Autor: Juan Cruz Cruz (página 20 de 22)

¿Qué significa vergüenza? La protección de la intimidad

El pintor Masaccio (1401-1428), con una única fuente de luz y ateniéndose científicamente a la perspectiva, expresa, en colaboración con Masolino, la vergüenza que Adán y Eva sienten en la «Expulsión del Paraíso», un fresco pintado para la capilla Brancacci de Santa Maria del Carmine, en Florencia.

I: ENFOQUE PERIFÉRICO DE LA VERGÜENZA

 

1. La vergüenza, entre lo privado y lo público

1. ­En tres aforismos consecutivos plantea Nietzsche en La Gaya Ciencia las siguientes preguntas con sus correspondientes respuestas: “–¿A quién llamas tú malo? –Al que siempre quiere avergonzar. / ­–¿Qué es lo más humano? [Was ist das Menschlichste?] ­–Ahorrarle a otro la ­vergüenza. / ­–¿Cual es el signo de la libertad lograda? [Was ist das Siegel der erreichten Freiheit?] ­–No avergonzarse ya ante uno mismo”[1].

Quiero llamar la atención sobre los tres puntos que sobresalen en estos aforismos: primero, que el estado de plena libertad, de libertad lograda, es aquel en que no existe la vergüenza; segundo, que el hombre malo es el que quiere siempre avergonzar a otro; y tercero, que el ejercicio más humano es evitarle a otro la vergüenza. Nietzsche propone aquí un programa que es a la vez psicológico, moral y ontológico.

He de reconocer que uno está acostumbrado a encontrarse con la idea de que la vergüenza es un sentimiento artificioso y aprendido, creado por la cultura y la educación: vendría a ser una herramienta de dominio que anu­la la libertad espontanea del niño y del adulto, y lo mejor sería abandonarla, co­mo indi­có Nietzsche. En realidad, los presu­puestos teóricos de es­tos afo­rismos provienen de una actitud ilustrada, muy conforme con los na­tu­ra­lis­mos de la época contem­poránea[2]. Naturalia non sunt turpia, se llegó a decir. Continuar leyendo

¿Qué significa amar? Ascenso de la intimidad personal

Gian Lorenzo Bernini: “Transverberación amorosa de Santa Teresa de Jesús” (1650), en la iglesia de Santa María della Vittoria de Roma. Bernini expresa en mármol el propio testimonio de la Santa: «Hiriome con una flecha / enherbolada de amor, / y mi alma quedó hecha / una con su criador. / Yo ya no quiero otro amor, / pues a mi Dios me he entregado, / y mi Amado es para mí, / y yo soy para mi Amado»

1. La intimidad en la profundidad del amor: el amor perfecto y el imperfecto

1. La actitud permanente que mejor define a la intimidad es el amor perfecto. Como aquello que se ama puede ser o último o inter­medio, el amor espiri­tual per­fecto se refiere al término último, que es la per­sona; mientras que el amor espiri­tual imper­fecto sólo se refiere al tér­mino intermedio. De modo que puede ser doble el término del amor espiritual: o la persona propia o ajena para la que que­remos algo bueno; o la cosa mis­ma buena que queremos para la persona –sea la propia, sea la ajena–. Al bien que uno quiere para la per­sona se le tiene amor imperfecto, y a aquel para quien se quiere el bien se le tiene amor perfecto[1]. El término final y principal es la persona; el secundario e inter­medio es la cosa medial buena, la cual es querida para la persona, fin último. El amor a la cosa me­dial buena, que es imperfecto, implica movimiento y media­ción: no es puramente quiescente; en cambio, el amor a la persona (tanto en el amor bene­volente, como en el amistoso y en el esponsalicio), no es propiamente acto sino hábi­to, es algo perfec­to, fi­nal y per­manente: es un amor propiamente quiescente. Este es otro modo de clasificar el amor espiritual: no por su tér­mino u objeto (personas o cosas), sino por la índole de su acción (quies­cente o itinerante). Continuar leyendo

Persona, intimidad, interpersonalidad

René François Ghislain Magritte (1898-1967), “Amantes”. Desde su estilo surrealista provoca unas imágenes ambiguas de dos personas cuyas identidades están ocultas tras los velos que ciñen sus cabezas. Expresan la tensión entre lo interno y lo externo, la intimidad y la publicidad, en que se fraguan todas las relaciones humanas.

