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Intimidad y contemplación, según los clásicos espirituales

Antonio Díaz Cazalla: «Mirando el horizonte». El óleo recrea una atmósfera de tranquilidad culminante y el sosiego de una persona que mira el horizonte, como una invitación a contemplar y trascender.


1. La posible «gradación» de la intimidad

 

1. Mientras la intimidad se va constituyendo con el logro de aquellas actitudes vitales que son radicales en la otreidad social –como el amor, la esperanza, la justicia, la vergüenza, el agradecimiento, etc.– comparece también la necesidad humana de colmar una tensión de otreidad suprasocial, hacia el absoluto otro. Porque el prójimo es un absoluto, pero no “el absoluto” divino por excelencia. Precisamente el logro de la más alta cumbre de la intimidad acontece, según el neoplatónico Dionisio Areopagita, purificando la mente de todas las formas creadas, no sólo por exclusión de errores e imaginaciones, sino por remoción de formas espirituales[1]. Porque a las cosas divinas se sube por tres grados: “el primero es abandonando el sentido; el segundo, abandonando las imágenes; y el tercero, abandonando la razón natural”[2].

Para aclarar el concepto de intimidad –en esa línea de otreidad suprasocial– es interesante recoger las indicaciones y sugerencias psicológicas transmitidas por la tradición mística occidental. Son pautas que exigen ser sistematizadas. Aunque no es posible hacer aquí un elenco de tales testimonios[3], baste citar uno de los más vibrantes, el de Las Moradas de Santa Teresa de Jesús: “Considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos […]. Pues consideremos que este castillo tiene –como he dicho– muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados, y en el centro y mitad de todas estas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma […]. Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima, claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo –que es adonde están los que le guardan– y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene”[4]. Vertido en un esquema teórico lo expresado en estas líneas de las Moradas, se concluye en síntesis que los elementos psicológicos con que se configura el «alma» están jerarquizados –hay distintos niveles– y orientados a un centro. Continuar leyendo

Antifeminismo y profeminismo en la baja Edad Media

Jan van Eyck (1390-1441): “Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa”. Escena costumbrista: el esposo bendice a su mujer, que le ofrece su mano derecha, mientras apoya la izquierda en su vientre. Con un naturalismo detallista y minucioso, el artista proyecta desde la ventana una luz suave que le sirve para alegorizar el matrimonio y la maternidad

En los siglos XIV y XV conviven en España dos paradigmas ético-so­ciales femeninos, que se ha convenido en llamar anti­feminista y profeminista. Obras en pro y en contra fueron abun­dantes[1].

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El paradigma antifeminista

Podría resumirse en la tesis de que, en virtud de la primacía biológica del varón, la mujer se subor­dina a éste desde el punto de vista ontológico, psicológico y so­cial. Pueden distinguirse dos modelos: el moderado y el exa­gerado.

a) El antifeminismo moderado está representado por los segui­dores de los más egregios tra­tadistas clásicos, espe­cialmente de Santo Tomás de Aquino y Duns Escoto. Tales segui­dores repiten en el siglo XIV y XV los mismos argumentos de los maestros, expli­cán­dolos a su vez en las escuelas teológicas o uni­versidades re­gen­tadas por Órdenes reli­giosas: por ejemplo, en Salamanca había en 1381 una cátedra de Santo Tomás en el convento de San Esteban y otra de Escoto en el de San Francisco. Dentro de la orien­tación franciscana, aunque más próximo al paradigma pro­fe­minista mo­de­rado, hay que incluir Lo libre de les dones (1396) del catalán Fransec Eixi­menis, un libro sistemático y abarcador, muy conocido en su tiempo y traducido al castellano[2].

b) El antifeminismo exagerado plantea incluso el pro­blema de la perversidad espiritual de la mujer. En este modelo confluyen los versos de Pere Torrellas y Juan de Tapia, o novelas tales como el Corbacho de Martínez de Toledo y la Celestina de Fer­nando de Rojas.

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El paradigma profeminista

se opone a ese antifeminismo que hunde sus raíces en la tradición más clásica de la biología, de la filosofía y de la jurisprudencia antiguas. El sano «sentido común» se rebela contra el aparente cien­tifismo de ese paradigma negativo. Es lo que ocurre en los siglos XIII y XIV, cuando toma  auge la literatura cortesana, impregnada de profe­minismo, que ponía en evidencia el mérito y la superioridad de la mujer. Hay en la España del siglo XIV y XV declarados profe­ministas que seguían la moda del «amor cor­tés», como Juan Ro­dríguez del Padrón, Álvaro de Luna, Diego de Valera, Alonso de Cartagena y Diego de San Pedro, cada uno en distinta medida. Continuar leyendo

¿Qué significa la paternidad creadora?

