencia de la facultad. Por otra parte, ese carácter meta-dialéctico de la libertad –que es una libertad radical y trascendental– no es nada más que la facultad o potestad total y universal, en cuanto que es completada y colmada por el bien universal, ya que la universalidad de la voluntad es la raíz de la libertad. Y el caso es que la libertad formal o dialéctica se ejerce cuando esta potestad universalísima se relaciona con bienes determinados y limitados, de los que ninguno iguala y llena la universalidad entera de la voluntad[6].
Ahora bien, hay en el seno de esta tesis algunas implicaciones ontológicas y antropológicas que conviene dilucidar.
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2. Lo voluntario necesario y lo voluntario libre
1. Una vez que Santo Tomás establece la diferencia entre el acto voluntario perfecto y el imperfecto, indica que el voluntario perfecto no se identifica con el acto formalmente libre: en virtud de la constitución interna de la voluntad, puede darse un voluntario perfecto que sea necesario; con todo, ese voluntario sería libre en sentido eminente o meta-dialéctico, aunque no lo fuese en sentido formal y dialéctico. Así lo vieron también los autores de la Escuela de Salamanca –como Medina y Báñez– y sus epígonos –como Araújo y Poinsot–. O sea, el acto voluntario perfecto sería siempre libre; habría una libertad dialéctica y una libertad meta-dialéctica en él; y no siempre sería dialécticamente libre, porque podría ser necesario. Esta tesis es establecida en función de la posibilidad de un amor plenamente saturante, que sería a la vez necesario y voluntario. ¿Cómo es posible pensar aquí la necesidad en la libertad?
2. Analizaré estos conceptos ciñéndome a los comentarios de Juan Poinsot, quien aclara admirablemente la doctrina de Bartolomé de Medina y Domingo Báñez.
¿Qué es el acto voluntario perfecto, el dialéctico libre y el meta-dialéctico libre? Voluntario perfecto es el acto que procede de la voluntad –del principio intrínseco– con plena advertencia y con perfecto conocimiento del fin –conocimiento intelectivo que conoce el fin en razón de fin, esto es, en razón de la aptitud que tiene para ser fin–. El acto voluntario libre es el que en sí mismo puede obrar o no obrar, puestas todas las condiciones para actuar, esto es, cuando el obrar o no obrar está en sus manos –en el albedrío propio– y no proviene de un principio extrínseco que lo aplique o impida. Por otra parte, este acto libre exige internamente una potencia no coartada o restringida a éste o aquel objeto, sino una potencia amplia, universal, abierta a todo bien; pues de ello depende que, respecto a cualquier bien determinado que no responda adecuadamente a toda su universalidad, no se vea compelida a aceptar tal bien o a operar sobre él[7].
De ahí nació la distinción de lo “libre” en cuanto al ejercicio y lo “libre” en cuanto a la especificación.
En efecto, la libertad de ejercicio es la indiferencia en el poder que tiene el sujeto para emitir sus actos; y así se explica que esta libertad fuese llamada “de contradicción”: es la potestad que se tiene para que el acto se realice o no, y para que salga de una manera o de otra.
En cambio, la libertad de especificación es la indiferencia en el poder que el sujeto tiene sobre los diversos actos específicamente tomados; y, dado que la especificación viene de los objetos, esta libertad es considerada según los diversos objetos, en cuanto que la voluntad puede alcanzarlos. Mas como el objeto principal de la voluntad es el bien y el mal, y como estos conllevan entre sí contrariedad, esta libertad se llama “de contrariedad”, pues en la voluntad existe la potestad para obrar el bien o el mal, y no sólo para obrar o no obrar pura y simplemente. Es en esta perspectiva donde ha de integrarse la citada definición que Schelling ofrece de la libertad como “poder del bien y del mal”; sólo que en el esquema tomista la “y” copulativa es en realidad una “o” disyuntiva: diferencia que permite delimitar en ambas representaciones la estructura de la libertad.
