Autor: Juan Cruz Cruz (página 19 de 22)

Fin y finalidad

Joseph Mallord William Turner (1775-1851), «Puesta de sol». La paleta cromática del pintor, de una gran independencia artística, muestra en esta puesta de sol un referente luminoso que es simbólicamente como el fin, la dirección de quienes hacen su navegación vital en un mundo tecnificado que, a pesar de todo, no es dominado por el hombre.

  1. Terminología y problemas filosóficos

Acepciones del término.- El “fin” traduce el griego τέλος (de aquí, teleología) y el latín finis (teleología y finalidad son equivalentes). Ambos vocablos expresaban la idea de límite, término o cumplimiento. Por tanto, el fin es, en su raíz etimológica, tanto la delimitación de algo o lo que termina algo, como su horizonte o a lo que se dirige un dinamismo para completarse o terminarse. Por otro lado, en sentido temporal es el «momento final»; en sentido espacial, es «límite» o determinación; en sentido intencional, es el cumplimiento de un propósito u objetivo.

Toda la problemática suscitada por la noción de fin no arranca de su carácter de término de una acción, lo producido por el agente, sino de aquello a lo que se dirige la acción, como término de una intención: lo perseguido por el agente, lo que se intenta o pretende. Es aquello por lo que el agente se determina a obrar; es el principio de la acción: aquello por lo que algo es hecho. De este modo, el fin aparece como nudo entre el orden efectivo y el orden intencional. De un lado, el fin-efecto, o «término»: el fin del orden efectivo es el remate de la operación. De otro lado, el fin-causa, o «principio»; sólo es causa cuando, hecha abstracción de que sea término de la obra, el agente lo toma como término de la tendencia y lo hace objeto de sus pretensiones. Tal pre-tensión es previa a aquella otra tensión que acaba en el efecto. El fin-causa es el principal determinante de una pretensión del agente, algo que solicita a éste, que lo atrae: el fin en el orden intencional es como una luz en la operación; es un principio que llama e invita a la causa eficiente para que se mueva a lograrlo. De este modo, el fin-causa (causa final) se remite a la causa eficiente: la índole propia del fin estriba en que mueve o invita a la causa eficiente a que opere y, por tanto, desde el principio dirige su actividad. Sin embargo, la moción que ejerce el fin proviene de su bondad o valor; la fuerza causativa del fin no es otra que la fuerza causativa del bien. El fin esencialmente atrae hacia sí a la causa eficiente; y mediante la causa eficiente se determina a existir[1]. Continuar leyendo

El juez árbitro en caso de guerra, Siglo de Oro

Los ejércitos españoles estuvieron luchando en medio mundo durante los siglos XVI y XVII.

1. Necesidad de un juez árbitro en el caso de guerra

1. Durante mucho tiempo se tuvo a Hugo Grocio (De iure belli ac pacis, 1625) como el primer pensador europeo que definió y alentó el tribunal arbitral en caso de guerra[1]. Sin embargo, basta repasar la doctrina de los autores españoles del Siglo de Oro para convencerse de que, mucho antes, fueron ellos los que determinaron con suficiente claridad dicho arbitraje.

Como el arbitraje es un asunto que se refiere a la figura del juez, es preciso recordar que son dos los objetivos que, a propósito de la justicia del juez, contemplaban los autores del Siglo de Oro. Primero, el aspecto “intrasocial” de la justicia, en tanto que los juicios pivotan, dentro del foro, en la actitud del “juez” principal­mente, pero también en la actitud de los testigos, de los abogados y del acusado mismo. Segundo, el aspecto “internacional” de la justicia, en cuanto los actos que deben ser juzgados sobrepasan el hecho intrasocial de cada una de las partes im­plicadas. Este es el caso del gobernante (el “príncipe”) que debe asumir la función de juez en los conflictos internacionales, especialmente bélicos. La cuestión estriba en saber si cuando se presentan tales conflictos debería el príncipe mismo actuar de juez, o debería acudir a la figura de un juez árbitro[2]. Continuar leyendo

Sexualidad y dignidad personal, según Kant

 

Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669): “Con su esposa Saskia”. Combina con delicada habilidad, energía y poder un tratamiento de la relación amorosa que rebosa simpatía.