Adolf Gustav Vigeland (1869-1943): «La paternidad». Composición escultórica.

El dominio de la fecundidad

 

El hecho de que en el ideal moderno de relaciones personales entre varón y mujer la sexualidad se haya escindido de la procreación provoca un especial trato de la técnica con el ser humano. El mundo moderno se encuentra con nuevos procesos de fecundación, los cuales son exigidos por la sociedad no ya para curar una infertilidad dentro de una relación con­yugal íntegra, sino para conseguir unos fines distintos.

Con la biotécnica parece que el hombre produce al hombre mediante técnicas de modificación genética y de fecundación: inseminación arti­ficial directa sobre la mujer o fecundación in vitro con transferencia de embriones. Se está viviendo como creador tanto de su naturaleza como de su destino. Un anónimo «banco de esperma», un anónimo «banco de ovocitos», una anónima «madre portadora» (surrogate mother) pueden figurar como materia o resorte de una creación parcial del niño, por ejemplo, mediante la técnica de «fecundación in vitro con transferencia de embriones».

Se programan y seleccionan embriones, se implantan en el útero de la mujer, se congelan los embriones sobrantes con vistas a implantaciones ul­teriores, se destruyen los que parecen inaceptables; se intenta también pre­determinar los rasgos físicos en el material genético modificado. Continuar leyendo

Tomás de Jesús (1563-1627): Semblanza biográfica

El primer tomo de Opera Omnia de Tomás de Jesús se publicó en 1684

No es fácil entender en perspectiva histórica la profunda reflexión teórica que el baezano Diego D’Ávila Herrera (Tomás de Jesús, en su Orden) sostiene en el Siglo de Oro para proyectar claridad psicológica en el denso fenómeno místico. Una reflexión que pudo iniciar ya en su período de estudio en las Universidades de Baeza, Salamanca y Valladolid, leyendo lo más espigado de la Patrística, los escritos neoplatónicos de Dionisio Areopagita (muy citados en aquellas aulas entonces, como Los nombres divinos, La jerarquía celeste y La teología mística), San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, así como las obras manuscritas de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, entre otros muchos autores. A finales del siglo XVII era considerado, con Santa Teresa y San Juan de la Cruz, la persona que mejor representaba al Carmen Descalzo[1]. Y por su reconocido prestigio intelectual algunos investigadores recientes han llegado a atribuirle la redacción de comentarios al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz[2].

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Forma: su naturaleza

Salvador Dalí (1904–1989): “Nacimiento del nuevo hombre”. Fiel a su estilo surrealista, Dalí describe un universo simbólico que responde a la virtualidad inmensa de la forma, de la vida incipiente, de la esperanza.

  1. El orden ontológico, el orden lógico, el orden gnoseológico

Etimológicamente “forma” significa el aspecto exterior de una cosa, su aire, su apariencia. Pero cabía distinguir entre figura y forma, expresando aquélla el perfil o contorno de un objeto, el aspecto externo, pasando entonces la forma a significar el aspecto interno, la esencia. Es más, el primer concepto conduce al segundo, pues si el aspecto externo distingue a una cosa de las demás, constituyendo su fisonomía patente, es porque responde a una estructura interna, a una figura latente e invisible, captable sólo por la mente. De aquí que la forma signifique, en su sentido metafísico, aquello que hace a la cosa ser lo que es. En su connotación a la patencia y visibilidad traduce el griego μορφή y el latín forma; en su connotación a lo latente e invisible, traduce el griego εῖδος y el latín species o genus[1]. En cuanto a su repercusión estrictamente filosófica, se pueden distinguir tres enfoques de la forma:

  1. Absolutización objetiva, como principio ontológico;
  2. Absolutización subjetiva, como principio lógico-gnoseológico
  3. Proyección objetivo-subjetiva, como co-principio gnoseológico-ontoló­gico.

