Joseph M. W. Turner (1775- 1851): “Sol entre nubes”. La acuarela muestra un paisaje lleno de emoción en un espacio atmosférico donde los efectos luminosos y el color adquieren un protagonismo absoluto. Expresa muy acertadamente las múltiples posibilidades de valores que encierra la naturaleza.

Joseph M. W. Turner (1775- 1851): “Sol entre nubes”. La acuarela muestra un paisaje lleno de emoción en un espacio atmosférico donde los efectos luminosos y el color adquieren un protagonismo absoluto. Expresa muy acertadamente las múltiples posibilidades de valores que encierra la naturaleza.

PRELIMINAR FILOLÓGICO SOBRE EL VALOR

Desde el punto de vista objetivo, el Diccionario de la Lengua comienza definiendo el “valor” como el grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite; o sea, recoge una acepción utilitarista del valor, relacionado exclusivamente con las tendencias y los sentimientos humanos. A continuación aduce una definición más objetiva, pero economicista: valor es la cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente (incluso son “valores” los títulos representativos o anotaciones en cuenta de participación en sociedades, de cantidades prestadas, de mercaderías, de depósitos y de fondos monetarios, futuros, opciones, etc., que son objeto de operaciones mercantiles, por lo que se dice: Los valores están en alza, en baja, en calma). Finalmente indica que “valor” es también el alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase.

Pero desde el punto de vista subjetivo, el Diccionario señala, en primer lugar, que “valor” es la cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros; es lo que, en sentido positivo, los antiguos entendían por “fortaleza”, e incluso en sentido peyorativo, lo que denotaban por osadía y hasta desvergüenza; y por eso se dice: ¿Cómo tienes valor para eso? Tuvo valor de negarlo. En segundo lugar, “valor” equivale a la firmeza de algún acto, incluso la fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos; de ahí pasa a significar a la persona que posee o a la que se le atribuyen cualidades positivas para desarrollar una determinada actividad; por lo que se dice: Es un joven valor de la guitarra.

En esta tensión de lo “objetivo” y de lo “subjetivo”, el Diccionario recoge también lo que la Filosofía ha podido aportar a los contenidos de la Lengua; e indica que “valor” es la cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables. Y sigue diciendo que los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores.

El Diccionario abre así tres problemas para el filósofo: primero, el de la “objetividad” de los valores; segundo, el de su “polaridad”; tercero, el de su “jerarquía”. A la doctrina que estudia estos problemas se le llama Axiología, que es una teoría de los valores (de axios, valor), la cual abarca, por una parte, el conjunto de ciencias normativas y, por otra, la crítica a la noción de valor en general.

En resumen, subjetivamente el valor es el carácter que reviste una cosa al ser más o menos apreciada (p. ej., valor de uso, valor de cambio). Objetivamente es el carácter de las cosas que merecen mayor o menor aprecio o que satisfacen cierto fin. El primer uso técnico de la noción de valor proviene de la economía política y de ella ha pasado sobre todo por influjo de Nietzsche al lenguaje filosófico, concretamente a la Axiología.

Es preciso estudiar, por tanto, el despliegue histórico de la Axiología y la conexión que pueda tener con la teoría metafísica clásica, de la que es deudora en muchos puntos. Y debe ser estudiado asimismo como capítulo importante de una Ética que se atiende a las coordenadas fundamentales de la naturaleza o esencia humana.

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DETERMINACIÓN DEL VALOR

1. Los precursores: tensión entre subjetivismo y objetivismo axiológicos

La Axiología se despliega propiamente en el s. XIX. Mas no por eso dejó de ser antes preocupación de los filósofos el problema del valor. Se suele mencionar a Protágoras, Platón, S. Agustín, S. Tomás, Hume, Kant, como testimonios de ello. Pero la distinción entre ser y valer, por una parte, y la captación del valor por el sentimiento, por otra, fueron las tesis que marcaron el hito de la Axiología como escuela filosófica moderna. Los verdaderos precursores de la Axiología, en el sentido apuntado, han sido Lotze, Nietzsche y Brentano.