1. Sexualidad como amor

 

Kant vivió hasta su muerte una soltería impuesta y sin un pro­yecto personal de familia: su vocación decidida estaba orientada a la “ciencia”, la única alter­nativa femenina que permitió en su vida[1]. Sin embargo, trabajó incansablemente y de modo original por comprender el fenómeno de la sexualidad en sus dimen­siones antropológicas, éticas y jurídicas, articuladas especialmente en el matri­monio. Es más, llegó a escribir: “El hombre no puede lo­grar gozo alguno de la vida sin la mujer; y esta no puede calmar sus necesidades sin el hombre”[2].

Ahora bien, en la obra capital donde Kant plantea el problema del matrimo­nio, en su Metaphysik der Sitten de 1797, sus tesis sobre el particular aparecen envueltas en una terminología apa­rentemente objetivista y jurídica. Parece que carecieran de alma y humanismo las frases que determinan el matrimonio como “derecho personal con índole de cosa”, o sentencian que “el hom­bre adquiere una mujer” y “en el matrimonio una persona hace un uso recíproco de los órga­nos sexuales de otra”. Continuar leyendo

Hegel sobre matrimonio, mujer y familia

El pintor francés Jean-Marc Nattier (1685-1766), recrea en esta “Escena galante” un modo artificioso de relación social sublimada en el tiempo de Luis XV.

1. Amor, trabajo y mando en la Reforma.

De una manera general se puede decir que el con­tenido de lo designado por Hegel como «moralidad» (Moralität) se encuentra en la Etica Nicomaquea de Aristóteles; mientras que lo que él entiende por «eti­cidad» (Sittlichkeit) se corresponde con lo que el Es­tagirita había tratado en su Política.

En efecto la Política de Aristó­teles establece tres niveles de adecuación del hombre a sus distintas necesidades: el plano de la procreación, el de la conservación y el del régimen político. Para lo primero, se exigía el matrimonio (comunidad conyu­gal); para lo segundo, era preciso la riqueza propia (comunidad económica); para lo tercero, la organiza­ción de mando y obediencia entre iguales (comunidad política). Continuar leyendo

¿Qué es la gracia humana?

En su "Pigmalión y Galatea" la pintora argentina Alicia Brizzio ha representado de modo muy expresivo el clásico mito griego.

En su «Pigmalión y Galatea» la pintora argentina Alicia Brizzio ha representado de modo muy expresivo el clásico mito griego.

Exigencia de unidad entre lo espiritual y lo sensible

Pigmalión, el mítico escultor chipriota, mientras clavaba su mirada en la estatua que acababa de hacer de Galatea, sentía que con su arte, con la técnica de su brazo, había realizado una obra bella, pero inerte y sin vida. Y deseó que por esa figura tan maravillosa, de la que él mismo comenzaba a enamorarse, corriera el hálito vital. Pudo infundir un alma a la bella Galatea desde el incendio de su seguro amor. El mito de Pigmalión, recogido varias veces en la literatura occidental (v.gr., por G. Bernard Shaw, por J. Grau, etc.), enseña que el técnico y el artista pueden realizar una bella, aunque muda, figura humana. Pero el mito indica además un reto. El reto y la exigencia de que la obra, la figura perfecta, pueda vivir en el mundo para ser amada, contemplada y obsequiada. Es el reto de que lo bello se ponga en movimiento. Y, como a juicio de Schiller, la belleza en movimiento se llama gracia, es preciso indagar el sentido de la gracia en el porte humano[1].
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¿Qué significa agradecer?