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3. Libertad para el bien o para el mal
1. Hablar de un acto formalmente libre y de un acto eminentemente libre –que, sin embargo, sea necesario–, implica haber entendido que el acto “formalmente libre” es el que procede con indiferencia formal y con contingencia –sin ninguna necesidad–, de modo que puede no proceder u ocurrir: es lo que sucede cuando comúnmente operamos en nuestra vida espiritual. Por su parte, el acto “eminentemente libre” es el que procede sin esa indiferencia formal, pero con necesidad, aunque no originada por una coacción o coartación de la potencia, sino por la adecuación –o saturación– de toda la universalidad de la potencia en su obrar. Éste es el punto que se le escapaba a Schelling.
En efecto, dado que la raíz de la libertad nace en nosotros de la universalidad de esta facultad que se abre a todo ser o a todo bien, de ello resulta que, siempre que la voluntad opera con esta universalidad, obra con libertad, puesto que la universalidad conlleva la indiferencia o es la raíz de la indiferencia; ahora bien, esta indiferencia y universalidad se comporta de manera que, respecto a un bien que es limitado y no se adecua a la universalidad entera de la facultad –no la satura plenamente–, la voluntad opera con indiferencia y libertad formal; en cambio, en un bien universalísimo y sumo –como para la metafísica clásica es Dios contemplado con claridad–, se saturaría toda la universalidad y se rebasaría la indiferencia de la voluntad. De ahí que hacia semejante objeto no podría operar indiferentemente, aunque actuara según la raíz de la indiferencia, que es la universalidad de la voluntad con plena advertencia cognoscitiva: y ahí estaría la libertad de modo eminente.
2. Así pues, la necesidad de la voluntad puede provenir de dos fuentes. Primero, de la imperfección y coartación del conocimiento a una sola cosa y, consecuentemente, del alejamiento de la indiferencia de la voluntad; como acaece en nuestros movimientos indeliberados. Segundo, de la adecuación y saturación de toda la universalidad de la facultad, y entonces no permanece la indiferencia formal para obrar o no obrar, puesto que no puede quedar dentro de una adecuación completa; con todo, permanecería la universalidad en el obrar con plena advertencia cognoscitiva, que es la raíz y la eminencia de la libertad[8].
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4. Libertad: el principio subjetivo y el fin objetivo
1. La tesis de que el perfecto acto voluntario no se identifica con el acto formalmente libre fue defendida coherentemente por los autores más importantes de la Escuela de Salamanca, como Bartolomé de Medina[9], o por los que a estos siguieron, como Juan Poinsot. Esta tesis está explícita en Santo Tomás, cuando dice que “la necesidad natural no elimina la libertad de la voluntad, pero ésta es suprimida por la necesidad de coacción”[10]; o también, que “no es impotencia de la voluntad el ser llevada necesariamente a una cosa por inclinación natural, porque esto es propio de su fuerza o virtud, al igual que un cuerpo grave es tanto más fuerte o tiene tanto más poder cuanto con mayor necesidad es llevado hacia abajo”[11]; o finalmente, que “la necesidad natural no es incompatible con la dignidad de la voluntad, sino que con ésta es incompatible la sola necesidad de coacción”[12].
El Aquinate claramente afirma que el acto voluntario perfecto en nada se ve empequeñecido por el hecho de ser necesario, ni por la inclinación natural, puesto que en ello no existe, sin más, necesidad de coacción. Por lo tanto, si el acto voluntario se produce con plena advertencia y conocimiento perfecto, cuanto más natural sea, tanto más íntimo y perfecto voluntario será. Es claro que como teólogo el Aquinate está pensando concretamente en la forma del “amor beatífico”, el cual sería necesario y, sin embargo, también sería perfectísimamente voluntario. Pero esa forma de amor ejemplifica la tesis de que la esencia del acto voluntario perfecto no está en el acto formalmente libre, sino que puede hallarse en el acto necesario[13]. Sólo con la negación metafísica de la posibilidad de ese amor saturante –negación que a mi modo tiene su acomodo en la filosofía moderna– se hace inútil la tesis de un acto humano “eminentemente libre”.
2. Que los enfoques psicológicos modernos no admitan la posibilidad de semejante “libertad eminente” es el índice de una preocupante quiebra filosófica.
