1. El juicio histórico: su naturaleza
Existe una notable diferencia entre el «juicio de autoridad» –el expresado a través de testimonios y testigos– y el «juicio histórico» que define formalmente al historiador. El juicio histórico ha de ser un «saber de conclusiones», un saber terminal, no meramente propedéutico, como es el «juicio de autoridad», cuya fuerza es buscada por las ciencias metodológicas (heurística, crítica, hermenéutica). El excesivo crecimiento de éstas –que operan por clasificaciones y búsquedas minuciosas– puede entorpecer el saber histórico estricto, compuesto de enunciables que afirman o niegan algo del pasado. Tras la metodología previa de los instrumentos del saber, ha de venir la interpretación efectiva de un hecho humano pretérito, que enuncie categóricamente en un juicio: «sucedió así».
La simple filología puede hacer perder una incalculable cantidad de esfuerzo y trabajo sobre toneladas de documentos, con un rendimiento histórico escaso. No es todavía «historiador» el que simplemente es laborioso y se afana en los archivos. La determinación de la autenticidad y de la veracidad de documentos y testigos constituye, para el historiador, una labor preparatoria, un mero análisis de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. Pero aislar es abstraer. Hay que devolver el hecho a la totalidad, pues de otro modo carecería de sentido: hay que reconstituir o reconstruir la totalidad: «Si conocemos todos los hechos –dice Cassirer– en su orden cronológico tendremos un esquema general y un esqueleto de historia pero no poseeremos su vida real. Ahora bien, el tema general y la meta última del conocimiento histórico es una comprensión de la vida humana»[1]. De la vida humana pasada, claro es.
En el juicio histórico hay que diferenciar el carácter lógico (su naturaleza o constitución) del aspecto gnoseológico (su aspiración a la verdad). En este capítulo estudiaremos el aspecto lógico, dejando el gnoseológico para otro capítulo.
Considerado en su aspecto lógico, el juicio histórico es singular, particular: por eso la historia no estudia meros conceptos universales (como victoria, homicidio, guerra, paz, etc.), sino los hechos en su individualidad y, además, en su conexión. 1º. Las demás ciencias usan también los hechos individuales, pero sólo en cuanto manifiestan leyes, excluyendo de ellos todo lo accidental e individual. En cambio, la historia considera los hechos en su individualidad; no la muerte de un emperador como tal, sino la de César por Bruto. No estudia las erupciones del Vesubio (tuvo muchas) como hechos geológicos, sino aquella precisa erupción que sepultó a Pompeya: lo histórico es la destrucción de esta ciudad, no la erupción de aquel volcán. A su vez, si se ocupa de leyes es porque éstas conducen al conocimiento de los hechos[2]. No hay leyes de la historia, a partir de las cuales se pueda deducir el desarrollo de la humanidad. Pero hay leyes en la historia, justo las estudiadas por las ciencias naturales y las ciencias sociales, y que el historiador no debe dejar de entender y aplicar en su discurso. Y aunque la historia pueda llevar al conocimiento más profundo de las leyes morales que rigen las acciones humanas, ese conocimiento constituye un saber distinto, que es parte de la «filosofía de la historia». 2º. Además no estudia los hechos aislados o separados, sino relacionados: un hecho histórico tiene valor cuando es conocido en su conexión.
En esta individualidad del hecho se refleja además la libertad: pues la historia sólo trata propiamente de los hechos humanos que expresan la libertad. Ciertamente estudia también los fenómenos físicos que –como terremotos, pestes, sequías, etc.– concurren en el despliegue de esos hechos y los determinan en alguna dirección –como en guerras, sediciones, migraciones, etc.–. Pero el juicio histórico manifiesta un suceso en tanto que ha sido hecho posible por libertad. Por eso, la explicación histórica –formada por un conjunto de juicios que enfocan los hechos impregnados de libertad humana– no pretende ser lógico-apodíctica. Justo porque esos hechos no tienen su causa adecuada y completa en otros antecedentes.
Y no por eso es arbitraria, pues recoge el condicionamiento interno de los hechos, por el cual los productos de la libertad se han convertido en principios de posibilitación de sucesos ulteriores. Para que el hecho sea histórico, sus antecedentes no han de pesar tanto sobre él que lo determinen por completo. La razón suficiente de la historia es la libertad, en la que no existe un lazo necesario entre su acto y lo elegible. Aunque el juicio histórico posea certeza y un alto grado de verosimilitud, carece de una evidencia absoluta: pues se refiere a hechos que no son aprehensibles completamente.
