Duccio di Buoninsegna ( 1255-1319), “Matanza de los inocentes”. Con gran habilidad decorativa e intensidad emocional, usando un fondo de oro de tradición bizantina, representa el horror de la muerte de niños inocentes, tal como es narrada por los Evangelios.

1. La emancipación humana en favor del progreso exige el aborto

Prohibir el aborto es un tabú del que hay que li­berar a una sociedad que quiera estar a favor del progreso. Así lo han visto las naciones más pro­gre­sistas del mundo en las que ha sido legalizado.

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No se ve por qué las prácticas abortivas repre­senten un pro­greso, ni en un orden material, ni en un orden moral. Tampoco la ley moral es un tabú que el progreso tenga que eliminar. La serie de adje­tivos y expresiones que se aplican quienes desean la implantación del aborto puede resumirse en ésta: “postura pro­gresista y liberal”, frente a los “retrógrados e inmovilistas”, obs­tinados en mante­ner una “ley conservadora”[1]. Desde luego el adje­tivo que más cuadra a quien pretende conservar la vida humana es el de “conservador”.

El tópico olvida que análogamente a como la libertad cuenta con condicionamientos naturales,  también tiene en la conformi­dad con la ley moral su meta: se trata de un vínculo que no es establecido por la propia libertad. Y el verdadero progreso está en que la actividad del hombre y las leyes sociales se conformen cada vez más a esa meta moral.

En las discusiones sobre el aborto se ha llegado a decir que la legalización del aborto nos humaniza, nos hace más universales. Pero si aplicamos el “imperativo de universalidad” que Kant exigía para todas las conductas éticas, es seguro que tendríamos que rectificar muchas afirmaciones de ese tipo. Kant venía a decir: “Procura tú que la máxima concreta de tu acción puedas convertirla en ley universal”. Si aplicamos la máxima “¡aborta!” las acciones humanas, convirtiéndola en ley universal, seguramente ni el lector ni yo estaríamos repasando este asunto, pues no existiría­mos.

Las creaciones que nos autorizan a llamar civilizados a algu­nos paí­ses son las intelectuales, artísticas, políticas y morales. Pero la aceptación social del aborto es lo más grave que ha ocu­rrido en los países llamados “civilizados”. Aun con restricciones y mucha hipocresía, se le ha dado curso legal al aborto. ¿Indicio de civilización? ¿Un pro­greso?  Según se puede ver, es una bru­tal regresión a épocas que se creían definitivamente superadas.

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Invito a observar el modo en que se orquestan las campañas que, en pro de la emancipación y del progreso, reivindican el aborto: tácticas de manipulación; exageraciones sobre el número de abortos clandestinos; lemas agresivos como “la mu­jer tiene derecho al dominio de su propio cuerpo”, “libertad de elección”, “la conspira­ción católica” y otros similares”. También aparición de clínicas bajo el nombre de Centros de Salud Sexual y de la Reproducción, o sea eufemismos para establecer un matadero. Hay clínicas en Europa que realizan más de 100 abortos dia­rios… con unos millonarios ingresos anuales.

A través de estos hechos uno se pregunta: ¿dónde está el lazo que une la libertad, la democra­cia y la cultura con el aborto?

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Hace unas décadas, Anne O’Donnel, portavoz del Life Labour Group en Inglaterra, creado en el seno del grupo la­borista, afirmaba en el curso de una campaña en pro de la vida: “El prin­cipio socialista de la distribución según las necesidades ha inspi­rado nuestra acción hacia los ancianos, los enfermos, los dismi­nuidos, los parados, los mal pagados: ¿Cómo abandonare­mos, según esto, a quien está en la más grande nece­sidad, el niño no nacido (unborn child)?”.Esta afirmación de socialismo sincero y consecuente, permite considerar que  la actitud de progreso consiste en promover una real libertad de no abortar; y de tomar medidas de orden fami­liar y social para favorecer la protección de la vida; las cuales ayu­darían a que la mujer evitara esta prueba del aborto.

 

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2. La ley que penaliza el aborto es represiva

Hay que reformar la actual legislación “represiva” so­bre las pobres madres que no desean al hijo.

 

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Es de aplaudir la reforma de leyes represivas cuando éstas se dirigen a limitar o impedir la liber­tad debida del individuo; pero no cuando dichas le­yes restringen las acciones de una libertad que atenta contra el derecho de otra persona, en nuestro caso el niño no nacido.

