Francisco de Goya (1746-1828): “Carga de los Mamelucos”. El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levanta enfurecido contra los mamelucos (traidos por Napoleón de Egipto). La dureza de la escena será representada por Goya en su cuadro, que es ya un juicio histórico verídico, además de una magnífica obra de arte.

Francisco de Goya (1746-1828): “Carga de los Mamelucos”. El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levanta enfurecido contra los mamelucos (traidos por Napoleón de Egipto). La dureza de la escena será representada por Goya en su cuadro, que es ya un juicio histórico verídico, además de una magnífica obra de arte.

1. El juicio histórico: su naturaleza

Existe una notable diferencia entre el «juicio de autoridad» –el expresado a través de testimonios y testigos– y el «juicio histórico» que de­fine formalmente al historia­dor. El juicio histórico ha de ser un «saber de conclusiones», un saber terminal, no meramente prope­déutico, como es el «juicio de autoridad», cuya fuerza es buscada por las ciencias metodológicas (heurística, crítica, hermenéutica). El excesivo crecimiento de éstas –que operan por clasificaciones y búsquedas mi­nuciosas– puede entorpecer el saber histórico es­tricto, compuesto de enuncia­bles que afirman o niegan algo del pa­sado. Tras la metodología previa de los instrumentos del saber, ha de venir la interpretación efectiva de un hecho hu­mano pretérito, que enuncie categóricamente en un juicio: «sucedió así».

La simple filología puede hacer perder una incalculable canti­dad de esfuerzo y trabajo sobre toneladas de documentos, con un rendimiento histórico escaso. No es todavía «historiador» el que simplemente es laborioso y se afana en los archivos. La determi­nación de la autenticidad y de la veracidad de documentos y testi­gos constituye, para el historiador, una labor preparatoria, un mero análi­sis de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. Pero aislar es abstraer. Hay que devolver el hecho a la totalidad, pues de otro modo carecería de sen­tido: hay que reconstituir o reconstruir la totalidad: «Si conocemos todos los he­chos –dice Cassirer– en su orden cronológico tendremos un esquema general y un esqueleto de historia pero no poseeremos su vida real. Ahora bien, el tema general y la meta última del conocimiento histórico es una com­prensión de la vida humana»[1]. De la vida humana pasada, claro es.

En el juicio histórico hay que diferenciar el carácter lógico (su naturaleza o constitución) del aspecto gnoseológico (su aspiración a la verdad). En este capí­tulo estudiaremos el aspecto lógico, de­jando el gnoseológico para otro capítulo.

Considerado en su aspecto lógico, el juicio histórico es singular, particular: por eso la historia no estudia meros conceptos universa­les (como victoria, ho­micidio, guerra, paz, etc.), sino los hechos en su individualidad y, además, en su conexión. 1º. Las demás cien­cias usan también los hechos individuales, pero sólo en cuanto manifiestan leyes, excluyendo de ellos todo lo accidental e indi­vi­dual. En cambio, la historia considera los hechos en su individua­lidad; no la muerte de un emperador como tal, sino la de César por Bruto. No estudia las erupciones del Vesubio (tuvo muchas) como hechos geológicos, sino aquella precisa erupción que sepultó a Pompeya: lo histórico es la destrucción de esta ciudad, no la erup­ción de aquel volcán. A su vez, si se ocupa de leyes es porque és­tas conducen al conocimiento de los hechos[2]. No hay leyes de la historia, a partir de las cuales se pueda deducir el desarrollo de la humanidad. Pero hay le­yes en la historia, justo las estudiadas por las ciencias naturales y las ciencias sociales, y que el historiador no debe dejar de entender y aplicar en su discurso. Y aunque la historia pueda llevar al conocimiento más profundo de las leyes morales que rigen las acciones humanas, ese conocimiento consti­tuye un saber distinto, que es parte de la «filosofía de la historia». 2º. Además no estudia los hechos aislados o separados, sino rela­cionados: un hecho histórico tiene valor cuando es conocido en su conexión.