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2. Narración
Lo principal del conocimiento histórico es la determinación conectiva de los hechos –referidos por documentos y testigos–. Se trata de una consideración sintética o implicativa, en una palabra, narración[3], la función más propia del historiador.
Historia es narración verdadera. En la aparente simplicidad de esta frase se incluyen los elementos más clásicos –el género y la diferencia– requeridos por una buena definición. Así lo destaca el libro del siglo XVII Genio de la Historia: «El género es narración que conviene también a la del poeta, orador y fabulista: los cuales narran en sus poemas, oraciones y fábulas. La diferencia es ser escrita, llana y verdadera, con que se distingue de esos mismos»[4]. El modo de ser del conocimiento histórico –diferente del de otros conocimientos, como el matemático o el físico– es la narración. La narración verdaderase hace siempre de un pasado real: pues del futuro nada se sabe y el presente es inenarrable. Sólo en cuanto pasa, puede un presente ser narrado. Y el modo de traer ese pasado al presente por narración constituye formalmente el quehacer del historiador.
1º. El historiador no se propone resucitar el pasado en la pura desnudez del presente que tuvo, o sea, en la concentración de fuerzas que iban haciendo surgir del incierto futuro aquel presente en el que todo se agitaba in fieri. Eso no lo puede hacer. El ser que ha pasado se hace irrevocablemente «sido», transcurrido, queda in facto esse. Pero el historiador sí puede recrear intencionalmente –mentalmente– el fieri mismo de aquel hecho que tuvo su presente. En este sentido hay que interpretar las famosas frases de Ranke y Michelet: «mostrar cómo sucedieron propiamente las cosas, wie es eigentlich gewesen«. El pasado retorna en la conciencia del historiador con un modo de ser distinto del que tuvo en la realidad: es conocido en cuanto pretérito. El historiador no se hace «contemporáneo» de su objeto; más bien lo aleja y lo capta en la perspectiva del pasado. «El acto mismo de este conocimiento pone simultáneamente el hecho evocado como habiendo-sido-un-presente y la distancia, más o menos grande, que nos separa de él»[5].
2º. Aunque del objeto pasado nos separa un trecho largo o corto, ese intervalo no es un espacio vacío: «a través del tiempo intermedio, los acontecimientos que se trata de estudiar –trátese de acciones, de pensamientos o de sentimientos– han ido dando sus frutos, teniendo consecuencias, desplegando sus virtualidades… Y no podemos separar el conocimiento de éstos del de sus secuelas»[6]. El conocimiento histórico es una síntesis de esas consecuencias y virtualidades.
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3. La narración como síntesis
El conocimiento histórico es propiamente narrativo. Y ello significa que formalmente no es mera crónica, en la que aparece una simple secuela de hechos; la narración expresa la conexión de una pluralidad de hechos.A través de la historia se intenta comprender por qué somos ahora como somos; para lo cual es preciso relatar lo que hemos hecho. ¿Qué es lo que nos hace comprender que nuestro ser histórico es distinto de nuestro ser físico? Responde Ortega: «Simplemente contar, narrar que antes fui cristiano, que el lector, por sí o por los otros hombres de que sabe, fue absolutista, cesarista, demócrata, etc. En suma, aquí el razonamiento esclarecedor, la razón, consiste en una narración. Frente a la pura razón físico-matemática hay, pues, una razón narrativa. Para comprender algo humano, personal o colectivo es preciso contar una historia»[7]. De manera que la razón histórica es razón narrativa, razón que cuenta, distinta de la razón físico-matemática.
