Inteligencia y voluntad en la admiración
Los estilos de vida específicamente humanos –como el obrar y el contemplar– no sólo vienen marcados por el signo de la inteligencia, sino también por el de la voluntad. Porque uno no se entrega a la contemplación si no quiere. Ni se hace moralmente bueno en contra de su voluntad: ha de quererlo. Por tanto, sea cual fuere el estilo de vida aceptado, hay que prestar atención a la libre entrega misma que uno hace al estilo de vida. No obstante, aunque uno opte libremente por hacer su mejor vida, que es la contemplativa, es claro que en la especificación interna de esta contemplación, marcada por la verdad, no entra la voluntad, que se dirige al bien. Pero lo cierto es que la verdad se nos manifiesta también como un bien deseable, un bien por el que podemos optar. «Por ser la verdad el fin de la contemplación, tiene aspecto de bien apetecible, amable y deleitable, y según este aspecto, dice relación a la voluntad»[1]. La opción arranca de mi voluntad, la cual desemboca en la posesión de lo querido: o sea, tiene como punto terminal un gozo.
En conclusión, con mi voluntad quiero la vida contemplativa para, también con mi voluntad, gozarme en ella. «Se llama vida contemplativa la de aquellos que pretenden (intendunt) principalmente contemplar la verdad. Pero esta pretensión (intentio) es acto de la voluntad, puesto que se refiere al fin, que es su objeto. Por consiguiente, la vida contemplativa pertenece esencialmente a la inteligencia, pero en cuanto al impulso de ejercer tal operación (id quod movet ad exercitium) pertenece a la voluntad, que mueve a todas las demás facultades, sin excluir la inteligencia, a sus actos […]. Y puesto que el gozo consiste en alcanzar lo que se ama, el término de la vida contemplativa es el gozo, que radica en la voluntad y que, a su vez, aumenta el amor»[2]. La contemplación, pues, termina en la voluntad.
Y es natural que acabe en un afecto provocado por el conocimiento, como el sentimiento de admiración, admiratio, el cual no es acción intelectual, sino volitiva o afectiva, aunque provocada por el conocimiento, por la verdad: es «una forma de estremecimiento temeroso producida en nosotros por el conocimiento de algo que excede nuestro poder; por lo tanto, es consecuencia de la contemplación de una verdad sublime»[3].