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Del ser a la nada

Jackson Pollok (1912-1956). Mediante una original plasmación gráfica con nuevas técnicas de tratamiento de la pintura, el artista quiso expresar el caos subjetivo y objetivo. Si el orden es “cosmos”, la falta de orden es “caos”; pero hay más: la falta de caos es la “nada”. El caos puede ser lo impredecible, el descontrol de las causas; la “nada” es la ausencia de causas y de ser. Las pinturas del caos son símbolos muy lejanos de la nada.

Jackson Pollok (1912-1956). Mediante una original plasmación gráfica con nuevas técnicas de tratamiento de la pintura, el artista quiso expresar el caos subjetivo y objetivo. Si el orden es “cosmos”, la falta de orden es “caos”; pero hay más: la falta de caos es la “nada”. El caos puede ser lo impredecible, el descontrol de las causas; la “nada” es la ausencia de causas y de ser. Las pinturas del caos son símbolos muy lejanos de la nada.

1.  Acerca de un final del ser finito

1. Si en la línea ilustrada e idealista del pensamiento moderno se niega la creación y, por ende, se afirma que el mundo es algo ingenerado e indestructi­ble, sin principio ni fin, consecuentemente se desemboca en una teoría del eterno retorno. Nada sería creado ni destruido. Las fuerzas del mundo estarían contadas y serían permanentes, apareciendo reiteradamente en los ciclos infini­tos del tiempo. Los antiguos pensadores griegos, desde los presocráticos, andu­vieron enredados en estas conclusiones.

Frente a esta postura es preciso subrayar que no carece de sentido plantearse el problema del final del mundo, del acabamiento del tiempo y del ser finito en general.

En el supuesto metafísico del eterno retorno se niega no sólo el comienzo del tiempo, sino también su fin. ¿Qué hay que entender propiamente por “fin” del tiempo y del ser finito? “Fin” puede tener dos sentidos: absoluto y relativo. “Fin absoluto” del tiempo y del ser finito significa revocación completa del co­mienzo, anulación de la creación, paso a la nada. “Fin relativo” del tiempo y del ser finito significa mantenimiento del ser creado, aunque sea en un estado dis­tinto del que tiene. Continuar leyendo

De la nada al ser: la relación creatural

Miguel Ángel (), "La creación del hombre"

Miguel Ángel (1475-1564), «La creación de Adán». El brazo derecho de Dios se abre para impartir la vida al hombre Adán. El dedo de Adán es capaz de alcanzar el dedo de Dios en el mismo momento de su creación, pues es creado “a semejanza” de Dios. La relación del dedo humano al dedo divino es real (de abajo arriba), pero no implica idéntica o simétrica relación en Dios (de arriba abajo).

La posibilidad continua que la criatura tiene de volver a la nada modula el tipo de relación que mantiene con el creador: “Cuando la criatura se refiere al creador, la relación se fundamenta en la criatura de modo real, mas en Dios sólo de modo ideal; de ahí que la relación misma implicada en el nombre de crea­ción no ponga algo en el creador, sino solamente en lo creado”[1].

En la tesis planteada gravitan dos cuestiones nu­cleares: primera, la referente a la existencia de una relación real de la criatura a Dios; segunda, la que concierne a la modalidad y tipificación de dicha relación.

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1. La relación real de la criatura a Dios

Sobre la existencia de una relación real de la criatura a Dios no tiene el Aquinate duda alguna[2]. Para explicar la diferencia que existe entre relación real y relación ideal (o de razón), comenta lo siguiente: “Hay una triple diversidad de relativos. Unos implican recíprocamente relación, pero no en la cosa exis­tente, sino sólo en la razón; como cuando el ente es referido al no-ente, o la relación a la relación, o cosas por el estilo. Otros, en cambio, hay en que uno de ellos implica una relación real, y el otro una mera relación de razón, como es el caso de la ciencia y el objeto cognoscible; y semejante diversidad se debe a que aquello en lo que se fundamenta la relación, unas veces se halla en un extremo solamente, y otras veces en ambos: y así ocurre que la relación de la ciencia al objeto cognoscible se fundamenta en la aprehensión según su ser espiritual. Ahora bien, este ser espiritual, en el que se fundamenta la relación de la ciencia, está solamente en el sujeto cognoscente y no en el objeto conocido, porque en éste se halla la forma de la cosa en su ser natural; y por eso, la relación real está en la ciencia, pero no en el objeto cognoscible. Y al contrario ocurre en el caso del amante y del amado; porque la relación de amor se fundamenta sobre el apetito del bien, siendo así que el bien no es algo que existe solamente en el alma, sino también en las cosas. Por eso dice Aristóteles que el bien y el mal están en las cosas; mientras que lo verdadero y lo falso están en el alma; y de ahí que Avicena diga que en el amante y en el amado –en los dos relativos– puede darse una disposición mediante la cual uno se refiera al otro –cosa que no se halla en el sujeto cognoscente y en el objeto cognoscible–, y por eso en am­bos es real la relación; así también ocurre con la igualdad que se fundamenta inmediatamente sobre la cantidad que hay en ambos extremos. Y como todas las relaciones de la criatura a Dios se fundamentan sobre el modo en que reciben de Dios el ser, modo que no está en Dios, porque no se siguen del perfecto modo conforme al cual Dios obra en ellas, por eso, a las relaciones [reales] que hay en la criatura no responde otra relación real en Dios”[3]. Continuar leyendo

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