K. H. Lotze (m. 1881) sostiene que junto al mecanicismo se da una finalidad, la cual utiliza las causas mecánicas como instrumentos hacia una configuración superior de sentido. Su postura objetivista y antikantiana le lleva a empalmar con Platón, admitiendo que a los valores de la conciencia moral les compete un valer objetivo, independiente de la experiencia, como imperativos éticos. Los valores, al igual que las verdades eternas platónicas, necesitan determinantes empíricos externos para que se hagan conscientes a nuestro espíritu. Pero su existencia no es debida a la experiencia, ni a la costumbre, sino que figuran como contenidos de razón. La metafísica comienza en la ética: «Los valores no son, sino que valen». F. Nietzsche (m. 1900) enseña el valor preferente de los impulsos vitales sobre la razón, así como la subversión de todos los valores y el culto del individuo de gran estilo (superhombre). Lo bueno es lo noble: lo que cuadra al carácter y a la raza del superhombre. Lo malo .es todo lo que está a tono con el esclavo y el débil. Sólo aquel que es creador sabe lo que es el bien y el mal, puesto que hace creadoramente que lo uno sea bueno y lo otro malo. La historia es una dinámica de creación y aniquilamiento de valores. Tres son los puntos fundamentales de su Axiología: primacía del valor sobre cualquier otra noción; origen del valor en la voluntad de poder; vigencia de una tabla de valores establecida al ser transmutados todos los valores para todo hombre.

Pero es la figura decisiva de F. Brentano (m. 1917) la que más influiría en la formación de la Axiología. La intencionalidad de la conciencia le permite pasar del examen de la vivencia al objeto que es referente de esa vivencia. A partir de aquí descubre normas objetivas para el conocimiento y la voluntad. Clasifica las funciones psíquicas en «representación, juicio y sentimiento». La representación es objeto del juicio y del sentimiento. El juicio discierne la verdad. El sentimiento estima el valor. El valor se refiere al sentimiento del mismo modo que la verdad al juicio. Los valores se fundan sólo en el acto valorativo; el cual no es un proceso racional, sino emocional. El amor posee una peculiar inmediatez de evidencia como criterio acertado. De aquí arrancarían las teorías de Meinong y Ehrenfels. La Axiología de Meinong (m. 1921) es subjetivista: para él, una cosa tiene valor cuando nos agrada y en la medida en que nos agrada. Es necesario partir de la valoración como hecho psíquico; tal hecho es siempre un sentimiento, el tal lleva a su vez implícito un juicio de existencia. En toda valoración se produce un estado de placer o de dolor, basado en el juicio existencial. Aunque el valor es puramente subjetivo, mantiene, no obstante, una referencia al objeto a través del juicio existencial. Un objeto tiene valor en tanto posee la capacidad de suministrar una base efectiva a un sentimiento de valor. Posteriormente, hizo menos radical este subjetivismo: un objeto tiene valor en cuanto un sujeto tiene o debe tener algún interés por él. Meignon admite, por su teoría del objeto ideal, la objetividad de algo irreal, como el valor, que es independiente del sentimiento que un sujeto puede tener acerca de él. Incluso llega a afirmar la relación del valer con el ser. El valor de un objeto no puede depender de que se lo desee o apetezca: se desea lo que no se posee, pero se valora únicamente lo existente poseído. Aunque valoramos también lo inexistente, al valorarlo sólo afirmamos que si el objeto llegase a existir nos produciría un sentimiento de agrado. Por tanto, hay un valor actual que tiene presente al objeto que provoca el agrado y un valor potencial que tiene ausente ese mismo objeto. Así, pues, el valor de un objeto consiste en la capacidad para determinar el sentimiento del sujeto, exista o no exista aún tal objeto. Pero el fundamento último del valor es el sentimiento de agrado. La postura de C. Ehrenfels (m. 1932) es una respuesta a la de Meignon. El valor de una cosa reside exclusivamente en el deseo que despierta; por tanto, el valor se identifica con la apetibilidad. Entonces, la medida o patrón del valor es la intensidad del deseo. El valor es la relación entre el objeto y el sujeto; en virtud de tal relación conocemos que el sujeto desea efectivamente al objeto, o por lo menos que el sujeto puede desearlo en caso de que esté convencido de la no existencia del objeto. Es decir, una cosa es valiosa no sólo cuando es capaz de producir un sentimiento de agrado, pues en ese caso serían valiosas sólo las cosas existentes. Valoramos también lo que no existe como la justicia y la bondad perfectas. Por tanto, el fundamento del valor no se encuentra en el sentimiento de placer o agrado como sostiene Meignon, sino en el apetito o deseo: las cosas son valiosas porque de no existir o de no poseerlas, las desearíamos. Cuando hay una representación fuerte y completa del ser del objeto, entonces la relación sujeto-objeto despierta en nosotros un estado sentimental más intenso que la representación de la no-existencia de ese mismo objeto. Valor es siempre la relación entre un objeto y la disposición de apetencia de un sujeto. Con Meignon y Ehrenfels nace, pues, una tensión en la Axiología (subjetivismo-objetivismo del valor) que de ningún modo concluiría con ellos.