Juan Poinsot explica este interesante punto de la siguiente manera[14]: si el hombre obtuviera la visión beatífica, reluciría en ella el carácter de bien sumo por parte del objeto (Dios, claramente contemplado) y, a la vez, tendría la fruición o gozo sumo por parte del sujeto, o sea del acto volitivo con el que se le ama. No habría ningún aspecto de mal ni en el objeto –para que no fuese amado–, ni en el acto –para que se alejara del sumo ser–; por consiguiente, existiría la necesidad en el acto y en el objeto. La libertad no sería ya un poder del bien y del mal. Pues dado que toda la universalidad de la facultad volitiva se cumpliría en el amor del bien universalísimo, no quedaría lugar ya para la indiferencia en la voluntad, de modo que ésta pudiera alejarse del acto o del objeto. Y aunque en esta vida el amor fuese perfectamente voluntario e inclinara voluntariamente a Dios, tal amor se perfeccionaría en la visión intelectiva de Dios, no sólo por parte del conocimiento –ya que ver a Dios sería un conocimiento más perfecto que el poseído en esta vida–, sino también por parte de la inclinación y del principio intrínseco, puesto que con total fuerza y empeño se movería hacia Dios con entera voluntad, sin coacción o imperfección alguna. De modo que con el amor perfecto cesaría, en la visión beatífica, el carácter del acto libre formal, pero no cesaría la perfecta índole del acto voluntario: ese amor sería de tal modo necesario que colmaría perfectamente la voluntad y procedería con todo empeño y plenitud de la voluntad; en consecuencia, la voluntariedad sería mayor y más perfecta.
Es más, los autores de la Escuela de Salamanca aclararon que en el acto del amor beatífico se encontraría de manera total y perfecta la definición del voluntario. Recuerdan que la definición de voluntario conlleva dos aspectos: el proceder de un principio intrínseco y el conocimiento del fin. Entonces, el voluntario es perfecto cuando es perfecto el conocimiento que influye sobre él y lo causa: tendrá su origen en la plétora del conocimiento y no en un impulso natural ciego. Ahora bien, en aquel acto exuberante se hallaría, de un lado, el principio intrínseco, esto es, la voluntad orientada con toda su fuerza vital hacia Dios; y de otro lado, el conocimiento consumado –la visión intelectiva de Dios que influye perfectamente en ese amor–. El amor procedería de la voluntad no por un ciego impulso –como lo es el apetito natural carente de conocimiento–, sino por la influencia de esa visión intelectiva y de la representación del sumo bien, la cual implicaría un conocimiento adecuado a toda la universalidad del entendimiento y de la voluntad, mas no un conocimiento coartado a un solo objeto: se trataría, pues, de un acto voluntario perfecto[15].
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5. El acto eminentemente libre por parte del sujeto y del objeto
1. Pero algunos autores del Siglo de Oro español no aceptaron esa tesis: así ocurrió con Vázquez[16], Salas[17] y Lorca[18], influidos quizás por Almain y Conrado. Vázquez y Lorca vinieron a decir que la visión beatífica y el amor que le sigue serían más perfectos de modo entitativo y especificativo por parte del objeto, pero no lo serían de modo psicológico y moral por parte del proceder del sujeto. Si el acto voluntario sólo pudiera llamarse tal por parte del sujeto –puesto que el voluntario pertenece al modo de proceder de una voluntad que se mueve una vez conocido el fin–, entonces la perfección de un objeto que adecuara toda la voluntad impediría la perfección del voluntario que está en el sujeto, puesto que no dejaría en poder de esa facultad el moverse perfectamente con pleno dominio e indiferencia. Probablemente sería ésta la objeción que Schelling enfrentaría a la tesis de una voluntad “eminentemente libre”.