Miguel Angel: «La creación del hombre» (Capilla Sixtina). El primer don gracioso que el hombre recibe es el de su creación.

Introducción: algo más que justicia

El crecimiento o la mengua de la intimidad humana están en manos del propio yo personal. De hecho hay actitudes interpersonales básicas que –como el amor, la fidelidad, la esperanza, el dar, la gratitud, la vergüenza– robustecen la interioridad humana. Otras actitudes contrarias –como el odio, la infidelidad, la procacidad– la debilitan e incluso la anulan.

Viniendo a la gratitud, difícilmente se entiende hoy, especialmente entre la juventud, que alguien deba ser agradecido. La vida humana parece haberse cerrado en el contrato, en la reclamación imperativa de lo justo, en la exigencia de satisfacer derechos: ape­nas quedan ámbitos sociales para el agradecimiento. Tampoco la vida econó­mica y el consumo dirigido dejan sitio a la libre espontaneidad de la gra­titud. Parece que produce irritación la simple palabra “rogar” y mucho más “conce­der” ¿Por qué tendría alguien que darme o conce­derme  aquello que en justicia me pertenece? ¿Por qué tendría yo que recibir algo que no fuera por mereci­miento propio? Continuar leyendo

La «naturalidad» de la familia, según Aristóteles

Ofrenda religiosa de una familia griega

1. La realización social de la libertad en el mundo antiguo

La obra de libertad va unida a una vivencia de lo comunitario. Desde los presupuestos de esta vivencia surge la pregunta por el sentido de las formaciones sociales en la que se vertebra la libertad misma.

Tales formaciones sociales eran, en el mundo antiguo, las del orden privado de la casa y las del orden público de la ciudad. La obra de la libertad marcha de lo privado a lo público. O mejor, del orden comunitario privado (cuyo primer exponente es la Familia) al orden comunitario público (cuya culminación es el Estado). Esta concepción lleva implícita una filosofía social, en la que se delatan planteamientos y soluciones vigentes desde el mundo griego hasta el siglo XVIII.

Para un griego del siglo V a. C., el hombre es antes un «animal social» que un «animal político» (zoón politikón). La palabra koinonía, sociedad, la refería a varios tipos de unión entre hombres, por ejemplo, la existente en el seno familiar entre padres e hijos. La asociación política de los hombres era más perfecta que la unión natural de la casa familiar (oikía), la cual es el ámbito de la comunidad humana entendida como vida privada: en ella todos son desiguales, mientras que la vida política (bíos poli­tikós) es una vida pública, la de todos los iguales. Continuar leyendo

La familia como origen

Joaquin Torres García (Uruguay, 1874-1449): “En familia”. El pintor expresa el clasicismo y al arraigo en la tradición mediterránea, priorizando la composición cromática más allá del realismo pictórico, bajo los principios de proporción, unidad y estructura.

La paternidad y el hijo que se espera

 

La “idea ejemplar” de padre humano no incluye que él sea creador absoluto del hijo, sino que acepte al hijo como un don[1], pues la existencia que los padres otorgan pertenece a una corriente ontológica de la que ellos mismos participan. El hijo debe ser esperado por el hombre como un fruto «sorprendente», algo que excede a las fuerzas que los esposos mismos han puesto, pues ellos no tienen el poder externo de formar su organismo: sólo desencadenan un proceso cuya finalidad interna se les escapa[2].