En esta individualidad del hecho se refleja además la libertad: pues la histo­ria sólo trata propiamente de los hechos humanos que expresan la libertad. Ciertamente estudia también los fenómenos físicos que –como terremotos, pes­tes, sequías, etc.– concurren en el despliegue de esos hechos y los determinan en alguna dirección –como en guerras, sediciones, migraciones, etc.–. Pero el jui­cio histórico manifiesta un suceso en tanto que ha sido hecho posible por liber­tad. Por eso, la explicación histórica –formada por un con­junto de juicios que enfocan los hechos impregnados de libertad humana– no pretende ser lógico-apodíctica. Justo porque esos he­chos no tienen su causa adecuada y completa en otros anteceden­tes.

Y no por eso es arbitraria, pues recoge el condicionamiento in­terno de los hechos, por el cual los productos de la libertad se han convertido en principios de posibilitación de sucesos ulteriores. Para que el hecho sea histórico, sus ante­cedentes no han de pesar tanto sobre él que lo determinen por completo. La ra­zón suficiente de la historia es la libertad, en la que no existe un lazo necesario entre su acto y lo elegible. Aunque el juicio histórico posea certeza y un alto grado de verosimilitud, carece de una evidencia absoluta: pues se refiere a he­chos que no son aprehensibles completamente.

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2. Narración

 

Lo principal del conocimiento histórico es la determinación co­nectiva de los hechos –referidos por documentos y testigos–. Se trata de una consideración sintética o implicativa, en una palabra, narración[3], la función más propia del historiador.

Historia es narración verdadera. En la aparente simplicidad de esta frase se incluyen los elementos más clásicos –el género y la diferencia– requeridos por una buena definición. Así lo destaca el libro del siglo XVII Genio de la Historia: «El género es narración que conviene también a la del poeta, orador y fabulista: los cuales narran en sus poemas, oraciones y fábulas. La diferencia es ser es­crita, llana y verdadera, con que se distingue de esos mismos»[4]. El modo de ser del conocimiento histórico –diferente del de otros co­nocimientos, como el matemático o el físico– es la narración. La narración verdaderase hace siem­pre de un pasado real: pues del futuro nada se sabe y el presente es inenarrable. Sólo en cuanto pasa, puede un presente ser narrado. Y el modo de traer ese pa­sado al presente por narración constituye formalmente el quehacer del historia­dor.

1º. El historiador no se propone resucitar el pasado en la pura desnudez del presente que tuvo, o sea, en la concentración de fuer­zas que iban haciendo sur­gir del incierto futuro aquel presente en el que todo se agitaba in fieri. Eso no lo puede hacer. El ser que ha pasado se hace irrevocablemente «sido», transcu­rrido, queda in facto esse. Pero el historiador sí puede recrear intencionalmente –mentalmente– el fieri mismo de aquel hecho que tuvo su pre­sente. En este sen­tido hay que interpretar las famosas frases de Ranke y Michelet: «mostrar cómo sucedieron propiamente las cosas, wie es eigentlich gewesen«. El pasado retorna en la conciencia del historiador con un modo de ser distinto del que tuvo en la realidad: es conocido en cuanto pretérito. El historiador no se hace «contemporáneo» de su objeto; más bien lo aleja y lo capta en la perspectiva del pasado. «El acto mismo de este conocimiento pone simultáneamente el hecho evocado como habiendo-sido-un-pre­sente y la distancia, más o menos grande, que nos separa de él»[5].

2º. Aunque del objeto pasado nos separa un trecho largo o corto, ese inter­valo no es un espacio vacío: «a través del tiempo inter­medio, los acontecimien­tos que se trata de estudiar –trátese de ac­ciones, de pensamientos o de senti­mientos– han ido dando sus frutos, teniendo consecuencias, desplegando sus virtualidades… Y no podemos separar el conocimiento de éstos del de sus se­cue­las»[6]. El conocimiento histórico es una síntesis de esas consecuencias y vir­tualidades.