Según Lorca, a pesar de que la visión de Dios fuese un conocimiento más perfecto, su influjo en la operación de la voluntad no sería mayor que el conocimiento indiferente que mueve al acto libre; este último conocimiento no sólo propone la bondad del objeto, sino que también emite un juicio acerca de si la operación de la voluntad se ejecuta o no se ejecuta. Ahora bien, el conocimiento que determinara un acto necesario propondría evidentemente la bondad de un objeto, pero sobre la operación de la voluntad no determinaría si se ejecuta o no: puesto que, siendo necesaria esa operación, nacería del impulso natural, no de la determinación y arbitrio del juicio. Lorca se sirve del ejemplo de la “predeterminación física” que defienden los tomistas: porque esta predeterminación física la imprime el autor de la naturaleza y no se ejecuta bajo la determinación del juicio; consiguientemente, es menos perfecta en cuanto a la voluntariedad, aunque sea más perfecta y esté más en acto, al eliminar la expansividad del juicio y la indiferencia para obrar[19].
2. Juan Poinsot replica que el punto débil de Vázquez y Lorca está en haber pasado por alto que en el amor beatífico el voluntario sería más perfecto no sólo por parte del objeto, sino también por parte del sujeto. Su perfección sería tanto objetiva como subjetiva: no consistiría solamente en que tiene el objeto más perfecto –Dios en sí–, sino también en que la voluntad, en dicho acto, no se movería de un modo ciego, sino por la fuerza de la visión intelectiva y por la representación perfecta del sumo bien, de modo que cuanto más perfecto fuese el conocimiento, tanto más intensamente y con tanta más perfección se movería la voluntad hacia el objeto más perfecto. Luego en la emisión de este acto de amor, la voluntad sería regulada y dirigida por la propia visión intelectiva, no por un impulso ciego –semejante a un apetito innato–: sería llevada por un apetito elícito, alumbrado por el conocimiento. Este modo del acto voluntario no sólo es más perfecto en el orden especificativo –por parte del objeto–, sino también en el orden subjetivo, el de la emisión directa –elícita– del acto: porque el acto procedería, por una parte, de la fuerza vital íntegra que dinamiza toda la voluntad y, por otra parte, del conocimiento que adecuaría la universalidad entera de la voluntad. Si hay universalidad completa de la voluntad y advertencia cognoscitiva perfecta de la intelección cognoscitiva, evidentemente el voluntario es perfecto no sólo por parte del objeto –esto es, Dios en sí mismo–, sino también por parte del sujeto y del modo en el que procede de él. Realmente en los demás actos libres, el modo del sujeto consiste en proceder también de toda la potencia de la voluntad y del conocimiento perfecto del fin[20].
3. Para Poinsot no puede decirse que a ese acto exuberante le falte otro aspecto del voluntario, el que desde el sujeto se refiere al objeto, a saber, la indiferencia y el dominio por el que el acto puede proceder o no proceder del sujeto. Pues una cosa es que el acto esté más en nuestras manos –en nuestro libre dominio–, y otra es que sea más voluntario, esto es, que provenga de una mayor inclinación de la voluntad –cooperando el juicio– y del conocimiento del fin. Si, como es el caso, el voluntario y la inclinación son regulados y se despliegan debido a la misma representación intelectual del bien que atrae y estimula la inclinación de la voluntad, resulta que cuanto más crece el bien que así atrae por un conocimiento mayor, tanto más crece la inclinación de la voluntad y la propia índole del voluntario; y si el bien es sumo, será suma y perfecta la índole del voluntario.
Ahora bien, el acto “formalmente libre” no es regulado por un bien cualquiera, sino por un bien que es indiferente y limitado, de modo que no llena toda la capacidad de la voluntad, sino que deja en ella espacio para poder moverse o no moverse hacia el bien, para emitir el acto o interrumpirlo. Por lo tanto, aunque ahí crezca o se conserve la indiferencia de la libertad, no por eso se sigue que el voluntario crezca y se perfeccione. En cambio cuanto más crecen el bien y su manifestación, tanto más crece el voluntario, puesto que entonces la inclinación es más profundamente estimulada y atraída; de modo que si la universalidad entera de la voluntad se adecuara perfectamente y se inclinara totalmente, también se haría voluntaria y gozosa, aunque la indiferencia quedara eliminada, puesto que ésta no puede mantenerse respecto a un bien que se adecua a toda la plenitud de la voluntad: la libertad formal se comporta inadecuadamente respecto al bien, lo cual ocurre de cara a un bien limitado.