1. Dialéctica de la intimidad: soledad y comunicación

Si sólo en la comunicación alcanzo la mismidad, hay en esa comunicación dos cosas: el ser yo conmigo mismo y el ser con el otro[1]. Yo soy autónomo si soy independiente y no me pierdo por entero en el otro; si me perdiera, la comunicación se anularía al mismo tiempo juntamente conmigo. Inversamente: si yo comienzo por aislarme, haciéndome radicalmente autónomo, la comunicación se empobrece y vacía; incluso pierdo la intimidad, la cual se me volatiliza en un vacío puntiforme.

Por tanto, si no hay soledad no hay mismidad; siempre que entendamos que la mismidad no es idéntica al estar aislado socialmente, sino a tener la más profunda relación con el otro.

Desde luego, poseer intimidad significa estar solo, pero de modo que en la vacía soledad todavía no está la mismidad conseguida, pues la soledad auténtica y plena reside en la conciencia de estar dispuesto para una realización existencial propia que únicamente acontece en la comunicación. Continuar leyendo

La persona, la personalidad, el yo

Frans-Hals-(1582-1666): “En carnaval”. Es admirable la brillantez en la representación de la luz y la libertad pictórica. Tiene la capacidad de plasmar la psicología de los personajes, en este caso disfrazados en una fiesta de carnaval, expresando la dialéctica de la personalidad externalizada y de la persona interior.

Orden entitativo y orden operativo

1. En consonancia con la doctrina clásica sobre la persona como sustancia, cabe indicar que, en el caso del hombre, la sustancia es un centro dinámico ge­nuino, del que brotan las actividades y al que éstas refluyen una vez producidas, justo por cumplir el destino de la naturaleza humana, a la vez animal y racional: el fin ontológico de su actividad (o de sus accidentes) es la misma sustancia.

Dicho de otro modo: en la medida en que las actividades brotan de mi ser personal como de una sustancia, puedo decir «yo soy yo»; y en la medida en que, una vez producidas, tales acciones refluyen en la sustancia (prescindamos de que me hagan bueno o malo), puedo decir «yo soy mío». Esta consideración fenomenológica responde a dos niveles de apropiación personal que serían ontológicamente imposibles sin la determinación sustancial. Al decir «yo soy yo» afirmo mi identidad ontológica en la dimensión operativa de mi originalidad[1]. Y cuando digo «yo soy mío» afirmo mi identidad ontológica en la dimensión operativa de mi mismidad. En el caso del hombre, no equivale originalidad a mismidad, aunque am­bas dimensiones se deban a la realidad sustan­cial e idéntica de la persona: la primera obedece al carácter fontal u originante de la sustancia; la segunda, a la índole incluyente y receptora o final de la misma sustancia respecto de sus propias actividades. En su identidad sustancial como principio idéntico en el tiempo, pero nunca estático, adquiere sentido la origina­lidad y la mismidad de la persona. Continuar leyendo

La noción de «persona» en la tradición clásica

La palabra latina persona tiene su origen en el griego πρόσωπον y significa la máscara de actor y también el personaje teatral.

Persona y naturaleza: naturalismo, culturalismo, personalismo

Persona era, entre griegos y latinos, la máscara de actor y también el personaje teatral. La máscara oculta el rostro, pero detrás está el verdadero individuo de la especie humana, hombre o mujer, un supuesto inteligente a quien en el ámbito jurídico se le llamó “sujeto de derechos”. Con el tiempo persona ha pasado a significar ese individuo profundo de la especie humana. E incluso puede decirse que la persona está detrás de la personalidad, de la máscara o del aspecto que el hombre muestra: la personalidad no agota la persona.

En la actualidad, el concepto de “persona” se intenta separar, e incluso contraponer, al de “naturaleza”.

Se dice que el concepto de naturaleza humana está cargado de graves interro­gantes, derivados de la revisión que de él han hecho diferentes corrientes de pensa­miento. Podríamos aludir especialmente al naturalismo y al culturalismo. Continuar leyendo

El concepto de naturaleza

Vincent Van Gogh: "Noche estrellada". El pintor expresa vivamente el movimiento interior de la naturaleza, mediante la fuerza del color y del dibujo personal.

Vincent Van Gogh: «Noche estrellada». El pintor expresa vivamente el movimiento interior de la naturaleza, mediante la fuerza del color y del dibujo personal.