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3. La narración como síntesis

 

El conocimiento histórico es propiamente narrativo. Y ello significa que formalmente no es mera crónica, en la que aparece una simple secuela de he­chos; la narración expresa la conexión de una pluralidad de hechos.A través de la historia se intenta com­prender por qué somos ahora como somos; para lo cual es preciso relatar lo que hemos hecho. ¿Qué es lo que nos hace comprender que nuestro ser histórico es distinto de nuestro ser físico? Responde Ortega: «Simplemente contar, narrar que antes fui cris­tiano, que el lector, por sí o por los otros hombres de que sabe, fue absolutista, cesarista, demócrata, etc. En suma, aquí el razona­miento esclarecedor, la razón, consiste en una narración. Frente a la pura razón físico-matemática hay, pues, una razón narrativa. Para comprender algo humano, personal o colectivo es preciso contar una historia»[7]. De manera que la razón histórica es razón narrativa, razón que cuenta, distinta de la razón físico-matemática.

El curso histórico se distiende; y en él se coimplican sus mo­mentos. El co­nocimiento histórico expresa la conexión o implica­ción de ese continuo tempo­ral. La operación cognoscitiva de co­nectar un presente a un pasado se llama síntesis. Explicar la histo­ria no es meramente aprehender los múltiples lazos por los que se unen entre sí las distintas facetas de la realidad humana, sino for­mal­mente –y es lo decisivo– exponer la vinculación de un fenó­meno humano a sus antecedentes inmediatos o lejanos y, también, a sus consiguientes. Esa conexión sólo muy externamente se ase­meja a la manifestada en un corte de anatomista que quiere encon­trar en el músculo los fascículos y fibras en que se subdivide. El pasado muestra también una estructura jerarquizada de hechos de civiliza­ción. «El historiador descubrirá que cada uno de esos ele­mentos de la realidad histórica, desde el hecho de civilización ais­lado hasta la más vasta síntesis se in­serta en un desarrollo conti­nuo«[8]. Una vez establecido el hecho (mediante el análisis), hay que explicarlo (mediante la síntesis) insertándolo en unas cadenas de orden, en unas conexiones estructurales cada vez más amplias.

Pero análisis y síntesis no están separados. La ciencia histórica se constituye mediante dos movimientos paralelos simultáneos y mutuamente fundantes, des­criptivo uno, constructivo otro. No hay descripción (análisis), sin una cierta construcción en su base; así como no es posible la construcción sin una refe­rencia a la descrip­ción. El nexo que se barrunta (síntesis anticipadora) condi­ciona la heurística concreta (el tipo de análisis), la cual refluye –una vez reali­zada la crítica documental y la interpretación– en la consoli­dación de la síntesis. Por el acto descriptivo se acumulan observa­ciones de hechos; pero la mera acumulación aditiva de hechos es sólo materia bruta de observación, por lo que es preciso que la descripción vaya inicialmente guiada por una  construcción previa.

Esta es otra forma de decir que la razón histórica es narrativa. Pero su activi­dad está alejada tanto del capricho como de la nece­sidad[9]. Si se considera que la narración equivale a simple «enu­meración», la historia se convierte en una serie de piezas seriadas sin conexión: no sería nada más que un proceso arbitrario de hechos. Pero si, por el contrario, se considera que la narración equivale a pura «deducción», se elimina el papel de la libertad en la historia; ésta no sería otra cosa que un proceso inexorable de he­chos, conectados necesariamente.

Ahora bien, ¿es posible narrar el despliegue de un nexo que, sin ser arbitra­rio, muestre el cuño de la libertad? Insistamos: si el nexo aludido fuese comple­tamente arbitrario, la historia sería una enu­meración puramente analítica y yux­tapositiva de hechos, por cuanto dispondría de un repertorio de hechos externa­mente adosa­dos. La narración histórica, en cambio, ha de efectuar un recorrido sintético –o conectivo– que sea a la vez concreto y proyectivo.