4. Pero Lorca alegaba que en la visión beatífica sólo habría, por el lado del intelecto, un juicio sobre la bondad del objeto, y no sobre la operación de la voluntad. A esto responde Poinsot que el juicio sobre la bondad del objeto y de la conveniencia del acto influiría en el acto de amor beatífico más que en los otros actos libres dirigidos a los bienes particulares: porque en la visión beatífica no sólo se manifestaría que la suma bondad por parte del objeto es amable, sino también que el ejercicio del acto de amar es bueno y conveniente hasta el punto de que su cesación no podría ser propuesta de ningún modo, en cuanto que es un acto apetecible. En realidad el acto eclosionaría como fruición o gozo del bien sumo y de la felicidad eterna, la cual nunca podría ser juzgada inconveniente u onerosa; por consiguiente, el juicio práctico que el sujeto se formaría de la visión beatífica, no solamente calificaría la bondad del objeto, sino también la conveniencia del acto –la operación de la voluntad–, no menos que en los demás actos libres[21].
Y, en fin, respecto a lo que Vázquez y Lorca objetaban, tomando como punto de comparación la predeterminación física, Poinsot responde que esta predeterminación sólo elimina la “indiferencia propia de la potencialidad” en la voluntad, mas no la “indiferencia de dominio y potestad” o universalidad en el obrar. Porque hay una doble indiferencia en el hombre. La primera es la indiferencia propia del dominio y de la universalidad de la facultad, en cuanto que la voluntad es capaz de extenderse a muchos actos y también a su cesación; de esta forma la voluntad posee la indiferencia o universalidad respecto a ellos y, así, su poder de obrar se opone a la coacción y coartación a una sola cosa; si se elimina esta indiferencia, la libertad desaparece. La segunda indiferencia es la que reside en la irresolución, que viene a ser como una indeterminación, fluctuación o perplejidad; y existe a modo de potencialidad e imperfección, esto es, cuando el sujeto no queda inclinado más a una parte que a otra; o, si se inclina, lo hace débilmente, o incluso no se determina concretamente aquí y ahora, quedándose en potencia para obrar; esta indiferencia potencial es imperfecta, y le impide obrar, puesto que siempre que un sujeto se halla en ese estado, no se decide y, así, no opera. Por consiguiente, la determinación, o la resolución de esta indiferencia, no suprimiría la libertad, sino que la ayudaría y conduciría al acto. Y para esto se propone ontológicamente la predeterminación física que, para Poinsot, no es cosa distinta de la resolución de la indiferencia suspensiva y de la perplejidad, en cuanto que dicha resolución no se produciría sólo por el objeto que estimula y el juicio que propone –lo que es una moción moral–, sino que también se produciría por parte de Dios que opera en el interior e inspira la voluntad, con una moción física[22].
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6. La vinculación del voluntario perfecto al conocimiento
1. Como se puede apreciar, la tesis moderna de que el voluntario más perfecto no es el necesario, sino el formalmente libre, tiene hilos argumentales muy sutiles. Por uno de ellos encontramos la objeción de que es voluntario el acto que procede de un principio intrínseco con el conocimiento del fin; pero no sería voluntario perfecto el que procede del conocimiento que más influye en el acto de la voluntad; porque el voluntario perfecto proviene del conocimiento indiferente y formalmente deliberado, no del conocimiento que elimina la indiferencia y la necesidad en la propia voluntad, por muy elevado y noble que fuese tal conocimiento; luego el voluntario más perfecto sería el formalmente libre, no el necesario. Bajo este hilo argumental se insistiría en que cuando el voluntario es libre formalmente, la voluntad se mueve más por sí misma y no es movida desde fuera, al estar en su potestad el moverse o no moverse; en cambio, cuando la operación es necesaria, la voluntad es guiada más por otro que por sí misma[23].