  1. Breve perspectiva histórica sobre la noción de naturaleza
  1. a) Los pensadores griegos.- Con el título Περί φυσεως (Sobre la Naturaleza) se conocen varias obras, a veces en forma de poema, de filósofos presocráticos. Aristóteles llamó «físicos» o «fisiólogos» a estos pensadores, pues su preocupación fundamental era la physis o naturaleza. Ahora bien, mientras que los presocráticos hicieron hincapié en el estudio de la naturaleza física, después los Sofistas y Sócrates estudiaron fundamentalmente la naturaleza humana[1].

Los presocráticos no se preguntan principalmente qué son las cosas, sino de qué están hechas, cómo se hacen y cuál es su primer principio. La physis aparece en un doble sentido: como principio germinal de la cosa –o capacidad de hacer nacer–, y como el resultado de esa producción –o el mismo ser engendrado en su totalidad–.

Lo que al presocrático le interesa buscar realmente es la ἀρχή (o principio) de la physis; con lo cual, el término physis queda frecuentemente contrapuesto a ἀρχή, viniendo a significar el resultado de la producción, el universo entero, aunque nunca llegó a perder su carácter activo. Cabe advertir que la physis no es primariamente la unidad de una definición lógica, sino la unidad orgánica que manifiesta propiedades diversas, pues es inseparable del movimiento. Es el principio de orden que unifica propiedades surgidas del interior de un ser; sobrevive al devenir como elemento permanente que asegura la unidad del ser. Es la auténtica realidad de las cosas. Este principio tiene que ser único e indestructible, por ser causa de la variación. Algunos presocráticos buscan este principio entre los datos de la experiencia: agua (Tales), aire (Anaxímenes), fuego (Heráclito), tierra (Jenófanes), fuego y tierra (Parménides), los cuatro elementos a la vez (Empédocles), las homeomerías o semillas de las cosas (Anaxágoras), los átomos (Demócrito). Otros consideran que este principio transciende todo lo sensible: el ápeiron o lo indeterminado (Anaximandro), los números (Pitágoras). Con estos principios se da también una ley universal que rige todas las mutaciones: en este sentido figura el logos de Heráclito, el amor y el odio de Empédocles, el nous o mente de Anaxágoras, etc. En definitiva, la naturaleza es el sustrato permanente que hace inteligible el cambio. Continuar leyendo

Capital y trabajo en la empresa

Pedro Brueghel, El Viejo: «La torre de Babel» (1563). (1563) Los hombres quisieron construir una torre para alcanzar el cielo, y Dios los confundió y se marcharon en todas direcciones, dejando la torre a medio construir. Si la desmesura se apodera de una empresa, puede ocurrir el inquietante y absurdo hecho de que los cimientos y los pisos inferiores de la torre no estén acabados mientras que las capas superiores ya están construidas.

Sobre los valores de la empresa

¿Qué es el valor? El valor es una perfección, una pleni tud por la cual un ser es digno de ser apetecido o de figurar como término de una voluntad. Mas el valor no es algo extrínseco a la cosa, sino una cualidad interna a ella. Por eso, mero síntoma de que una cosa «vale» es que se relacione de manera idónea, con­veniente, a un sujeto que la apetece. Valor es el bien que puede perfeccionar a la tendencia humana; y por eso es atractivo. Pero no es agotado por el acto intelectual que lo aprehende o por la tendencia que lo desea. La respuesta individual que el sujeto da al valor no consume su contenido. En fin, para la voluntad humana, la inexistencia de una cosa no valiosa es un valor, mientras que no es valiosa la inexistencia de un valor

Portador de valor es el sujeto que con sus actos personales in corpora o realiza en distinta medida estos bienes referenciales, estas perfecciones.   Pero, ¿cuáles son los sujetos portadores de valor en la em­presa? Para responder a esta pregunta es preciso diferenciar el conjunto de elementos que se dan cita en ella, para tratar de de­finir aquellos que son verdaderos sujetos de consideración ética. Los ejemplos, sacados de nuestra cotidiana vida económica, nos ayudarán, a fuer de simples, a entender mejor algunos conceptos. Continuar leyendo

Obrar conforme a la naturaleza es razonable

   

El pintor iraní Iman Maleki (1976-) presenta con un realismo simbólico la posibilidad que el hombre tiene, ya desde niño, de atravesar la superficie de las cosas, concibiendo incluso su corazón moral.

  Las costumbres y su moral 

 Si comenzásemos diciendo que el objeto de la reflexión ética viene designado por las «costumbres» —término que traduce el griego ethos (de ahí «Ética») y el latino mores (de ahí «Moral»)— habríamos apuntado a una cosa muy cierta, pero también muy general y vaga.   