Es de advertir que, en cualquiera de estos tres enfoques, la forma conserva una doble función: determinante y unificante. Determinante, porque la forma determina y reduce lo ilimitado e indeterminado, lo amorfo e indefinido, que haría función de materia. Unificante, pues la forma ordena la multiplicidad y dispersión material, configurando una síntesis con significación y sentido, confiriendo a los objetos una jerarquía y unas relaciones de subordinación y dependencia, las cuales garantizan una legalidad constante. Por esas dos funciones, la forma da consistencia universal e intemporal a los objetos, proviniendo de ella la dimensión necesaria y universal que requiere la ciencia[2]. Continuar leyendo

Naturaleza y cosas naturales, según Juan Poinsot

Joseph Anton Koch (1768-1839): “Naturaleza alpina”. Recrea un amplio paisaje natural. Sus lienzos reflejan un contenido romántico en formato neoclásico, buscando la armonía entre el hombre y la naturaleza y relacionando los conflictos dramáticos con la naturaleza.

EXPLICACIÓN DE LA DEFINICIÓN DE NATURALEZA

Traducción de la Philosophia Naturalis, I, q. IX
Joannes a Sancto Thoma (Poinsot)

La mayoría de los autores consagra varias acepciones a la palabra naturaleza. Pero Santo Tomás, partiendo del texto 5 del libro V de Metafísica de Aristóteles, da a conocer sus acepciones en STh I, q. 29, art. 1 ad 4m, y explica la analogía de este nombre del modo siguiente:

“El nombre de naturaleza se ha empleado para indicar, sobre todo, la generación de los vivientes llamada nacimiento. Y dado que una generación de esta índole brota de un principio intrínseco, este nombre se extendió para indicar el principio intrínseco del movimiento. Y así es definida la naturaleza en el libro II de la Física. Y como este principio es el formal o el material, tanto la materia como la forma son llamadas naturaleza. Dado que por la forma se completa la esencia de una cosa cualquiera, la esencia de cualquier cosa, indicada en su definición, es llamada naturaleza. De ahí que Boecio diga que la naturaleza es la diferencia específica que informa cada una de las cosas. La diferencia específica, pues, es la que completa la definición y la que es asumida por la forma propia de la cosa”.

Así pues, la naturaleza tomada en términos absolutos y sin adicción alguna es definida de estos cuatro modos, explicados en la definición:

-primero, como nacimiento;
-segundo, como principio de movimiento o de generación;
-tercero, como materia o forma;
-cuarto, como esencia. Continuar leyendo

Lo natural, lo artificial, lo violento: según Juan Poinsot

Joannes a Sancto Thoma, Philosophia Naturalis, q. IX

René Charles Edmond His (1877-1960): «Naturaleza». De manera meticulosa y con un profundo sentimiento de la naturaleza describe escenas de los ríos y bosques. Cautiva el tratamiento que hace de la interacción de la luz sobre el agua.

 En la definición de naturaleza Aristóteles estableció las diferencias existentes entre lo natural,  lo artificial y lo violento, pues a lo artificial y violento se opone una expresión, propia de la naturaleza, a saber: que “es principio del movimiento de aquello en lo que está”. Lo que es movido por el arte o por la violencia, no es movido por un principio intrínseco; y precisamente porque es la misma la razón de ser de estos dos términos opuestos a lo natural, al tratar de la naturaleza que tiene dentro de sí el principio del movimiento, trataremos a la vez de lo artificial y lo violento que tienen un principio extrínseco del movimiento. Ahora bien, aunque la naturaleza se oponga también a lo sobrenatural y a lo libre, sin embargo, no corresponde ala Física examinar directamente las diferencias, puesto que tanto lo sobrenatural como lo libre no dependen del movimiento sensible, en cambio, lo violento y lo artificial se encuentran en las realidades sensibles.

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DIFERENCIA ENTRE COSAS NATURALES Y ARTIFICIALES

Acerca de lo artificial se han de explicar brevemente dos cuestiones que se presentan como objeciones.

La primera se refiere al principio del movimiento, a saber: ¿Pueden ser las formas artificiales principio esencial (“per se”) del movimiento de aquella cosa en la que está?

La segunda: ¿Es posible producir mediante el arte una forma natural? Continuar leyendo

Hogar viene de fuego

«Alimentando el fuego sagrado» (relieve romano). En el centro de la casa familiar de la ciudad Antigua ardía de manera continua una llama, símbolo de la perennidad del núcleo familiar. En esa llama confluían los antepasados, que como penates o lares recibían culto familiar. Incluso se llegó a personalizar esa llama con el nombre de Vesta, vestida con una larga túnica de matrona y la cabeza tocada por un velo, sosteniendo con una mano una lámpara o antorcha. Si el fuego se apagaba, se producía una aflicción general, hasta que era restablecido.