Algo semejante –prosigue la objeción– ocurriría por el lado del conocimiento: pues el conocimiento indiferente parece que influye más en el acto de la voluntad, ya que tal conocimiento no sólo propone el objeto, juzgando su bondad, sino también juzgando el propio acto y la conveniencia de ponerlo en práctica o no, pues esto pertenece a la indiferencia del ejercicio. Mas en la visión del principio real absoluto no se presentaría ese conocimiento o juicio y, consiguientemente, no se daría su influjo; pues una vez propuesto el bien supremo, no habría necesidad de juzgar si el acto es conveniente ni si hay que ponerlo en práctica, ya que se produciría necesariamente y por el impulso de la naturaleza; de este modo, la visión intelectiva no influiría en el acto de la voluntad por modo de motor intrínseco[24] –ya que el conocimiento es un motor intrínseco–.
2. Poinsot argumenta en contrario, negando que la voluntad se mueva más desde su interior con el conocimiento indiferente que con la visión intelectiva del principio real absoluto. Para probarlo indica que cuando la voluntad es formalmente libre se mueve más que cuando ejerce un acto necesario, si el acto es necesario por la imperfección y coartación del juicio que propone algo a la voluntad y la mueve. Pero si el acto de la voluntad es necesario cuando la necesidad se origina de la plenitud del conocimiento, de la universalidad del objeto que iguala y adecua toda la capacidad de la voluntad, esta necesidad e impulso no disminuye la índole del voluntario, puesto que la voluntad se mueve desde su interior tanto más cuanto que proviene de un conocimiento más perfecto y de la bondad más universal del objeto. Aquella necesidad e impulso iguala más la inclinación de la voluntad y así consigue que la propia voluntad se mueva más desde su interior, al moverse con una inclinación mayor y más plena, puesto que toda necesidad en el obrar proviene de la plenitud y de la adecuación de la voluntad con el objeto.
3. No obstante, un moderno podría decir que con el conocimiento indiferente la voluntad libre se mueve más porque puede detenerse, o también omitir el acto y así es más dueña de sí misma. Un tomista alegaría que esto no es moverse más absolutamente, de manera pura y simple; más bien, sería moverse en sentido relativo, bajo el supuesto de la imperfección del objeto: un bien determinado y no adecuado a la capacidad de la voluntad. Así pues, la perfección de operar que tiene la voluntad, moviéndose e inclinándose al objeto, no consiste absoluta y simplemente en que pueda o no pueda realizar el acto o abandonarlo, sino en que sea atraída por una mayor universalidad y plenitud hacia el objeto, partiendo de un conocimiento más perfecto y pleno del bien. Efectivamente, cuando el conocimiento fuese más perfecto y el bien más universal, la voluntad se movería más perfectamente si es adecuada o saturada por tal bien y es movida a él según toda su universalidad y según su indefinida capacidad; pues entonces la inclinación sería mayor, aunque la contingencia o libertad formal fuese menor. Bajo este aspecto de lo voluntario, la perfección pura y simple se expresa en la mayor inclinación si es universal y si procede de un bien más universal que adecua o iguala toda la capacidad de la voluntad con un conocimiento perfecto.
Ahora bien, en el supuesto de que no sea adecuada o colmada toda la universalidad y la capacidad de la voluntad, sino que el bien sea inadecuado y limitado respecto a la voluntad, es claro que la libertad se movería más perfectamente cuando reservara la contingencia de ejecutar o no la operación; sin embargo, esto no es pura y simplemente más perfecto, sino sólo en el supuesto de que el objeto no fuese el sumo bien, ni fuese adecuada o llenada toda la voluntad.
Tal es el citado punto en que la modernidad se distanciaría del pensamiento de Santo Tomás o de sus discípulos de la Escuela de Salamanca.
Y en lo que respecta al influjo del conocimiento en el acto de la voluntad, Poinsot indica que, en el caso del amor orientado al principio real absoluto, el conocimiento influiría más que en los demás actos libres; porque la visión intelectiva de ese principio real y absoluto no sólo propondría la bondad del objeto, sino también originaría un juicio –referido a la emisión del amor– carente de indiferencia y contingencia, siendo expresivo de la adecuación y la plenitud de todo el bien, de modo que la interrupción o cesación del acto de ningún modo podría proponerse como buena.