Los propagandistas del aborto airean casos las­timosos para iniciar o seguir la ofensiva contra las leyes. Es famoso el proceso de Bo­bigny en 1972; en él se en­juiciaba a una chica pobre e indefensa, Marie-Claire, de 17 años, embarazada por tener relaciones sexua­les con un granuja. Su madre, soltera, era empleada del Metro y había tenido tres hijos de padre desco­nocido. En este punto las cosas, era fácil recurrir al sentimiento, a la compasión: “Yo no quería que mi hija siguiera mi calvario”. He aquí un caso tipo. Los defensores del aborto orquestaron una campaña cen­trada en sentimientos humanitarios, y el tribu­nal acabó absol­viendo a Marie-Claire. Desde este momento no hubo fiscal que se atreviera a acusar a una mujer que hubiera abortado.

La ley que defiende al inocente no-nacido era para los abor­tistas una ley “represiva” que cae sobre esas pobres mujeres; por lo tanto, es injusta y debe ser abolida. De aquí se pasa a despe­nalizar el aborto, en cualquier circunstancia.

3, 8ª Semana

Feto humano a la 8ª semana

No sólo la conciencia “cristiana”, sino ante todo la voz “natu­ral” de la conciencia humana es la que clama incluso social­mente contra el aborto. En un libro de J. Toulat[2] podemos encon­trar un epígrafe con este título: El gran templo de los niños abortados en Tokyo. El Japón es un país en donde se realiza el aborto desde hace muchos años; pero en vez de haberse triviali­zado su práctica con el paso del tiempo, la permisividad de la ley no ha podido acallar la voz interior que a la madre le dice que ha matado a un hijo. Al cementerio nombrado, que encierra miles de cajitas de plástico con las cenizas de los niños muertos por aborto provocado, las ma­dres acuden “muchas veces bajo la sombra de la noche para visitar a su hijo muerto”.  La conciencia les dicta la culpabilidad de su acción.

La madre sabe que la ley del aborto ha sido “represiva” sólo para el hijo que ha llevado en sus entrañas.

 

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3. Hay que impedir los miles de abortos clandestinos

 Sólo se trata de impedir los miles de abortos clandesti­nos para que las mujeres que abortan no tengan que correr riesgos innecesarios. Hay que pasar de la sórdida clandes­tinidad a la asepsia hospitalaria.

 

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Se dice que sólo se trata de que la madre pueda abortar sin riesgos; pero nada se dice del riesgo que corre el hijo: un riesgo calculado, cuyo final es el cesto de la basura, o la materia prima “lanolina” para la fabricación de cosméticos.

Se empieza acudiendo a casos dramáticos, confesiones de mujeres que han sufrido un aborto clandestino en pésimas con­diciones sanitarias; a embarazadas que han muerto tras un aborto clandestino, etc.

La verdad es que como, una vez aprobado, no todas las muje­res pueden ampararse en la ley, se si­guen produciendo abortos clandestinos; una vez más hay que liberalizar en mayor grado la ley, para que no exista discriminación y así llegar a consagrar el aborto a petición.

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En cuanto al número de mujeres muertas a causa del aborto clandestino, se apunta con desparpajo que son “miles” aunque la estadística, aseguraba que, por ejemplo, en España, en 1976, murieron por cualquier tipo de causa 5.671 mujeres comprendi­das entre los 15 y 44 años.

En cuanto al número de abortos clandestinos que se barajan, los abortistas ofrecen siempre cifras redondas e impresionantes; no importa que no sean exactas. Tampoco se citan fuentes fia­bles: en Francia se llegó a consagrar, en su momento, la cifra de 150.000 abortos oficia­les y calcular un máximo de 100.000 no legales. Cifra que después se trasladó a España de modo re­dondo. Y de aquí saltó a Sudamérica. El error había sido del 300%. Pero el objetivo ya estaba conseguido. Obviamente, tras la legalización, el número de abortos legales no ha cesado de aumentar, ni  en Francia, ni en España. Y es que, como bien dice Pierre Chaunu, la legalización del aborto arrastra “desculpabilización” y, por consiguiente, “trivializa­ción” del acto de abortar[3].

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Hace algunos años, un experto en estadísticas vitales, asegu­raba que en los paí­ses que aceptan legalmente el aborto no había descendido el número de abortos clandestinos[4].