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4. Síntesis concreta

 

La síntesis que realiza el historiador en nada se parece a la uni­ficación abs­tractiva[10]. Esta última es propia, por ejemplo, de la sociología, la cual prescinde de los hechos particulares para ate­nerse a dimensiones generales o colectivas, desde las cuales pue­den obtenerse conclusiones generales, como constantes so­ciales. En la unificación abstractiva encontramos dos rasgos básicos: pri­mero, aprehensión de una forma universal (por ejemplo, ‘hombre’) en la que se englo­ban todos los miembros de un conjunto (Juan, Pedro, María, etc.); segundo, de­saparición de la pluralidad como tal en el acto de captar la forma común, la esencia unitaria e idén­tica. De suerte que la unificación abstractiva no es la sín­tesis de una «pluralidad», sino la captación de un objeto «único», realiza­ble en cada uno de los miembros. En cuanto utiliza la unificación abstractiva, la socio­logía determina los tipos sociales,  las leyes de la vida social; y aunque enfoque los hechos pasados, considéralos solamente bajo aspectos generales: de la Reforma le interesará la forma general de las revoluciones religiosas; del asesi­nato de Julio César, enfocará los caracteres del asesinato político. La historia, en cambio, investiga el hecho singular, en cuanto original y único, in­sertado en las correspondientes circunstancias de espacio y tiempo: determina, pues, el orden de los sucesos singulares, o sea, realiza la síntesis de una pluralidad.

Ya el autor del Genio de la Historia subrayaba en 1561 la con­creción y sin­gularidad de los hechos a que alude la narración: «En la materia de estas narra­ciones se debe procurar que la relación de las cosas y sucesos particulares sea muy particular: porque dichos en suma y generalmente no inducen aquella uti­lidad y aquel gusto que se saca de las noticias particulares. Para esto será muy conve­niente el señalar las circunstancias que más suelen individuar el caso que se narra; como son las personas, el tiempo, lugar, modo y otras que le acompa­ñan»[11].

La síntesis concreta no conduce a una esencia común que pres­cinde de las diferencias, pues mantiene la heterogeneidad de todos los elementos, junto con sus diferencias. El conocimiento histórico revela de una manera concreta las co­nexiones del acontecer.

En el hecho histórico podemos diferenciar su aspecto material y su aspecto formal.

La síntesis concreta nos ofrece, desde el punto de vista material, la «individualidad» sui generis del hecho histórico. Histórico es, materialmente, el hecho humano pasado: el pasado humano, «el pasado del hombre en cuanto hombre, del hombre hecho ya tal, por oposición al pasado biológico, al del de­venir de la especie humana, objeto éste no de la historia, sino de la paleontolo­gía humana, rama de la biología»[12]. También entran en la historia los hechos fí­sicos  –un terremoto, un diluvio, una explosión atómica– en cuanto repercuten en la actitud del hombre. Por eso, sólo en un sentido impropio se puede decir que la historia estudia todo lo que tiene un pasado (la tierra, el universo, los glaciares, etc.). En sentido estric­to y propio, la historia estudia el pasado hu­mano, o sea, los hechos del pasado que provocan la evolución de las sociedades humanas (guerra de las Galias, asesinato de César, etc.).

Además, la «individualidad histórica» no ha de ser entendida simplemente como lo que caracteriza a un sujeto particular hu­mano: «individualidad histó­rica» es la poseída también por una época concreta. Lo singular que estudia la historia «puede ser tam­bién un hecho global, que abarque un gran sector de hu­manidad, de hombres que vivieron cada uno su vida personal, o de ideas, de valores, de creaciones culturales; la noción de «acaecimiento» histórico puede aplicarse a un fenómeno de larga duración; el objeto histórico puede ser no sólo una batalla, una guerra, una di­nastía, sino también toda una crisis económica, todo un movi­miento demográfico, una clase social, un régimen –o, en el domi­nio artístico, un estilo–, una religión, un sistema de organización general de la sociedad, una civilización»[13].