4. En fin, podría quizás pensarse que el acto de amor saturante, por su amplitud, no sería propiamente “humano”, ni quedaría regulado por normas morales, pues lo que es necesario no necesita de normas; luego en cuanto al modo de operar sería menos propio del hombre en cuanto hombre. Pero Poinsot –reflejando el sentir de la Escuela de Salamanca– niega que el amor saturante no sea humano y moral de un modo superior y más eminente. Pues nuestros actos libres son morales y humanos en cuanto regulables por la norma de la razón, norma que se les aplica y que ejerce su regulación de modo extrínseco, la cual puede aplicárseles o no. En cambio, el amor saturante sería humano y moral no porque la norma le fuese aplicada extrínsecamente, sino porque estaría unida a él de manera íntima e inseparable. En este amor saturante se encontraría proporcionalmente la libertad, pero no de manera formal y contingente y con defectibilidad respecto a la norma o regla, sino de manera eminente y con la indefectible unión a la norma.
Y aunque sería un acto necesario, su ley constitutiva no sería expresión de la necesidad de lo imperfecto –como acaece en los animales, cuyos actos no pueden ser regulados por la norma de la razón–, ni de una aplicación extrínseca y defectible, ni de una unión indefectible, sino de la necesidad de la adecuación, con la íntegra indiferencia y la universalidad de la voluntad, necesidad que hace eminente a la libertad[25].
[1] J. Cruz Cruz, Intelecto y razón. Las coordenadas del pensamiento clásico, Eunsa, Pamplona, 2009. Para ver la relación entre intelecto y razón, cfr. el capítulo I: “Intelecto, razón, entendimiento”, pp. 15-41. Para ver la relación paralela entre voluntad de fines y voluntad de medios, cfr. el capítulo IV: “Intelecto y sentimiento”, pp. 111-129.
[2] Las expresiones “formalmente libre” y “eminentemente libre” aparecen propiamente en el Siglo de Oro, con los autores tomistas de la Escuela de Salamanca y sus discípulos.
[3] “Der Idealismus gibt nämlich einerseits nur den allgemeinsten, andererseits den bloß formellen Begriff der Freiheit. Der reale und lebendige Begriff aber ist, daß sie ein Vermögen des Guten und des Bösen sey”; cfr. F. W. J. Schelling, Philosophische Untersuchungen über das Wesen der menschlichen Freiheit, 1809, p. 28.
[4] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q82, a1, ad1.
[5] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q82, a1, ad3.
[6] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n22-n24, pp. 373-374.
[7] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n11, p. 369.
[8] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n13, p. 370.
[9] Bartolomé de Medina, Expositio in Primam Secundae,q6.
[10] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q82, a2, ad2.
[11] Tomás de Aquino, De veritate, q22, a5, ad1.
[12] Tomás de Aquino, De veritate, q22, a5, ad4.
[13] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q82, a2.
[14] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp2, a2, n1, n5, n8, n11, n15-n19; pp. 169-177.
[15] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n15-n16, p. 371.
[16] Gabriel Vázquez, Commentarium ac disputationum, disp23, c4.
[17] Juan de Salas, Disputationes in primam-secundae, disp1: De voluntario, sec2.
[18] Pedro de Lorca, Commentariorum et Disputationum in Primam Secundae, t. I, disp1: De voluntario.
[19] Ésta es la síntesis que sobre la doctrina de Lorca y Vázquez hace Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n17, pp. 371-372.
[20] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n18, pp. 372-373.
[21] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n20, p. 373.
[22] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n21, p. 373.
[23] Hay algún texto de Santo Tomás que aparentemente induce a cambiar el sesgo de la vinculación del voluntario perfecto al conocimiento. En Summa Theologiae (I-II, q6, a2) dice: “El voluntario, en su noción perfecta, sigue al conocimiento perfecto, esto es, en cuanto que, una vez aprehendido el fin, uno puede, deliberando sobre el fin y sobre los medios que pertenecen al fin, moverse o no moverse hacia él; en cambio, el voluntario imperfecto sigue al conocimiento imperfecto del fin, esto es, en cuanto que aprehendiendo el fin, no delibera sobre él, sino que súbitamente se mueve hacia él”. Vázquez y Lorca estimaban que este pasaje fija claramente en el conocimiento el concepto perfecto del voluntario, puesto que un sujeto, después de deliberar sobre el fin, puede moverse o no moverse hacia él. Según estos autores, Santo Tomás dice que el voluntario perfecto debe ser libre, y debe serlo formalmente, puesto que puede moverse o no moverse hacia el fin. Sin embargo, Poinsot hace observar que el pasaje citado de Santo Tomás, tomado en solitario, tiene varias interpretaciones. Y hay dos que parecen más conformes con la doctrina completa del Aquinate.