Y es que muchas personas, para evitar la publi­cidad y oficia­lidad, los papeleos, las certificaciones, la inspección pública, con el riesgo de divulgación que acarrean, se inclinan por la clandestinidad del aborto.

Quieren evitar el riesgo de la publici­dad y acuden al aborto clandestino:

9, Aborto por succión2

Aborto por succión

1º El famoso de la política o de las finanzas, cuya hija soltera ha quedado embarazada, y quiere evitar a toda costa una cam­paña de descrédito.

2º El matrimonio que, considerado por sus amistades como una pareja honrada y honesta, quiere desembarazarse del hijo concebido, sin sufrir el sonrojo.

3º La joven soltera que al quedar embarazada quiere evitar la carga del hijo, pero manteniendo un decoro social.4º La esposa que ha quedado encinta sin querer el hijo, sa­biendo que el marido lo quiere; éste debe ignorarlo.

5º La mujer que ha concebido de un hombre que no es su ma­rido durante una larga ausencia de éste. Etc., etc., etc.

En todos estos casos queda claro que sólo cuan­do a la sociedad se le haya extirpado la conciencia que dicta la inmoralidad de un acto que despoja la vida acabarán las mujeres sometiéndose al aborto en una ins­titución pública, oficial.

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4. Es injusto que sólo  puedan abortar los ricos

El aborto es un hecho comprobable, que sólo lo pueden realizar aquellas personas dotadas de recursos económicos para acudir a una segura clínica del extranjero, mientras las pobres se arriesgan en la clandestinidad. Por tanto, es preciso una legislación que lo haga posible en todos los sectores sociales, sin que exista discriminación.

 

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Aquí se confunde la “desigualdad de oportuni­dades” para abortar con un problema delicado. El argumento se reduce a decir que si los pu­dientes hacen la maldad impunemente, debe exten­derse la impunidad a las personas menos favoreci­das económicamente. Pero al extenderse más, ¿dejará el delito de ser delito?

El aborto permitido no va a nivelar las diferen­cias económi­cas, sino que va a extender un mal que ahora sólo se comete clandestinamente; y va a gra­var las conciencias de las madres con una acción que ellas saben es injusta. Lo que se debe pre­tender no es facilitar tal acción, sino asistir en los momen­tos difíciles a las madres, evitándoles que sean víc­timas de su debi­lidad.

El mismo argumento debería llevar a la conclu­sión de que el Estado proporcione gratis a los pobres toda la droga deseable, ya que es injusto que los ricos la consuman y los pobres no. En vez de pedir la erradicación de la droga habría que exigir la exten­sión generalizada de su consumición.

Cuando los políticos en el poder no atajan con­venientemente la provocación, la audacia no aca­rrea riesgos de cárcel; y es la ley la que acaba despres­tigiándose.

Las estadísticas, cifras y casos que aducen los abortistas son de indudable arbitrariedad. Por ejem­plo, se llegó a decir que durante 1976 murieron en Italia 20.000 mujeres por graves in­fecciones y hemo­rragias irremediables, debido a prácticas clan­destinas de aborto. Sin embargo, la estadística ofi­cial, para el mismo período, sólo computaba 11.000 defunciones de mujeres, por todas las causas de mortandad, desde accidentes a enferme­dades co­rrientes.

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Los médicos que practican abortos salen siempre favorecidos económicamente. En un número de “Medical Economics” pudieron leerse las declara­ciones de un médico abortista de Nueva York: “En lo económico, después de tantos años de lucha, no puedo dejar de sentirme un poco como el tejano que cavó bus­cando agua y dio con petróleo”. Un di­rector médico de una clínica de abortos percibe alre­dedor de 250.000 dólares anuales en Estados Unidos. A razón de 300 dólares por aborto, un médico llega a realizar entre 6 y 8 abor­tos diarios.

¿Qué ocurrirá cuando la Seguridad Social se haga cargo de atender todas las peticiones de aborto?

Si fuera exacta la cifra de 150.000 abortos anuales practica­dos en mujeres de un país como Chile, y estableciendo la cifra mínima de 400 Euros por aborto (incluyendo, gastos de quirófano, personal sa­nitario, días de hospitaliza­ción, etc.), el coste económico global del aborto sería de 80.000.000 dólares al año. Esta matanza legalizada habría de ser pagada por el contribuyente, incluido el que rechace el aborto por razo­nes científicas o incluso morales.