Pero formalmente lo histórico es el pasado humano implicado virtualmente en un presente, al que ha hecho posible, dejando fuera otras posibilidades. Lo específico de una generación respecto de la que le precede y le sigue es justo el conjunto de posibilidades acumuladas. El cometido del historiador se agota en captar esa es­pecificidad.

La serie narrativa ha de acoger, en orden a las repercusiones, tanto los he­chos sociales influyentes (Reforma, Cruzadas, Revo­lución francesa), como los hechos físicos que han podido con­mover a un pueblo (la erupción del Vesubio, las inundaciones del Nilo); y también los hechos biológicos individuales que in­fluyen con cierta fuerza en el despliegue de los fenómenos sociales (la nariz de Cleopatra, el mal de piedra de Cromwell).

Por tanto, no todos los fenómenos individuales humanos, por el hecho de serlo, poseen virtualidad histórica. La historia no se ocupa de la muerte de un ignoto sujeto ocurrida en 1975; pero sí de la muerte de Franco, ocurrida en ese mismo año, a partir de la cual se produce en la historia de España un giro nota­ble. La acción de un individuo es histórica cuando al obrar como ejemplo sobre una masa de hombres tiene repercusión, sea política, sea artística, sea religiosa…

En cualquier caso, el objeto material –el hecho histórico– del historiador no se presenta como una barahúnda o polvareda ininte­ligible de elementos: el he­cho histórico muestra cierta organiza­ción, estructura ordenada, en forma de en­cadenamientos o nexos. Algunos han exagerado de tal manera este requisito de ordenación, que han dicho, como Hegel, que sólo en el nivel de organización del Estado comienza propiamente la historia, las res gestae: los hombres que vivieron en sociedades sin Estado pertenecerían a la prehistoria[14].

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5. Síntesis proyectiva

 

En virtud del aspecto formal del hecho histórico, la síntesis del recorrido his­tórico ha de ser proyectiva. Un objeto pasado puede ser enfocado de dos modos; absolutamente y conectivamente[15]. Tomemos, por ejemplo, una moneda ro­mana. La consideración ab­soluta de este objeto pasado se centrará en el valor y el sentido in­terno que posee. La consideración conectiva destacará que la mo­neda de oro, por su escasez, produjo un levantamiento en Cartago. La moneda es considerada bajo la perspectiva de su conexión con algo posterior. Esto quiere decir que el conocimiento histórico se dirige formalmente a algo vertido conectivamente a un presente. En tal conocimiento, la determinación de la au­tenticidad y de la veracidad de los documentos y testigos constituye sólo una la­bor preparatoria, es decir, una consideración meramente analítica de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. En cambio, el conocimiento histórico se constituye cuando los hechos quedan de­terminados conectivamente, implicati­vamente, sintéticamente. Esto explica que la expresión «hecho histórico» sea vista con cierto recelo por algunos críticos del conocimiento histórico, dada la imagen en cierto modo atomística que de ella se puede hacer, «como si la histo­ria se compusiera de una multiplicidad de peque­ños e impenetrables núcleos de realidad factual»[16].

La recordación histórica no es simplemente un acto de repro­ducción, sino una síntesis intelectual original, un acto constructivo. «En esta reconstrucción, la mente humana se mueve en la direc­ción opuesta del proceso original. Todas las obras de cultura se originaron en un acto de solidificación y estabilización […]. Tras estas formas fijas y estáticas, tras estas obras petrificadas de la cultura, la historia detecta los impulsos dinámicos originales. El don de los grandes histo­riadores no es otro que el de reducir los meros hechos a su fieri, los productos a procesos, las cosas o insti­tuciones estáticas a sus energías creadoras»[17].

La implicación aquí es tanto retrospectiva como prospectiva[18].