Según la primera interpretación, cuando Santo Tomás dice que “el voluntario perfecto sigue al conocimiento perfecto” nos transmite el concepto íntegro de voluntario perfecto; en cambio, cuando dice que “una vez aprehendido el fin, uno puede moverse o no moverse hacia él”, solamente expone un ejemplo de voluntario perfecto mostrando lo que nos es más conocido, a saber, el acto libre. Y así el sentido de las palabras de Santo Tomás es el siguiente: el voluntario perfecto sigue al conocimiento perfecto del fin, como es patente en el ejemplo, cuando, una vez aprehendido el fin, uno puede, deliberando, moverse o no moverse, cosa que corresponde al acto libre. De modo que la expresión “una vez aprehendido el fin”, no es una parte de la definición del voluntario perfecto, como si esa parte perteneciera a todo lo voluntario perfecto, sino que es una explicación de él con un ejemplo; pues realmente el acto libre es voluntario perfecto y el que nos es más conocido: y así es el más apto para explicar el voluntario perfecto. Por último, cuando Santo Tomás habla del voluntario imperfecto, añade a modo de ejemplo: “Esto es, en cuanto que, aprehendiendo el fin, no delibera sobre él, sino que súbitamente se mueve hacia él”. Pero es evidente que no todo voluntario imperfecto es un movimiento súbito; pues los animales no siempre se mueven inesperada y súbitamente, sino que a veces avanzan lentamente o se detienen. De modo semejante, el amor supremo –el que tendría el hombre en contacto con Dios– es de algún modo voluntario, ya que procede de la voluntad y con conocimiento; sin embargo, no procede como un movimiento súbito y repentino; luego no está en la línea del voluntario imperfecto. Ciertamente Santo Tomás pone en la línea del voluntario imperfecto aquél en que el hombre se mueve súbitamente; luego, cuando no se mueve súbitamente no será un voluntario imperfecto. Pero Santo Tomás no dice que todo voluntario imperfecto es un movimiento súbito: se limita a indicar que el movimiento súbito e indeliberado es un ejemplo para explicar el voluntario imperfecto. Y lo mismo cabe decir del voluntario perfecto: Santo Tomás aduce el movimiento libre o deliberado como un ejemplo para explicar el voluntario perfecto, no porque pertenezca al concepto de todo voluntario perfecto.
Según la segunda interpretación, Santo Tomás admite que todo voluntario perfecto es libre; pero Poinsot matiza que el Angélico habla del acto libre que puede serlo o de manera eminente o de manera formal, y no solamente del formalmente libre; por otra parte, el amor supremo –en contacto con Dios– es eminentemente libre, no formalmente, puesto que procede de la voluntad según la adecuación total de su potestad y según toda la universalidad e indiferencia que posee; esta universalidad es principio de la libertad formal cuando se refiere a los bienes particulares. De suerte que el sentido del texto de Santo Tomás es éste: cuando uno delibera sobre el fin, puede moverse o no moverse hacia él, esto es, cuando el fin es de tal índole que puede haber deliberación sobre él, como ocurre con el bien particular y limitado fuera de Dios. En cambio, cuando el fin no admite que se delibere sobre él, puesto que es el sumo bien, contemplado claramente en sí mismo, entonces no hay posibilidad de moverse o no moverse formalmente hacia él, sino sólo eminentemente, en cuanto que procede de toda la universalidad y de toda la capacidad y adecuada indiferencia de la voluntad; Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n33-n40, pp. 377-379.
[24] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n41, pp. 379-380.
[25] Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, I-II, q6, disp3, a2, n43-n48, pp. 380-382.
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