El curso histórico se distiende; y en él se coimplican sus momentos. El conocimiento histórico expresa la conexión o implicación de ese continuo temporal. La operación cognoscitiva de conectar un presente a un pasado se llama síntesis. Explicar la historia no es meramente aprehender los múltiples lazos por los que se unen entre sí las distintas facetas de la realidad humana, sino formalmente –y es lo decisivo– exponer la vinculación de un fenómeno humano a sus antecedentes inmediatos o lejanos y, también, a sus consiguientes. Esa conexión sólo muy externamente se asemeja a la manifestada en un corte de anatomista que quiere encontrar en el músculo los fascículos y fibras en que se subdivide. El pasado muestra también una estructura jerarquizada de hechos de civilización. «El historiador descubrirá que cada uno de esos elementos de la realidad histórica, desde el hecho de civilización aislado hasta la más vasta síntesis se inserta en un desarrollo continuo«[8]. Una vez establecido el hecho (mediante el análisis), hay que explicarlo (mediante la síntesis) insertándolo en unas cadenas de orden, en unas conexiones estructurales cada vez más amplias.
Pero análisis y síntesis no están separados. La ciencia histórica se constituye mediante dos movimientos paralelos simultáneos y mutuamente fundantes, descriptivo uno, constructivo otro. No hay descripción (análisis), sin una cierta construcción en su base; así como no es posible la construcción sin una referencia a la descripción. El nexo que se barrunta (síntesis anticipadora) condiciona la heurística concreta (el tipo de análisis), la cual refluye –una vez realizada la crítica documental y la interpretación– en la consolidación de la síntesis. Por el acto descriptivo se acumulan observaciones de hechos; pero la mera acumulación aditiva de hechos es sólo materia bruta de observación, por lo que es preciso que la descripción vaya inicialmente guiada por una construcción previa.
Esta es otra forma de decir que la razón histórica es narrativa. Pero su actividad está alejada tanto del capricho como de la necesidad[9]. Si se considera que la narración equivale a simple «enumeración», la historia se convierte en una serie de piezas seriadas sin conexión: no sería nada más que un proceso arbitrario de hechos. Pero si, por el contrario, se considera que la narración equivale a pura «deducción», se elimina el papel de la libertad en la historia; ésta no sería otra cosa que un proceso inexorable de hechos, conectados necesariamente.
Ahora bien, ¿es posible narrar el despliegue de un nexo que, sin ser arbitrario, muestre el cuño de la libertad? Insistamos: si el nexo aludido fuese completamente arbitrario, la historia sería una enumeración puramente analítica y yuxtapositiva de hechos, por cuanto dispondría de un repertorio de hechos externamente adosados. La narración histórica, en cambio, ha de efectuar un recorrido sintético –o conectivo– que sea a la vez concreto y proyectivo.
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4. Síntesis concreta
La síntesis que realiza el historiador en nada se parece a la unificación abstractiva[10]. Esta última es propia, por ejemplo, de la sociología, la cual prescinde de los hechos particulares para atenerse a dimensiones generales o colectivas, desde las cuales pueden obtenerse conclusiones generales, como constantes sociales. En la unificación abstractiva encontramos dos rasgos básicos: primero, aprehensión de una forma universal (por ejemplo, ‘hombre’) en la que se engloban todos los miembros de un conjunto (Juan, Pedro, María, etc.); segundo, desaparición de la pluralidad como tal en el acto de captar la forma común, la esencia unitaria e idéntica. De suerte que la unificación abstractiva no es la síntesis de una «pluralidad», sino la captación de un objeto «único», realizable en cada uno de los miembros. En cuanto utiliza la unificación abstractiva, la sociología determina los tipos sociales, las leyes de la vida social; y aunque enfoque los hechos pasados, considéralos solamente bajo aspectos generales: de la Reforma le interesará la forma general de las revoluciones religiosas; del asesinato de Julio César, enfocará los caracteres del asesinato político. La historia, en cambio, investiga el hecho singular, en cuanto original y único, insertado en las correspondientes circunstancias de espacio y tiempo: determina, pues, el orden de los sucesos singulares, o sea, realiza la síntesis de una pluralidad.
Ya el autor del Genio de la Historia subrayaba en 1561 la concreción y singularidad de los hechos a que alude la narración: «En la materia de estas narraciones se debe procurar que la relación de las cosas y sucesos particulares sea muy particular: porque dichos en suma y generalmente no inducen aquella utilidad y aquel gusto que se saca de las noticias particulares. Para esto será muy conveniente el señalar las circunstancias que más suelen individuar el caso que se narra; como son las personas, el tiempo, lugar, modo y otras que le acompañan»[11].
La síntesis concreta no conduce a una esencia común que prescinde de las diferencias, pues mantiene la heterogeneidad de todos los elementos, junto con sus diferencias. El conocimiento histórico revela de una manera concreta las conexiones del acontecer.