Considerado retrospectivamente, el suceso es conocido como un conjunto de factores que rebasan el ámbito de su actualidad[19], pues en él se engarzan las posibilidades que los sucesos anteriores dejaron; es decir, el suceso anterior fi­gura como principio de posi­bilitación en el posterior o como antecedente del posterior: la con­sideración histórica presenta al suceso como resultado de un pro­ceso de posibilitación. En el correr histórico, un suceso no se apoya mate­rialmente en otro suceso, sino en la posibilidad real que el anterior suceso dejó al desrealizarse. «En cuanto el hecho histó­rico tiene el carácter de un cierto todo por gravitar en él las res­pectivas virtualidades de sus antecedentes, cabe intentar la repre­sentación de esos momentos o factores virtuales que en él se en­cuentran implicados. El hecho histórico se nos presenta entonces como un cierto resul­tado implicativo, una suerte especial de totali­dad irreducible a las demás clases de conjuntos, y a la que puede denominarse precisamente «todo histórico»»[20]. Por eso es epilogal el conocimiento histórico: todo suceso requiere, para ser com­prendido, una consideración retrospectiva; en el suceso gravitan y se asu­men los sucesos pasados, en tanto que convertidos en posi­bilitaciones. El suceso presente es una totalidad de implicaciones; y la explicación histórica consiste en exponer las posibilidades rea­les del presente, que fueron  en su momento suce­sos reales.

Pero la consideración histórica es también como un prólogo. Pues el hecho histórico no es mirado en su pura desnudez, sino produciendo secuelas: influ­yendo, dando frutos, desplegando vir­tualidades. «Considerado de una manera absoluta, sin ningún or­den a una actualidad ulterior, ningún hecho pasado es histórico. Lo que hace ser histórico a un pasado es la virtualidad por la que, de algún modo, transciende hasta un presente. El conocimiento histó­rico es aquel cuyo objeto, por tanto, se nos presenta en relación con una futura actualidad. Historiar es, entonces, medir la virtuali­dad de un pasado en un presente»[21]. Mirado prospectivamente, el suceso muestra una fecundidad en la línea del uso de las faculta­des. «La explicación histórica de un hecho no se reduce al desplie­gue de sus virtualidades antecedentes, sino que abarca también el de sus reper­cusiones o secuencias. He ahí la razón por la cual puede decirse que lo contem­poráneo no es, en cuanto tal, objeto de la historia. Con relación a él carecemos, en efecto, de la posibili­dad de una explicación prospectiva»[22].

El narrar histórico ha de ser tanto prólogo (por subrayar consi­guientes) como epílogo (por indicar antecedentes). Y podría de­cirse que en ello se agota. Historiar es realizar el prólogo y el epí­logo de un suceso.

Por este carácter implicativo, la historia es acumulativa: justo de posibilida­des reales y de reales imposibilidades. Por eso, el cono­cimiento histórico versa sobre un objeto que dice relación a una actualidad posterior. Y en tal sentido, «historiar» es calibrar o me­dir la repercusión de un pasado en un presente.

¿Cómo ha de ser entendida esa «repercusión» del pasado en un presente? El suceso puede figurar en el siguiente como posibilidad real de éste: pero nunca como elemento anatómico (componente material) ni tampoco como elemento energético (causa eficiente). Todo suceso se está desrealizando y haciéndose posibilidad que, en cuanto tal, condiciona el curso del acaecer ulterior.

La realidad histórica –objeto del conocimiento histórico– con­siste en un pro­ceso de posibilitación (de capacitación o de incapa­citación). De manera que en el acontecer histórico el hecho pasado permanece en el presente como principio de capacitación de éste. Tal permanencia puede ser entendida como «implicación» en un presente. El estar en un presente, como principio de capaci­tación de tal presente, es la «repercusión» antes aludida. El conocimiento histó­rico no es más que el conocimiento del proceso implicativo del principio de po­sibilidad en el hecho. Por esta implicación, el hecho se convierte en suceso. El «suceso» es el hecho surgido del uso de las facultades; y por el uso la facultad se capacita o incapa­cita. El objeto del conocimiento histórico es un proceso de sucesos y no un proceso de hechos. Es cierto que unos hechos (surgidos del mero ejercicio facultativo) pueden repercutir en otros hechos de manera efi­ciente, final o formal. Mas para que haya «suceso» –hecho histórico– se precisa que la repercusión sea meramente de índole «material», en el sentido de condi­ción interna o posibilita­ción. La historia es un proceso en el que un elemento se apoya en el anterior y apoya al siguiente en una línea de continuidad; es justo un proceso de sucesos, no de hechos surgidos del ejercicio, sino de acciones surgi­das del uso. Un suceso se apoya en la posi­bilidad real que el anterior suceso dejó en el presente.