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2. El subjetivismo axiológico

 Pasamos a la negación del carácter absoluto del valor, como independiente del sujeto. Esta postura se despliega sobre todo en Europa a partir de W. Dilthey (m. 1911) bajo el signo de relativismo histórico: la historia es la fuerza productiva que engendra los valores con los que se mide el significado de hombres y épocas. También G. Simmel (m. 1918) se pronuncia en el sentido de Dilthey: el valor nunca es una entidad objetiva, pues su objetividad resulta de la correlación entre sujeto y objeto. Los valores absolutos son los que los hombres reconocen como tales en determinadas condiciones. No muy lejos de esta postura se halla el relativismo sociológico de Vierkandt.

También aparece esta postura como relativismo monista-naturalista en W. Ostwald (m. 1932). La realidad es la energía, entendida ésta como una verdadera causa y como constante ontológica que continuamente se modifica. Las realidades particulares son modos de energía, la cual es siempre constante. La energía es un valor. Esta teoría, conocida con el nombre de energetismo enseña el imperativo energético: no desperdiciar la energía libre que disminuye constantemente, sino aprovecharla. Sólo es valioso lo que contribuye a ese aprovechamiento. El máximo valor consistirá en el máximo aprovechamiento de energía.

También H. Münsterberg (m. 1916) profesa el relativismo. La filosofía se basa en un acto voluntario fundamental que afirma la existencia del mundo. Este acto afirmativo es el fundamento de un sistema de valores. Los valores son el resultado de una acción libre de afirmación, pero que se establecen independientemente organizados en una jerarquía. El valor puede originarse o bien de la vida espontánea o bien de la vida consciente. En último análisis, todos los valores se resuelven en una unidad suprema: el mundo como producto de una voluntad de valores.

Pero quizá las formas más radicales de subjetivismo se han dado en el ámbito anglosajón. Cuando ya parecía que el subjetivismo había sido completamente superado en el ámbito europeo, florecía en los círculos filosóficos anglosajones. Esto fue debido a que el idealismo de corte germánico de un Bradley o de un Royce jamás llegó a cuajar definitivamente allí. Era demasiado intensa la influencia de la tradición empirista y nominalista de Ockham, Bacon, Hume y Mill, para que el idealismo pudiera establecerse tranquilamente. Surge entonces el neopositivismo con una fuerte afirmación de pragmatismo. R. B. Perry, Wittgenstein, R. Camap, A. Ayer y B. Russell encabezarán este movimiento.