En el hecho histórico podemos diferenciar su aspecto material y su aspecto formal.
La síntesis concreta nos ofrece, desde el punto de vista material, la «individualidad» sui generis del hecho histórico. Histórico es, materialmente, el hecho humano pasado: el pasado humano, «el pasado del hombre en cuanto hombre, del hombre hecho ya tal, por oposición al pasado biológico, al del devenir de la especie humana, objeto éste no de la historia, sino de la paleontología humana, rama de la biología»[12]. También entran en la historia los hechos físicos –un terremoto, un diluvio, una explosión atómica– en cuanto repercuten en la actitud del hombre. Por eso, sólo en un sentido impropio se puede decir que la historia estudia todo lo que tiene un pasado (la tierra, el universo, los glaciares, etc.). En sentido estricto y propio, la historia estudia el pasado humano, o sea, los hechos del pasado que provocan la evolución de las sociedades humanas (guerra de las Galias, asesinato de César, etc.).
Además, la «individualidad histórica» no ha de ser entendida simplemente como lo que caracteriza a un sujeto particular humano: «individualidad histórica» es la poseída también por una época concreta. Lo singular que estudia la historia «puede ser también un hecho global, que abarque un gran sector de humanidad, de hombres que vivieron cada uno su vida personal, o de ideas, de valores, de creaciones culturales; la noción de «acaecimiento» histórico puede aplicarse a un fenómeno de larga duración; el objeto histórico puede ser no sólo una batalla, una guerra, una dinastía, sino también toda una crisis económica, todo un movimiento demográfico, una clase social, un régimen –o, en el dominio artístico, un estilo–, una religión, un sistema de organización general de la sociedad, una civilización»[13].
Pero formalmente lo histórico es el pasado humano implicado virtualmente en un presente, al que ha hecho posible, dejando fuera otras posibilidades. Lo específico de una generación respecto de la que le precede y le sigue es justo el conjunto de posibilidades acumuladas. El cometido del historiador se agota en captar esa especificidad.
La serie narrativa ha de acoger, en orden a las repercusiones, tanto los hechos sociales influyentes (Reforma, Cruzadas, Revolución francesa), como los hechos físicos que han podido conmover a un pueblo (la erupción del Vesubio, las inundaciones del Nilo); y también los hechos biológicos individuales que influyen con cierta fuerza en el despliegue de los fenómenos sociales (la nariz de Cleopatra, el mal de piedra de Cromwell).
Por tanto, no todos los fenómenos individuales humanos, por el hecho de serlo, poseen virtualidad histórica. La historia no se ocupa de la muerte de un ignoto sujeto ocurrida en 1975; pero sí de la muerte de Franco, ocurrida en ese mismo año, a partir de la cual se produce en la historia de España un giro notable. La acción de un individuo es histórica cuando al obrar como ejemplo sobre una masa de hombres tiene repercusión, sea política, sea artística, sea religiosa…
En cualquier caso, el objeto material –el hecho histórico– del historiador no se presenta como una barahúnda o polvareda ininteligible de elementos: el hecho histórico muestra cierta organización, estructura ordenada, en forma de encadenamientos o nexos. Algunos han exagerado de tal manera este requisito de ordenación, que han dicho, como Hegel, que sólo en el nivel de organización del Estado comienza propiamente la historia, las res gestae: los hombres que vivieron en sociedades sin Estado pertenecerían a la prehistoria[14].
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5. Síntesis proyectiva
En virtud del aspecto formal del hecho histórico, la síntesis del recorrido histórico ha de ser proyectiva. Un objeto pasado puede ser enfocado de dos modos; absolutamente y conectivamente[15]. Tomemos, por ejemplo, una moneda romana. La consideración absoluta de este objeto pasado se centrará en el valor y el sentido interno que posee. La consideración conectiva destacará que la moneda de oro, por su escasez, produjo un levantamiento en Cartago. La moneda es considerada bajo la perspectiva de su conexión con algo posterior. Esto quiere decir que el conocimiento histórico se dirige formalmente a algo vertido conectivamente a un presente. En tal conocimiento, la determinación de la autenticidad y de la veracidad de los documentos y testigos constituye sólo una labor preparatoria, es decir, una consideración meramente analítica de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. En cambio, el conocimiento histórico se constituye cuando los hechos quedan determinados conectivamente, implicativamente, sintéticamente. Esto explica que la expresión «hecho histórico» sea vista con cierto recelo por algunos críticos del conocimiento histórico, dada la imagen en cierto modo atomística que de ella se puede hacer, «como si la historia se compusiera de una multiplicidad de pequeños e impenetrables núcleos de realidad factual»[16].
