La paternidad y el hijo que se espera
La “idea ejemplar” de padre humano no incluye que él sea creador absoluto del hijo, sino que acepte al hijo como un don[1], pues la existencia que los padres otorgan pertenece a una corriente ontológica de la que ellos mismos participan. El hijo debe ser esperado por el hombre como un fruto «sorprendente», algo que excede a las fuerzas que los esposos mismos han puesto, pues ellos no tienen el poder externo de formar su organismo: sólo desencadenan un proceso cuya finalidad interna se les escapa[2].
De la unión amorosa íntegra los esposos «esperan» el don del hijo. El lenguaje coloquial español es ilustrativo: en muchos pueblos los esposos dicen que «encargan» el niño; saben que encargarlo o pedirlo no es «hacerlo» o «confeccionarlo». La naturaleza dispone que el hijo se haga por sí mismo mediante un «arte» interno, una idea ejemplar interiorizada en el óvulo fecundado. El hijo es «distinto» de ellos mismos, es «el otro». Distinto también de la representación o proyección psicológica que a veces anhelantemente se hacen de él. Sólo si los cónyuges aceptan esta alteridad posible abren para el hijo su primer espacio de libertad: le reconocen la primera libertad de todas, la de vivir dentro del ámbito propio, intangible e intransferible en que se desarrollará como persona. Continuar leyendo