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6. La secuencia histórica

 

De aquí se siguen dos conclusiones: primera, que en la historia no hay una secuencia física; segunda, tampoco hay secuencia dia­léctica[23].

a) No hay secuencia física en la historia; ni direcciones perma­nentes, ni leyes naturales. Pues es radical la caducidad de la enti­dad de los hechos precedentes: por eso no hay inercia histórica, o sea, determinación eficiente inexorable de un hecho en otro. Cada suceso tiene un tipo de realidad distinto de los anteriores. La his­toria no es un condicionamiento eficiente de unos sucesos por otros.

Pero en ella es también radical la presencia de la posibilitación. Por eso el historiador, en su contar o narrar, debe representarse una libertad que desea de­terminar una situación y, a la vez, está con­dicionada por la posibilidad que ha dejado el suceso anterior al desrealizarse: la libertad se apoya en ese condicio­namiento para determinar lo que desea. Un suceso condiciona al siguiente sólo como posibilidad real: influye cuando ha dejado de tener las con­diciones de in­fluir, cuando ha dejado de ser real; al desrealizarse queda como principio de posibilitación. Este influjo no es efi­ciente. Pero tampoco es un condiciona­miento pasivo, como si al desrealizarse dejara indolentemente paso al siguiente.

La fecundidad histórica de un suceso estriba en su poder ser principio de po­sibilitación en el siguiente: está entrañado todo él en el presente, a título de ser toda la posibilidad del presente. Por eso –y con objeto de expresar mejor el sen­tido de la coimplicación propia del hecho histórico– ha de revisarse la utiliza­ción del con­cepto de causa en historia. «Físicos y naturalistas –dice Marrou– han sustituido la noción de causa en la práctica por la más general y mejor defi­nida de «condiciones de aparición» (dados los fenó­menos A,B,C…, se observará el fenómeno X). De semejante modo, la historia, creo yo, ha de renunciar a la búsqueda de las causas y sustituirla por la de los «desarrollos coordinados», no­ción que no es sino una extensión a la nueva dimensión del tiempo de la está­tica noción de estructura (tal fenómeno histórico se halla vinculado a tal otro por una relación inteligible: se comprende la moral espar­tana cuando se ha recono­cido que está ligada al ideal totalitario de la Ciudad)»[24].

b) Tampoco hay una secuencia dialéctica de la historia. La na­rración debe plegarse a la naturaleza de un objeto que es a la vez racional y contingente. Que el hecho sea racional significa que no carece de razones de ser. Pero la razón que explica un hecho no es apodíctica, porque en ese caso un suceso sería la premisa del si­guiente; y la historia entera acabaría siendo un inmenso silogismo. Pues bien, aunque el suceso presente admite explicación, no es apodícticamente racional: el suceso no tiene causas, sino condicio­nes de posibilitación.

Que el hecho sea contingente significa que podía no haber su­cedido: no es intrínsecamente necesario, pues implica la contin­gencia que arranca de la liber­tad humana. Por eso dice Marrou que la explicación histórica queda más próxima a la experiencia que la explicación físico-matemática. «Cabe hacer la legítima pregunta de si tal vez la verdadera historia no será esto: la experiencia concreta de la complejidad de lo real, la toma de conciencia de su estructura y de su evolución, ambas tan ramificadas; conocimiento elaborado, sin duda, en profundidad no menos que extenso en comprensión; pero algo que, en defini­tiva, quedaría más cerca de la experiencia vivida que de la explicación cientí­fica»[25].

