Ser y tiempo
La vida del hombre que se teje en el tiempo va de un pasado hacia un futuro. El presente es evanescente y se diluye al pasar. El futuro del presente es el pasado. Pues bien, aunque la existencia humana no coincidiera con el tiempo mismo, su discurrir mundano existe en el tiempo. Y pasa con el tiempo. Este hecho, subrayado por los pensadores de todos los tiempos, hizo que modernamente Heidegger (en Sein und Zeit) afirmara que el existente humano es un ser-para-la-muerte (Sein zum Tode). Para este pensador alemán, la muerte no sólo es el «final» externo de ese ser, sino también su «fin» interno: la interior vida del hombre es un correr anticipado hacia la muerte. Y no caben más esperanzas que las del morir. O sea, no hay esperanza, sino «angustia» producida por el estrechamiento que el «fin» mortal provoca día a día en el hombre.
El moderno existencialismo (Heidegger, Sartre) ha insistido en esta situación angustiosa del ser humano. Y desde ella interpreta Heidegger todas las tradicionales categorías filosóficas.
Mucho antes, don Francisco de Quevedo (1580-1625) interpretó también la vida humana con unos tintes tan sombríos que parecen arrancados de una obra existencialista contemporáea.
Ahora bien, esta poesía de la temporalidad humana es, a su vez, sólo una cara del ámbito poético de Quevedo, quien abre en otros poemas jirones de trascendencia y esperanza. Aquí sólo hablaré de los primeros, entresacados de su Parnaso Español. Luego, al final, haré una reflexión más filosófica o metafísica sobre el instante, realidad del tiempo quevediano.