Pues hay muchos aspectos en las «costumbres» del hombre que no interesan a la reflexión ética. ¿Sobre qué objeto se interesa?   

Para responder a esta pregunta vamos a dar un rodeo, propo­niendo, a modo de ejemplo, en primer lugar una observación co­rriente, y después, como aplicación de esa observación, el relato de un caso concreto.   

*   

Frecuencia de calificativos morales    

La observación que proponemos es el hecho de que muy a me­nudo utilizamos calificativos morales en nuestra vida. Hablamos de «bueno» y «malo» para calificar a la gente; nos parece que muchas conductas son justas, otras injustas; que unos proceden con generosidad y otros con egoísmo; en definitiva, que unos son portadores de valores, otros de disvalores.    Continuar leyendo

Hurtadores, robadores y logreros, según Carranza

Leonardo Alenza y Nieto (1807-1845), «Bandidos». Unos bandidos asaltan a un anciano viajero y le amenazan con armas blancas. El hombre agredido soporta con miedo y resignación el atraco, pidiendo quizás clemencia. Los gestos de los bandidos y del asaltado son dignos de destacar.

Luces y sombras en la España del siglo XVI

La economía española mostraba a mediados del siglo XVI empresas florecientes: la afluencia de metales preciosos provenientes de América propició nuevas ciudades mercantiles y  ferias comerciales. Pero también  se extendió la complicidad entre banqueros y gobernantes, lo cual dificultaba la transparencia de la vida política. E incluso se llegó a la quiebra conjunta de bancos y reino. Lo cierto es que aquella excitada vida social también estaba cargada de otros signos negativos: peligros de salteadores y ladrones en los caminos, riesgos de rufianes y malhechores en el seno de las ciudades, abusos de logreros, como prestamistas y usureros. Pero el más repugnante de los albures corría dentro de la misma Corte, en las instituciones políticas y económicas. No es extraño que los maestros de la Escuela de Salamanca clamaran por el decoro y la decencia en todos los ámbitos sociales. Para elevar el sentido humano de bienes y riquezas, aquellos maestros no dejaron de explicar que las actividades financieras y bancarias han de regirse por reglas morales. Y lo primero que debieron hacer fue contextualizar toda aquella chirriante actividad comercial y mercantil en la forma fundamental de la justicia. No fue Carranza ajeno a esta sacudida intelectual. Continuar leyendo

La interpretación de la ley positiva, según Juan de Salas

Juan Antonio Ribera (1806), “Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma”. Cincinato fue un patricio (s. VI a. C.) que, disgustado de la política, se había retirado a una finca suya. Mas fue llamado por el Senado para dictar leyes a Roma. Catón el Viejo lo destacó como modelo de rectitud, honradez e integridad. Supo combinar la capacidad estratégica militar y la legislativa.

Sobre la interpretación de la ley en sentido histórico

La profusión de teorías contemporáneas que, sobre la interpretación, se cru­zan actualmente en la mesa de un investigador, pueden ocultar el hecho de que los autores tardomedievales o iniciadores de la modernidad, en el Siglo de Oro, también estaban preocupados por lograr correctamente la aplicación de la ley a los casos concretos o de compaginar las distintas leyes entre sí. Y que se debatían entre doctrinas dispares y, al igual que hoy, con gran carga polémica.

¿Quién no tiene todavía presentes los cánones que Friedrich Karl von Sa­vigny (fundador de la escuela histórica alemana del derecho) propuso en el siglo XIX para lograr una interpretación plausible? Él habló de los fines de la interpre­tación, como también antes lo hicieron, aunque de manera diferente, los hombres del Siglo de Oro. También comentó los varios aspectos o canales de acercamiento al hecho interpretado: el gramatical, el histórico, el sistemático y el teleológico; muchos de estos aspectos ya habían sido objeto de disputa antes incluso del Siglo de Oro. Hasta la expresión “interpretación auténtica” viene de los antiguos glosadores, comentaristas y teólogos que enseñaron en legendarias universidades, como las de Salamanca y Coimbra.

El trabajo que aquí presento se limita a perfilar el esfuerzo que uno de aquellos autores, Juan de Salas, hizo para aglutinar los aspectos filosóficos y jurídicos de la interpretación que a principios del siglo XVII eran discutidos en España y que no debiéramos hacerlos desaparecer de nuestra memoria.

Salas habló de de la interpretación en la disputación 21 de su famosa obra De legibus (Salamanca, 1511). Continuar leyendo

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