En resumen, la narración histórica: 1º. No expresa una secuen­cia natural o física, impuesta por leyes naturales. 2º. No expresa una secuencia lógica o dia­léctica, pues los hechos humanos no se comportan como premisas lógicas entre sí. 3º. Expresa una se­cuencia de posibilitación, que implica el ejercicio de la li­bertad y el uso de las facultades: se trata de una secuencia continua, un continuo especial, distinto del lógico y del biológico.

Cuestión distinta es que el historiador suponga, en sentido sub­jetivista, que la masa de datos recogidos sea de suyo caótica y sin forma, debiendo prestarle él mismo configuración y trama[26]. Surge entonces la pregunta: ¿Cuál es la verdad del juicio histórico? De esto tratará en otro capítulo.



[1]     E. Cassirer, Antropología filosófica, 270.

[2]     Soy consciente de que el término «hecho histórico» no tiene buena prensa entre muchos historiadores. Edward H. Carr censura que el historia­dor busque los hechos como los «pescados en el mostrador», para después llevárselos y comérselos; y propone entenderlos como «peces en el mar», cuya pesca depende de las facultades del historiador (¿Qué es la historia?, 12). Lucien Febvre se mofa de quien entiende los archivos como «graneros de hechos» y después aplica un criterio externo para ordenarlos(Combates por la historia, 180). Frente a esas actitudes recelosas ante los «hechos» Federico Suárez afirma con sensatez: «Por hecho se entiende algo que ha sucedido realmente en el tiempo y en el espacio, algo que ha sido hecho de algún modo por los hombres, y tanto da que sea una batalla, un tratado, un libro, el descubrimiento de América, el pensamiento de Aristóteles, la teoría política de Montesquieu, la invención de la máquina de vapor o la deuda pública de un país en un momento determinado. Si no es un hecho algo que ha sucedido realmente, no es nada, y entonces no hay modo de saber de qué se ocupa la historia». La historia y el método, 191.

[3]     L. Stone, «The Revival of Narrative», en The Past and the Present, 74-96. También: P. Veyne, Cómo se escribe la historia.  L. Braudy, Narrative Form in History and Fiction,.

[4]     Gerónimo de San José, Genio de la Historia, 84-85.

[5]     I. Marrou, El conocimiento histórico, 36.

[6]     I. Marrou, El conocimiento histórico, 37.

[7]     J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, 40.

[8]     I. Marrou, El conocimiento histórico,  135.

[9]     A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 135.

[10]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 118.

[11]   Gerónimo de San José, Genio de la Historia, 89-90.

[12]   I. Marrou, El conocimiento histórico, 29.

[13]   I. Marrou, El conocimiento histórico, 219-220.

[14]   Hegel, Philosophie der Geschichte, 145.

[15]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 115.

[16]   I. Marrou, El conocimiento histórico, 219.

[17]   E. Cassirer, Antropología filosófica, 272.

[18]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 132.

[19]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 120.

[20]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 132.

[21]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 114.

[22]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 133.

[23]   A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 122-126.

[24]   I. Marrou, El conocimiento histórico, 134.

[25]   I. Marrou, El conocimiento histórico, 135.

[26]   «La realidad en cuanto tal es mala consejera a la hora de la narración. Para que interese hay que manipularla, trucarla, darle un grosor o aligerarla, pero nunca tomarla sin más. Se le ha de trabajar, aunque no hasta el ex­tremo de que ya no se le reconozca. Transcenderla, pero sin perderla de vista. Con tanta realidad como hay, lo primero, y a veces lo único, que se debe hacer es acomodarla a la medida del hombre». Manuel Cruz, Narratividad. La nueva síntesis, 175. «La narrativa es cualquier forma lite­raria en que la voz del narrador se levanta contra un fondo de ignorancia, incomprensión u olvido para dirigir nuestra atención, a propósito, a un segmento de la experiencia organizado de un modo particular». H. White, «The Structure of Historical Narrative», 13.