La recordación histórica no es simplemente un acto de reproducción, sino una síntesis intelectual original, un acto constructivo. «En esta reconstrucción, la mente humana se mueve en la dirección opuesta del proceso original. Todas las obras de cultura se originaron en un acto de solidificación y estabilización […]. Tras estas formas fijas y estáticas, tras estas obras petrificadas de la cultura, la historia detecta los impulsos dinámicos originales. El don de los grandes historiadores no es otro que el de reducir los meros hechos a su fieri, los productos a procesos, las cosas o instituciones estáticas a sus energías creadoras»[17].
La implicación aquí es tanto retrospectiva como prospectiva[18].
Considerado retrospectivamente, el suceso es conocido como un conjunto de factores que rebasan el ámbito de su actualidad[19], pues en él se engarzan las posibilidades que los sucesos anteriores dejaron; es decir, el suceso anterior figura como principio de posibilitación en el posterior o como antecedente del posterior: la consideración histórica presenta al suceso como resultado de un proceso de posibilitación. En el correr histórico, un suceso no se apoya materialmente en otro suceso, sino en la posibilidad real que el anterior suceso dejó al desrealizarse. «En cuanto el hecho histórico tiene el carácter de un cierto todo por gravitar en él las respectivas virtualidades de sus antecedentes, cabe intentar la representación de esos momentos o factores virtuales que en él se encuentran implicados. El hecho histórico se nos presenta entonces como un cierto resultado implicativo, una suerte especial de totalidad irreducible a las demás clases de conjuntos, y a la que puede denominarse precisamente «todo histórico»»[20]. Por eso es epilogal el conocimiento histórico: todo suceso requiere, para ser comprendido, una consideración retrospectiva; en el suceso gravitan y se asumen los sucesos pasados, en tanto que convertidos en posibilitaciones. El suceso presente es una totalidad de implicaciones; y la explicación histórica consiste en exponer las posibilidades reales del presente, que fueron en su momento sucesos reales.
Pero la consideración histórica es también como un prólogo. Pues el hecho histórico no es mirado en su pura desnudez, sino produciendo secuelas: influyendo, dando frutos, desplegando virtualidades. «Considerado de una manera absoluta, sin ningún orden a una actualidad ulterior, ningún hecho pasado es histórico. Lo que hace ser histórico a un pasado es la virtualidad por la que, de algún modo, transciende hasta un presente. El conocimiento histórico es aquel cuyo objeto, por tanto, se nos presenta en relación con una futura actualidad. Historiar es, entonces, medir la virtualidad de un pasado en un presente»[21]. Mirado prospectivamente, el suceso muestra una fecundidad en la línea del uso de las facultades. «La explicación histórica de un hecho no se reduce al despliegue de sus virtualidades antecedentes, sino que abarca también el de sus repercusiones o secuencias. He ahí la razón por la cual puede decirse que lo contemporáneo no es, en cuanto tal, objeto de la historia. Con relación a él carecemos, en efecto, de la posibilidad de una explicación prospectiva»[22].
El narrar histórico ha de ser tanto prólogo (por subrayar consiguientes) como epílogo (por indicar antecedentes). Y podría decirse que en ello se agota. Historiar es realizar el prólogo y el epílogo de un suceso.
Por este carácter implicativo, la historia es acumulativa: justo de posibilidades reales y de reales imposibilidades. Por eso, el conocimiento histórico versa sobre un objeto que dice relación a una actualidad posterior. Y en tal sentido, «historiar» es calibrar o medir la repercusión de un pasado en un presente.
¿Cómo ha de ser entendida esa «repercusión» del pasado en un presente? El suceso puede figurar en el siguiente como posibilidad real de éste: pero nunca como elemento anatómico (componente material) ni tampoco como elemento energético (causa eficiente). Todo suceso se está desrealizando y haciéndose posibilidad que, en cuanto tal, condiciona el curso del acaecer ulterior.