De la unión amorosa íntegra los esposos «esperan» el don del hijo. El lenguaje coloquial español es ilustrativo: en muchos pueblos los esposos dicen que «encargan» el niño; saben que encargarlo o pedirlo no es «ha­cerlo» o «confeccionarlo». La naturaleza dispone que el hijo se haga por sí mismo mediante un «arte» interno, una idea ejemplar interiorizada en el óvulo fecundado. El hijo es «distinto» de ellos mismos, es «el otro». Dis­tinto también de la representación o proyección psicológica que a veces anhelantemente se hacen de él. Sólo si los cónyuges aceptan esta alteridad posible abren para el hijo su primer espacio de libertad: le reconocen la primera libertad de todas, la de vivir dentro del ámbito propio, intangible e intransferible en que se desarrollará como persona. Continuar leyendo

Amor y familia

Jean Honore Fragonard (1732-1806): “Declaración de amor”. En el clasicismo de la pintura se refleja el hecho de la salida amorosa: con una mano el amante aprieta su corazón, y con la otra le entrega una flor a su amada. La suave acogida de la enamorada completa el simbolismo del cuadro.

Jean Honore Fragonard (1732-1806): “Declaración de amor”. En el clasicismo de la pintura se refleja el hecho de la salida amorosa: con una mano el amante aprieta su corazón, y con la otra le entrega una flor a su amada. La suave acogida de la enamorada completa el simbolismo del cuadro.

1. Ser empírico y ser radical  de la familia

a) Enfoque cuantitativo y cualitativo

La familia no es una abstracción, sino una realidad. Una realidad de carácter único, que exige una reflexión especial. Hay un modo de acer­carse a la familia que consiste en considerarla como un objeto de estudio puramente cuantitativo y experimental, como una cosa entre las demás cosas del mundo. Y desde luego, la familia es una cosa; pero no como las demás cosas. En ella se articulan seres humanos, vidas, afanes, decepcio­nes y alegrías. Si un investigador se acercara a la familia y, para ver su na­turaleza propia, comenzara a examinarla con redes metódicas cuantitati­vas, sólo obtendría un esquema limitado e inadecuado. Construiría prime­ro un modelo estructural de familia y le iría aplicando luego elementos variables, como índices de natalidad y de mortalidad, duración de las unio­nes, incidencias socio-económicas, etc. Incluso con ayuda de informática y ordenadores podría hacer un estudio que simulara la experiencia de una comunidad de esas hipotéticas familias durante un largo período. Con ello determinaría variedades de familia que podrían aparecer en diversas cir­cunstancias. Diría, por ejemplo, cómo se ha extendido tal imagen de fami­lia hasta el momento por el mundo, qué tipos han existido, cómo se orga­nizan sus relaciones en el todo social, etc.
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Intimidad, conciencia e inconsciente

Raquel Forner (1902-1988), argentina, realizó una pintura neofigurativa marcada por las tensiones inconscientes, siguiendo un simbolismo de influencia expresionista.

1. Intimidad y conciencia

a) El fondo del psiquismo: la memoria trascendental

1. El camino hacia la intimidad fue conocido y propuesto de diversas maneras por los pensadores antiguos, como un recorrido que va de fuera adentro y de abajo arriba. Por ejemplo, Plotino distingue tres planos del ser humano: sôma, psyché, noûs; a su vez, cada uno de nosotros puede establecerse en uno de esos niveles, haciéndose hombre sensible, hombre racional o psíquico y hombre inteligible. El camino de la interioridad exige superar primero el hombre sensible, para rebasar después al hombre racional y arribar a lo que en el alma ya no es alma, al noûs. A este punto se llega no tanto por el esfuerzo psicológico que se pone en conseguirlo, cuanto por la realidad objetiva que desde dentro está convocando al ser humano: esta realidad es un principio llamado el «uno», el cual es visto por el ápice del noûs, por la intuición espiritual, el nous katharós, la «punta de la inteligencia». La inmersión en la intimidad no se justifica sino por la realidad que la rebasa interiormente (éndon noûs). Y a su vez, el ámbito de la intimidad misma no descorre su velo si el hombre no se aproxima a ella con un esfuerzo adecuado para lograrla: pero ella no aparece como una conquista, sino como una gratuidad que se otorga al empeño que se pone por conseguirla. La gratuidad de la intimidad se corresponde con la gratuidad de la realidad del supremo principio real y único: lo semejante se une a lo semejante[1].
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