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4-y-7-Semanas[1]

4ª y 7ª Semana: Sistema nervioso, esqueleto, miembros, hígado

Si la sociedad no debe pagar este precio de san­gre, ha de pro­porcionar a las madres que pasan por situaciones difíciles otras soluciones que no sean la del aborto: como una buena orienta­ción de la pater­nidad responsable con una justa información de los métodos naturales de regulación de la natalidad, a uno de los cuales (el Billings) se le atribuye del 98,6 al 99,2 % de aciertos; una explicación exacta de las realidades profundas del amor y de la vida; así como la habilitación de medidas de protección a la maternidad en todas sus etapas; entre otras, la am­pliación del permiso por maternidad, aumento del subsidio por nacimiento, etc.

Y por lo que hace a los pobres, el Estado debe elevar su nivel de vida y hacer que su existencia sea cada vez más digna. No se elimina la pobreza eli­minando a los inocentes o matando a los pobres.

Sólo porque la última boca “la del no nacido” todavía no ha pe­dido pan, se le condena a muerte.

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5. No se debe nacer para el hambre y la miseria

El aborto constituye un medio de control demográfico en todos los países, especialmente preciso en los subdesarro­llados, que carecen de subsistencias para alimentar a toda la población.

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Al menos en los países europeos el peligro es el inverso: hay envejecimiento de la población: lo que ha dado lugar a que se empiece tímida­mente a proteger a la familia.

En general todos los países desarrollados expe­rimentan la implosión demográfica, o sea, la escle­rosis progresiva de la población. En los Informes del Consejo de Europa, se puede leer un principio gene­ral demográfico: “Si se mantienen los niveles de fecundidad que corresponden a una descenden­cia media de menos de dos hijos, el número de na­cimientos caerá, a largo plazo, por debajo del nú­mero de defunciones en todos los Esta­dos miem­bros”.

Ahora bien, el número de nacimientos no ha cesado de dis­minuir desde los alrededores de 1965.

El índice de fecundidad, marcado por el número de naci­mientos por cada mil mujeres fértiles entre los 15 y los 44 años, era en América de 122,5  en 1957 y de 66,5 en 1975. Conse­cuencia: hubo que cerrar es­cuelas construidas. A su vez, la tercera edad se ha incrementado. En 1977 había 23 millones de viejos entre 216 millones de habitantes, o sea, 1 de cada 10. En el año 2030 se calcula que habrá 1 de cada 4. El síntoma de en­vejecimiento en Estados Unidos aparece ya en varios sectores: las marcas de alimentos para ni­ños se transforman ofreciendo seguros de vida y comidas preparadas para mayores; los centros edu­cativos orientan sus enseñanzas para adultos; en los anuncios de Pepsi-Cola empieza a  salir gente con arrugas, etc.

En Europa ocurre otro tanto. Si en 1950 había 136 ancianos por 1.000 personas activas, en el año 2030 habrá 650 ancianos por 1.000 personas activas. Varios países europeos no aseguran ya el reemplazo generacional. Esto significa que los trabajadores no podrán compensar la población de más de 65 años. El retraso de la jubilación se acaba de imponer.

Muchas industrias desaparecerán, porque, por ejemplo, no se necesitará invertir en la construc­ción de viviendas (sector básico) y complejos urba­nos. La llamada “crisis del ladrillo” tiene en este hecho una parte de su explicación. El nacimiento del tercer hijo se hace política­mente necesario: en Francia, en Alemania, en Noruega. España es actualmente el segundo del mundo con menor fecundidad. Sobre el año 2030 comen­zarán a notarse los efectos devastadores de este descenso de la fecundi­dad.

La tasa de recambio poblacional es, en cualquier país, de 2,1 hijos por mujer. El índice porcentual de nacimientos de España es actual­mente de 1’1. Los na­cimientos descienden en España, desde 1977, a ra­zón de 200.000 anuales. Este índice es en Chile ligeramente diferente (1’4), pero situado en una franja que tampoco garantiza el recambio poblacional.

Es  preocupante que el movimiento que lleva a los países “avanzados” a liberalizar el aborto tiene su punto de origen en aquellos técnicos, sociólogos y financieros que pre­tenden asegu­rar el bienestar del mundo, pero que, en realidad, lo empujan al suicidio[5].

