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Amor femenino y magnanimidad masculina. Una teoría de Fichte

 

William Hogarth (1697-1764): “Contrato matrimonial”. El tema es un matrimonio de conveniencia entre la hija de un adinerado burgués y el hijo de un arruinado noble, ambos sometidos a la voluntad de sus padres. Al fondo se encuentran el novio, que se mira en el espejo; y la novia que, con aspecto abatido, es consolada por su abogado. Una escena repudiada por Fichte.

1. Sentido supraindividualista del amor

 

Del amor parte Fichte con el objetivo de es­tructu­rar su teoría del ma­trimonio. Para cumplir ese obje­tivo, empero, Fichte asigna el amor a una de la partes, a la mujer primordialmente, dejando pa­ra la otra parte, el varón, el ejercicio paralelo de la magnani­midad. O sea, Fichte traza los parámetros definitivos de la femi­niza­ción del amor y de la masculinización del matrimonio.

Además, si para Kant existe el deber de casarse sólo cuando ha de dar­se la relación sexual, en cambio, para Fichte la determina­ción objetiva y moral del ser humano exige siempre entrar en el estado del matrimonio. Esta exigencia –también compartida des­pués por Hegel– proviene, según Fich­te, del ámbito antropoló­gico y moral, y proclama la absolutización de la conyugalidad.

El “amor” es considerado por Fichte desde dos perspectivas: la metafísica y la ético-antropológica. El enfoque metafísico fue tratado por él ampliamente en su obra Iniciación a la vida feliz (1806)[1], a propósito de la relación que tiene el hombre con el absoluto. Este amor expresa en el hombre a la vez un estado de división y una aspiración a la uni­dad. División, por ejemplo, entre dos dimensiones reales del existente; o entre lo que un existente fácticamente es y el modelo ideal de su ser verdadero. “El amor reúne y religa de la manera más íntima el yo dividido que, sin amor, sólo se contemplaría fríamente y sin ningún interés”[2]. Esa relación metafísica es sinó­nima de “amor”, el cual tiene carácter unitivo. La vida verdadera ama lo uno, inmutable y eterno, es decir, a Dios[3], que es un absoluto no personal.

Desde el punto de vista ético-antropológico, el tema del amor y del matrimonio fue estu­diado por Fichte, dentro de las obras que él mismo publicó, en Fundamento del Derecho Natural (1796)[4]y Sistema de teoría moral (1798)[5], cuyo clima mental es filosóficamente posrevolu­cionario, en el que conceptos tan fundamentales como libertad, responsa­bilidad y familia –junto con el de las relaciones entre los sexos– sufren un proceso de redefinición. Asimismo encon­tramos in­teresantes observaciones en algunas cartas y parciales desa­rrollos en los siguientes inéditos: Sistema de teoría del derecho[6], Lógica y Metafísica[7], Lecciones sobre los aforismos de Platner[8] y sobre Moral[9]

Al estudiar el matrimonio –punto focal del amor–, Fichte pretende superar el individualismo jurídico y el individualismo libertario[10]. Continuar leyendo

¿Qué significa jugar? Deporte, actitud laboral y actitud lúdica

Pieter Brueghel (1525- 1569) »Juego de niños». El pintor describe con gran sensibilidad y humor los diversos juegos que en el siglo XVI gustaban entre las familias campesinas: la payana, los aros, el caballito, la piñata, las cartas, las escondidas, martín pescador, el tejo; y muchos más.

 

Estructura fenomenológica del deporte

No es raro encontrarse aún en nuestros días con la opinión de que el deporte es básicamente un cultivo progresivo de la actividad muscular. Quizá esta opinión ha sido avivada también por las fre­cuentes llamadas que los ciudadanos sienten desde organismos ofi­ciales a la práctica del deporte, llamadas que la mayoría de las veces van acompañadas con la imagen de un atleta en pleno esfuerzo muscular. Para deshacer esta opinión baste recordar que hay de­portes que apenas requieren actividad muscular y que muchas ac­tividades físicas no entran en el ámbito del deporte.

Importa, pues, establecer en su significado estricto la estructura fenomenológica del deporte. Esta engloba dos grupos básicos de notas: el primero está formado por las notas que afectan al con­tenido del deporte; el segundo lo integran las notas propias del sen­tido del mismo. O sea, en la estructura fenomenológica del deporte —en su definición— es necesario que aparezcan un contenido y un sentido. Continuar leyendo

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