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Es otra naturaleza la educación

Teodoro Núñez Ureta (1912-1988). El impresionista autor peruano expone en este mural que los niños son la semilla del nuevo mundo y que los maestros deben enseñarles a trabajar y a cultivar sus mentes.

Teodoro Núñez Ureta (1912-1988). El impresionista autor peruano expone en este mural que los niños son la semilla del nuevo mundo y que los maestros deben enseñarles a trabajar y a cultivar sus mentes.

Se nace con una naturaleza abierta, como persona. Pero con el tiempo formamos una personalidad, un modo de ser en la realidad. A ese proceso de libre formación de la personalidad en el tenaz carácter recibido de la naturaleza, se llamó siempre educación.

Se comentaba a principios del siglo XVIII una historieta trágica y salvaje, que seguramente nunca podría haber ocurrido:

De camino a la horca, pidió un ladrón a los jueces le permitieran, para su consuelo, decir a su madre dos palabras al oído. Acercóse la madre, y aquél cortóle media oreja con los dientes. Afeáronle los circunstantes, acción al parecer tan poco pía; mas él satisfizo, diciendo: la madre tiene la culpa del hijo. Hubiérame castigado cuando rapaz hurté a otro niño una cartilla, y no me hubiera yo adelantado en nuevos hurtos”.

Muestra este relato dos puntos importantes. Uno positivo  y acertado: que la educación ayuda a conformar en valores el abierto carácter del niño. Otro negativo, arrastrado por un sentir histórico equivocado: que la educación es algo mecánico, como una relación rígida de causa a efecto. A veces se olvida que en medio está la libertad del educando ‒y luego la del hombre maduro‒: quizás ni los castigos hubieran hecho mella en una libertad indispuesta hacia valores, como pudo ser la de ese ladrón. Continuar leyendo

Las ideologías en la cultura

Michelangelo Merisi de Caravaggio (1571-1610). Cabeza de Medusa, de 1597, muestra la cabeza del animal mitológico con sangre brotando del cuello.

Michelangelo Merisi de Caravaggio (1571-1610). Cabeza de Medusa, de 1597, muestra la cabeza del ser mitológico con sangre brotando del cuello. Las serpientes vendrían a ser las ideologías que  acaparan el pensamiento y ahogan la verdad de las cosas.

Ideología y cultura

1. En la medida en que todas  las aspiraciones del mundo de la praxis conquistan el ámbito de la cul­tura[1] y desalientan el auténtico saber, se pierde también la libertad cultural. Esa es la vía de la autodes­trucción de la cultura: que venga a ser un saber al servicio de un determinado sistema de poder ajeno a ella misma, a su va­lor teo­rético, renunciando a su tarea de trascender el mundo de la praxis. A esta reducción hay que llamar ideología y por ella se desvir­túa la relación que se establece entre sociedad y cultura[2].

El marxismo ha sabido ver agudamente la estructura de la ideo­logía, como expresión de los intereses o las necesidades de un grupo social. Marx no usó el término “ideología” para designar su posición, sino la de sus adversarios burgueses. Para Marx y Engels la ideología encierra por lo menos tres notas fundamentales.

La ideología es, en primer lugar, una supraestructura. Para Marx las ideas no se despliegan según la lógica postulada por un vago idealismo, sino que están determinadas por la base de los fac­tores externos del orden social. La ideología es así un sistema de determinadas concepciones, ideas o representaciones sobre las que se apoya una clase o un partido político. Continuar leyendo

Tradición efímera y tradición eterna, según Unamuno

 

Phip Jacques Loutherbourg: "El grorioso primero de junio"

Phip Jacques Loutherbourg: «El glorioso primero de junio». Esta pintura romántica expresa con fuerza una batalla naval, en la que se agita la superficie del mar con el estruendo de los cañones y el griterío de los náufragos. La imagen de la relación entre superficie alborotada y profundidad sosegada fue utilizada por Unamuno (1864-1936) para explicar el sentido de la historia

1.     Dimensiones de la historia

En su juventud pensaba Unamuno[1] que la Historia al uso «nos enseña a conocer más bien a los hombres que no al hombre; nos da noticias empíricas respecto a la conducta de los unos para con los otros, más bien que una visión de su esencia […] La Historia nos muestra más bien sucesos que no hechos»[2]. Sin embargo, a pesar de que este tipo de Historia lo hastiaba, leía «a historiadores artistas, y sobre todo a los que nos presentan re­tratos de personajes. Me han interesado siempre las almas hu­manas individuales mucho más que las instituciones»[3]. Y en su madurez confiesa que sorbía muchos libros de historia[4], justo aquellos que, como decía Nietzsche, no nos desvían negli­gen­te­mente de la vida y de la acción. Una cosa es el libro de historia cuyo contenido se resuelve en su cáscara de citas; y otra cosa es el libro que cala el fondo y la forma de los hechos históricos, aunque la corteza de erudición esté resquebrajada en algunos puntos.

Lo que de verdad considera Unamuno insuficiente es el mero «erudito de historia». «Los eruditos se limitan a publicar textos, ateniéndose a la letra y fingiendo desdeñar la imaginación, ya que no les ha sido concedida»[5]. Pero, ¿de qué tipo es la ima­gi­nación en historia? «Imaginación es la facultad de crear imá­ge­nes, de crearlas, no de imitarlas o repetirlas, e imaginación  es, en general, la facultad de representarse vivamente, y como si fuese real, lo que no lo es, y de ponerse en el caso de otro y ver las cosas como él las vería»[6]. Continuar leyendo

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