La tesis general de estos técnicos y hombres de negocios es que el despliegue demo­gráfico actual, que según ellos constituye una “onda humana devastadora” (le flot humain dévastateur), creciente en los países subdesarrollados, debe ser de­tenida si se quiere evitar el hambre, la guerra y la miseria universal.

El instrumento adecuado para ello es la “revo­lución sanita­ria”, cuyo núcleo está pensado en fun­ción del aborto. En Norte­américa hay dos grandes organismos privados, el “Population Council” y la “Federación Internacional de Planning Familiar” que se emplean en esta tarea; eso sí, provistos de abundantes fondos económicos que vienen espe­cialmente de J. D. Rockefe­ller III, una de las fortunas más grandes del mundo. Nadie ha impedido que sus tentáculos lleguen a todas partes.

Este milagroso remedio, aplicado a cualquier te­rritorio tiene indiscutiblemente un efecto de boo­merang que acaba por gol­pear al país que lo aplica: muchas naciones que practican el aborto (la “peste blanca” de la que habla P. Chaunu) están ya por de­bajo del “crecimiento cero”, tanto desde el punto de vista demográfico como económico; o sea, se en­cuentran en la vía del “autogenocidio”.

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La media de personas que un trabajador debe alimentar en Europa es de 2’0. Esto significa que la media de  descuentos que el obrero sufre por seguridad social viene a ser un 35 % del sueldo, o más: el viejo se está convirtiendo en una sanguijuela para el trabajador.

La regresión de la población tampoco mitiga el problema del paro juvenil; sencillamente porque se estanca el consumo, la inversión y los puestos de trabajo. Dentro de diez años, el cuerpo de docentes en Europa será excesivo, por falta de niños.

Por otra parte, promover el aborto en los casos de gentes po­bres no es el modo de facilitar su de­sarrollo autóctono, por decirlo en forma suave. El remedio para suprimir el hambre no está en diez­mar a la población, sino en llevar a cabo un reparto más equitativo de la riqueza y en explotar los recur­sos naturales. El Profesor Donald Bogne, ha pro­bado que teóricamente los agricultores del mundo pueden alimentar a una población 40 veces más grande que la actual.

Habría que aplicar aquello de “mi abuela comió la fruta y yo tengo la dentera”, cuando quienes pa­decen los efectos de una política económica injusta son los no nacidos.

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1,-4ª-Semana

El feto en la 4ª semana

El declive demográfico, en fin, va a la par con todas las deca­dencias: cuando declinaba el imperio romano, la población cayó de 8 a 1 en las zonas orientales del Mediterráneo. Sólo los pue­blos con una natalidad fuerte tienen también fe en su futuro. Los gobernantes deben dar no sólo medios para vi­vir, sino lo que es más importante, razones para vi­vir, para dar vida. Sin ideas vitales que, con su apo­yatura legal correspondiente, sean capa­ces de excitar un gran proyecto colectivo, no será posible frenar el aborto.


[1] Agudas críticas a la idea de “progreso” pueden verse en: García Morente, Manuel: Ensayos sobre el progreso, Madrid, 2011. – Wright, Ronald:  Breve historia del progreso : ¿hemos aprendido por fin las lecciones del pasado?, Barcelona, 2006. – Gray, John:  Contra el progreso y otras ilusiones, Barcelona, 2006. – Racionero, Luis:  El progreso decadente : repaso al siglo XX , Madrid, 2000. – Buchanan, James M.:  Ética y progreso económico, Barcelona,1995. Para aquilatar la noción de “progreso”, entendido como “desarrollo” es imprescindible consultar la Encíclica Populorum Progressio (El progreso de los pueblos), publicada por  Pablo VI en 1967.

[2] Toulat, Jean: Le Droit de naître, París, 1979.

 [3] Pierre Chaunu predijo el declive demográfico en Europa, haciendo una llamada a las consecuencias que tendría el aborto en un futuro próximo. No se equivocó. Véanse sus libros: Dans le refus de la vie, Paris, 1975;  La peste blanche, Paris, 1976.

[4] Christopher Tietze, «The Effect of Legalization of Abortion on Population Growth and Public Health»,  Family Planning Perspective, May/June 1975.

[5] Lagrange, E. y M.: Un complot contre la vie: avortement, París, 1979.