La realidad histórica –objeto del conocimiento histórico– consiste en un proceso de posibilitación (de capacitación o de incapacitación). De manera que en el acontecer histórico el hecho pasado permanece en el presente como principio de capacitación de éste. Tal permanencia puede ser entendida como «implicación» en un presente. El estar en un presente, como principio de capacitación de tal presente, es la «repercusión» antes aludida. El conocimiento histórico no es más que el conocimiento del proceso implicativo del principio de posibilidad en el hecho. Por esta implicación, el hecho se convierte en suceso. El «suceso» es el hecho surgido del uso de las facultades; y por el uso la facultad se capacita o incapacita. El objeto del conocimiento histórico es un proceso de sucesos y no un proceso de hechos. Es cierto que unos hechos (surgidos del mero ejercicio facultativo) pueden repercutir en otros hechos de manera eficiente, final o formal. Mas para que haya «suceso» –hecho histórico– se precisa que la repercusión sea meramente de índole «material», en el sentido de condición interna o posibilitación. La historia es un proceso en el que un elemento se apoya en el anterior y apoya al siguiente en una línea de continuidad; es justo un proceso de sucesos, no de hechos surgidos del ejercicio, sino de acciones surgidas del uso. Un suceso se apoya en la posibilidad real que el anterior suceso dejó en el presente.
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6. La secuencia histórica
De aquí se siguen dos conclusiones: primera, que en la historia no hay una secuencia física; segunda, tampoco hay secuencia dialéctica[23].
a) No hay secuencia física en la historia; ni direcciones permanentes, ni leyes naturales. Pues es radical la caducidad de la entidad de los hechos precedentes: por eso no hay inercia histórica, o sea, determinación eficiente inexorable de un hecho en otro. Cada suceso tiene un tipo de realidad distinto de los anteriores. La historia no es un condicionamiento eficiente de unos sucesos por otros.
Pero en ella es también radical la presencia de la posibilitación. Por eso el historiador, en su contar o narrar, debe representarse una libertad que desea determinar una situación y, a la vez, está condicionada por la posibilidad que ha dejado el suceso anterior al desrealizarse: la libertad se apoya en ese condicionamiento para determinar lo que desea. Un suceso condiciona al siguiente sólo como posibilidad real: influye cuando ha dejado de tener las condiciones de influir, cuando ha dejado de ser real; al desrealizarse queda como principio de posibilitación. Este influjo no es eficiente. Pero tampoco es un condicionamiento pasivo, como si al desrealizarse dejara indolentemente paso al siguiente.
La fecundidad histórica de un suceso estriba en su poder ser principio de posibilitación en el siguiente: está entrañado todo él en el presente, a título de ser toda la posibilidad del presente. Por eso –y con objeto de expresar mejor el sentido de la coimplicación propia del hecho histórico– ha de revisarse la utilización del concepto de causa en historia. «Físicos y naturalistas –dice Marrou– han sustituido la noción de causa en la práctica por la más general y mejor definida de «condiciones de aparición» (dados los fenómenos A,B,C…, se observará el fenómeno X). De semejante modo, la historia, creo yo, ha de renunciar a la búsqueda de las causas y sustituirla por la de los «desarrollos coordinados», noción que no es sino una extensión a la nueva dimensión del tiempo de la estática noción de estructura (tal fenómeno histórico se halla vinculado a tal otro por una relación inteligible: se comprende la moral espartana cuando se ha reconocido que está ligada al ideal totalitario de la Ciudad)»[24].
b) Tampoco hay una secuencia dialéctica de la historia. La narración debe plegarse a la naturaleza de un objeto que es a la vez racional y contingente. Que el hecho sea racional significa que no carece de razones de ser. Pero la razón que explica un hecho no es apodíctica, porque en ese caso un suceso sería la premisa del siguiente; y la historia entera acabaría siendo un inmenso silogismo. Pues bien, aunque el suceso presente admite explicación, no es apodícticamente racional: el suceso no tiene causas, sino condiciones de posibilitación.