Casa y hogar

No es lo mismo una casa que un hogar: el hogar necesita de una casa, pero no toda casa tiene su hogar. Como es sabido, “hogar” es una palabra que viene del latín focāris, derivado de focus, fuego. En principio podría entenderse que hogar es el sitio donde se hace la lumbre en las cocinas o chimeneas. Mas aunque así fuere, no es esto suficiente para entender la verdad de ese focus o fuego que arde dentro de la casa.

Para explicar esto me tengo que remitir a la “civilización antigua” de un griego o de un romano, donde se creía que el hombre después de la muerte tenía todavía una oportunidad de presencia espiritual dentro de la familia. Para la familia sus difuntos quedaban como seres sagrados, los manes, lares, a los que periódicamente se les invocaba. El difunto llevaba una existencia invisible, pero no inmaterial: venía a ser un protector de los suyos, y hostil a los que no descendían de él.

Estos manes familiares irradiaban todo su poder protector desde el fuego que en un altar especial de la casa debía permanecer siempre encendido. El altar del fuego era el hogar, desde el que el lar bienhechor conservaba la vida del hombre. Hogar vino incluso a significar lo mismo que lar doméstico. Cada familia tenía sus propios lares. Y el culto que se le ofrecía era designado por los antiguos con una palabra que indicaba acercamiento al propio linaje familiar: parentare.

El poder moral de los lares familiares

La supervivencia de la familia, su conservación, dependía directamente de la protección de los lares. A ellos se les debía la adquisición de bienes y la salud. No eran un simple poder físico, sino sobre todo moral, cuya fuerza y pureza ‑simbolizada en el fuego‑ propiciaba en la casa la sabiduría, la templanza, la pureza de corazón. Si el fuego se extinguía, dejaba de estar presente el lar. Las comidas, los matrimonios y los nacimientos eran presididos por los lares desde el fuego sagrado. A ellos se les invocaba con oraciones. Los antiguos llegaron incluso a personificar el altar del fuego: llama viviente. Continuar leyendo

¿Evolución, azar, creación?

 

Abraham Teniers (1629-1670), «Monos fumadores». Utiliza colores más metálicos que su padre David. En el Siglo XVII proliferan escenas «humanoides» de monos, que son críticas a costumbres de aquella sociedad burguesa.

Chimpancés con máquinas de escribir

Que el mundo existe, está claro; y también el hombre con él. Pero ¿cómo ha sur­gido? ¿Se debe a un acto inteligente­mente planificado o a un puro azar?

Las teorías que se inclinan por el azar, advierten que se ha de contar con ingentes cantidades de tiempo para que al azar “le dé tiempo” de combinar todos los elementos que darían lugar al Universo. Claro que antes tendrían que existir “los ele­mentos” combinables y que todavía no formarían un mundo. ¿Cómo surgirían esos elementos previos? También por azar, diría la teoría aludida. ¿Y el tiempo, en cuyo curso quedarían tales elementos combi­nados? También por azar. Todo por azar, elementos iniciales, tiempo ne­cesario, mundo y hombre. A princi­pios del siglo XX el astrónomo Ar­thur Eddington propuso, para ilus­trar la teoría del azar, un ejemplo: si cien mil chimpancés se pasaran tecleando al acaso una máquina de escribir durante un tiempo muy amplio, acabarían escribiendo las obras del Museo Británico. Continuar leyendo

Evolución y evolucionismo

Salvador Dalí (1904-1889), “El nacimiento del hombre”. Una pequeña, pero impactante, imagen surrealista, escultura sacada de una previa pintura (1943).

Teoría de la evolución

Entre los te­mas que, res­pecto al hom­bre, Darwin dejó pen­dientes está el de la po­sible identificación en­tre evolución y evolu­cionismo.

La Teoría de la Evolución enseña que, teniendo en cuen­ta los datos de las ciencias naturales (paleontología, bio­genética, etc.) puede afirmarse con toda probabilidad que en el ámbito orgánico existe un proceso continuo, sin aparentes saltos bruscos, de desa­rrollo, proceso que va de las formas inferiores a las formas superiores. Pero de tales da­tos científicos no se saca la conclusión de que las formas inferiores producen, por des­pliegue interno o inmanente, las formas superiores. Parece, pues, que no habría objecio­nes serias que oponer a la evo­lución entendida de esa mane­ra. Lo importante, en tal senti­do, es que los científicos en­cuentren los mecanismos ge­néticos –o de otra índole– que dan lugar a ese proceso conti­nuo, en el cual todos los orga­nismos pasados y presentes descienden, siguiendo una ley de nacimiento natural, de rea­lidades preexistentes. Tal pro­ceso no siempre es progresivo, pues a veces desemboca en una vía muerta. Continuar leyendo

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