1. Esencia y Existencia
En el título de este artículo incluyo la traducción del escrito de Juan de Santo Tomás (1589-1644): In STh I Commentaria: Voluntas divina erga creaturas possibiles, Disp. 24, art. 6 (ed. Vivès, 1883-86). Su centro de interés filosófico es la existencia. Y propongo, para entenderlo mejor, que el lector se fije en la famosa pintura de Miguel Ángel, La creación de Adán. Esta pintura resalta en su centro dos manos: una (la de Adán), sin apenas fuerza para mantenerse levantada, y otra (la del Creador) que apunta vigorosamente con su índice hacia la mano de Adán, para sacarla del estado de posibilidad y colocar al desvigorizado Adán en el estado de existencia.
Aristóteles enseñó que, allí donde hubiera composición de materia y forma, la existencia tenía su fuente en la forma. Parte de la tradición posterior llegó a incluir, de manera poco crítica, la existencia en la forma. Pero fue definitivamente Santo Tomás quien introdujo en la sistemática teológica y filosófica la distinción real de esencia y existencia, o entre esencia y ser (esse)[1]. Pero materia y forma sólo serían principios internos de la esencia.
Algunos lectores de santo Tomás, mediado el siglo XX, se esforzaron en distinguir también dentro de la doctrina misma del Angélico la distinción real no ya de “essentia et existentia”, sino la de “existentia et esse”, convirtiendo sus explicaciones en un revoltillo de retos y enojos metafísicos. No puedo entrar aquí en esta controversia, para mí bastante incómoda y poco entendible. Pero quien ha puesto en el centro de sus afanes una cuestión tan delicada como es la referente a la existencia del mundo y del hombre, necesita no sólo amor por la verdad, sino también respeto por la historia filológica. Los varios planteamientos aparecidos no pueden despreciar el cuidado que los pensadores “tomistas” ‒por ejemplo, españoles del siglo de Oro‒, pusieron para concretar el uso de esas palabras. Un ejemplo de esto lo tenemos en la cuestión que Poinsot plantea sobre la acción de la voluntad divina dirigida a los “posibles”. En este caso queda al descubierto la necesidad de que ambas palabras se utilicen debidamente, con su correspondiente sentido natural e histórico. O, en caso contrario, se evaporaría el meollo de lo que se querría decir[2].
La palabra “existencia” se ha usado comúnmente para nombrar aquello por lo que algo es puesto “fuera de las causas” o “fuera de la nada”, o simplemente puesto en su ser fáctico (in facto esse). Y si esto es así, no basta con que la “existentia” sea una denominación extrínseca que indique una fundación oriunda de una producción pasada, ni una pura o mera relación accesoria que dependa de un agente. La razón de ambos aspectos está en que la “existentia” o el “esse” es algo máximamente real y que intrínsecamente denomina la cosa existente[3]. No decimos que una cosa (res) existe, si no es puesta realmente en sí misma fuera de las causas. Y justo porque tiene tal ser (esse) se distingue, por un lado, del ente ideal (ens rationis) y, de otro lado, de las negaciones: o sea, por la “existentia” se pone fuera de la nada. Entonces la existencia es algo real en la misma cosa existente. En consecuencia, no puede exhibirse como una mera denominación extrínseca; porque esta, como tal, no pone ni señala nada real en lo denominado. Tampoco debe entenderse la existentia como una relación a otra cosa (relatio ad aliud). Una cosa se llama ser (esse) en orden a sí misma, en cuanto existe, en cuanto serhabiente (habens esse). Es más, esa misma relación cuyo ser total (totum esse) se vuelca a (ad) otra cosa, no se debe decir que existe en función de esa respectividad (ad), sino en razón de su mismo en sí (ratione ipsius ‘in’), porque cada uno existe respecto a sí mismo (existit ad se) y no respecto a otro (ad alterum).
Ahora bien, cuando seguimos hablando de esencia y estado de posibilidad debemos advertir que, en tal estado, la esencia misma carece de existir ‒y por eso difiere de la existencia‒, y debe distinguirse de ella de modo positivo como la privación o la negación. Con lo que se abre un nivel profundo de reflexión, preguntando si la esencia, incluso ya en estado de actualidad, difiere de la existencia por la que se hace actual; de modo que ese todo complejo, llamado esencia–actual, no pueda distinguirse de la existencia como de algo distinto de ese mismo estado complejo; y deban relacionarse como lo incluyente y lo incluido. Pero entonces debemos preguntar si en ese complejo concurre una doble institución: una, la esencia que recibe la existencia, y otra, la existencia que hace actual a la primera. Aquí se podría recurrir a una pregunta didáctica: si el cuerpo blanco, no sólo cuando le es arrebatada la blancura, sino también cuando está impregnado de ella, se distingue de la blancura misma por la que se hace blanco. Aunque deberíamos advertir también la diferencia que hay entre lo blanco y lo existente: pues la cosa existente, una vez expulsada su existencia, se extingue por completo y queda en nada; mientras que si al cuerpo se le extrae la blancura, queda existiendo; y se distingue realmente de la blancura.
Pero en lo concerniente a la existencia, no es tan cómodo responder que de ella se distingue la llamada esencia, esa que está en acto cuando cae bajo la existencia: de suerte que si esta se eliminara, la esencia quedaría en nada, o mejor, comparecería ante nosotros sólo como un objeto (objective) en estado de posibilidad. De este ejemplo, instrumental y académico, algunos concluyeron extremosamente que sólo pueden distinguirse la esencia y la existencia como la nada (nihil) y el ente (ens), o más discretamente como una cosa en estado de posibilidad y esa misma cosa fuera de sus causas[4]. Y concluye Poinsot: mientras la cosa existe se distingue de la existencia, de modo que una realidad (realitas) es la existencia y otra la esencia, aunque la una sin la otra no sea nada (licet una sine alia nihil sit).
Esta es la dificultad que el atento lector debe plantear: preguntando si para que la esencia sea actual y se halle en la naturaleza real (in rerum natura) se requiere un doble principio: uno, el de la esencia (que tendría la función de una potencia abierta a la forma); y otro que la actualizaría existencialmente.
En este contexto, cuando algunos autores hablan alguna vez del ser de la esencia o ser de la existencia (esse essentiae, esse existentiae), repiten un síncrono gramatical correlativo, y no hay que darle mayor importancia. En verdad, se distinguen la existencia y la esencia realmente (a parte rei) y no sólo mentalmente (ratione).
Y en este punto, el Aquinate es seguido por Cayetano, Capreolo, Ferrariense, Bañez, Poinsot, Godoy, entre otros muchos modernos o contemporáneos. Continuar leyendo