Que el hecho sea contingente significa que podía no haber sucedido: no es intrínsecamente necesario, pues implica la contingencia que arranca de la libertad humana. Por eso dice Marrou que la explicación histórica queda más próxima a la experiencia que la explicación físico-matemática. «Cabe hacer la legítima pregunta de si tal vez la verdadera historia no será esto: la experiencia concreta de la complejidad de lo real, la toma de conciencia de su estructura y de su evolución, ambas tan ramificadas; conocimiento elaborado, sin duda, en profundidad no menos que extenso en comprensión; pero algo que, en definitiva, quedaría más cerca de la experiencia vivida que de la explicación científica»[25].
En resumen, la narración histórica: 1º. No expresa una secuencia natural o física, impuesta por leyes naturales. 2º. No expresa una secuencia lógica o dialéctica, pues los hechos humanos no se comportan como premisas lógicas entre sí. 3º. Expresa una secuencia de posibilitación, que implica el ejercicio de la libertad y el uso de las facultades: se trata de una secuencia continua, un continuo especial, distinto del lógico y del biológico.
Cuestión distinta es que el historiador suponga, en sentido subjetivista, que la masa de datos recogidos sea de suyo caótica y sin forma, debiendo prestarle él mismo configuración y trama[26]. Surge entonces la pregunta: ¿Cuál es la verdad del juicio histórico? De esto tratará en otro capítulo.
[1] E. Cassirer, Antropología filosófica, 270.
[2] Soy consciente de que el término «hecho histórico» no tiene buena prensa entre muchos historiadores. Edward H. Carr censura que el historiador busque los hechos como los «pescados en el mostrador», para después llevárselos y comérselos; y propone entenderlos como «peces en el mar», cuya pesca depende de las facultades del historiador (¿Qué es la historia?, 12). Lucien Febvre se mofa de quien entiende los archivos como «graneros de hechos» y después aplica un criterio externo para ordenarlos(Combates por la historia, 180). Frente a esas actitudes recelosas ante los «hechos» Federico Suárez afirma con sensatez: «Por hecho se entiende algo que ha sucedido realmente en el tiempo y en el espacio, algo que ha sido hecho de algún modo por los hombres, y tanto da que sea una batalla, un tratado, un libro, el descubrimiento de América, el pensamiento de Aristóteles, la teoría política de Montesquieu, la invención de la máquina de vapor o la deuda pública de un país en un momento determinado. Si no es un hecho algo que ha sucedido realmente, no es nada, y entonces no hay modo de saber de qué se ocupa la historia». La historia y el método, 191.
[3] L. Stone, «The Revival of Narrative», en The Past and the Present, 74-96. También: P. Veyne, Cómo se escribe la historia. L. Braudy, Narrative Form in History and Fiction,.
[4] Gerónimo de San José, Genio de la Historia, 84-85.
[5] I. Marrou, El conocimiento histórico, 36.
[6] I. Marrou, El conocimiento histórico, 37.
[7] J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, 40.
[8] I. Marrou, El conocimiento histórico, 135.
[9] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 135.
[10] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 118.
[11] Gerónimo de San José, Genio de la Historia, 89-90.
[12] I. Marrou, El conocimiento histórico, 29.
[13] I. Marrou, El conocimiento histórico, 219-220.
[14] Hegel, Philosophie der Geschichte, 145.
[15] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 115.
[16] I. Marrou, El conocimiento histórico, 219.
[17] E. Cassirer, Antropología filosófica, 272.
[18] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 132.
[19] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 120.
[20] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 132.
[21] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 114.
[22] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 133.
[23] A. Millán-Puelles, Ontología de la existencia histórica, 122-126.
[24] I. Marrou, El conocimiento histórico, 134.
[25] I. Marrou, El conocimiento histórico, 135.
[26] «La realidad en cuanto tal es mala consejera a la hora de la narración. Para que interese hay que manipularla, trucarla, darle un grosor o aligerarla, pero nunca tomarla sin más. Se le ha de trabajar, aunque no hasta el extremo de que ya no se le reconozca. Transcenderla, pero sin perderla de vista. Con tanta realidad como hay, lo primero, y a veces lo único, que se debe hacer es acomodarla a la medida del hombre». Manuel Cruz, Narratividad. La nueva síntesis, 175. «La narrativa es cualquier forma literaria en que la voz del narrador se levanta contra un fondo de ignorancia, incomprensión u olvido para dirigir nuestra atención, a propósito, a un segmento de la experiencia organizado de un modo particular». H. White, «The Structure of Historical Narrative», 13.
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