R. B. Perry (m. 1957) rechazó la tesis idealista, pero sostuvo la teoría extrema del subjetivismo axiológico: el fundamento del valor es el sujeto que valora. Hay una relación estrecha entre el valor y el interés, de modo que un objeto adquiere valor cuando se le presta interés. Los objetos, dice, no tienen previamente una determinada cualidad para ser valiosos; ni tampoco existen únicamente intereses especiales que confieran valor al objeto: cualquier interés otorga valor al objeto. Se puede establecer la siguiente ecuación: x es valioso = se ha tomado interés en x. El interés expresa una actitud compleja de todo ser vivo de estar a favor o en contra de ciertas cosas. Interés es el deseo, el agrado, la voluntad, el propósito, la aversión, etc. Por tanto, son marginadas en esta teoría las cualidades del objeto que despiertan en nosotros el agrado o el desagrado. El silencio del desierto carece de valor hasta el momento en que algún viajero lo encuentra desolado y aterrador; lo mismo sucede con la catarata, hasta que una sensibilidad humana la encuentra sublime.

Otra forma de subjetivismo axiológico, aunque no coincidente con el anterior, es la del empirismo lógico. El Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein puede tomarse como punto de partida (1921) del empirismo lógico.

Un primer núcleo de este movimiento quedó constituido en el Círculo de Viena, encabezado por Moritz Schlick. El Círculo de Viena se propuso unificar las ciencias, incluida la filosofía, partiendo del método lógico de análisis, el cual permitiría eliminar problemas metafísicos y afirmaciones carentes de significación; este método serviría para aclarar los conceptos y las proposiciones de las ciencias empíricas, cuyo contenido es lo observable de modo inmediato.

Las expresiones metafísicas, afirman, tienen un trasfondo sentimental, careciendo de rango científico. Los predicados bueno, bello, justo, etc., como valores, no tienen función simbólica como la tienen los predicados rojo, frío, idiota, etc., sino que sirven sólo como signos emotivos o expresiones de nuestra actitud hacia algo. Cuando decimos bueno no afirmamos nada del objeto, pero manifestamos nuestro estado sentimental. Y no es que nuestro deseo o agrado confiera valor al objeto como creía Meignon, sino que cometemos un error creyendo que hablamos de un objeto, cuando en realidad hablamos de un estado sentimental. Para R. Carnap, p. ej., los juicios de valor son disfraces de imperativos o normas. Entre el juicio de valor «robar es malo» y el imperativo «no robes» sólo hay diferencia de formulación, mas no de contenido. Pero, por otra parte, la norma o imperativo no afirma nada, sino que expresa un deseo; por tanto, es inútil agotar argumentos para probar su verdad o falsedad: tanto el juicio de valor como el imperativo o norma no son ni verdaderos ni falsos. La Axiología, como ciencia, jamás podrá constituirse sobre tan efímera base, pues sus juicios no son verificables, careciendo así de significado.

Parecida postura mantiene F. Ayer. Ahora bien, un sentimiento puede ser expresado o afirmado; no es lo mismo afirmar que expresar un sentimiento. Así, la enunciación de un juicio ético no es afirmación, sino expresión de un sentimiento, lo cual, a su vez, ni es verdadera ni falsa. El subjetivismo desconocería esta distinción, ya que el juicio de valor no sería más que la afirmación de la existencia de un sentimiento. Pero en tal caso el juicio es verdadero o falso: o es cierto o no que el sujeto tiene el sentimiento que afirma. Decir que una cosa es buena o correcta no equivale a decir que merece la aprobación general, ya que se aprueban muchas acciones malas o incorrectas. El hombre que aprueba lo malo no se contradice. Entonces, si un juicio de valor no implica una proposición o afirmación jamás habrá proposiciones axiológicas contradictorias. Únicamente cabe la posibilidad de juicios de valor si previamente admitimos todos una tabla de valores. Con arreglo a esa tabla se podrá discutir ulteriormente si un hecho encaja o no en su ámbito. Pero quien no esté de acuerdo con nuestra tabla de valores jamás podrá ser convencido de la verdad o falsedad de su postura. Al no poderse determinar la falsedad o verdad de los juicios de valor ya que no afirman nada, debemos concluir que no significan nada. La Ética no tiene posibilidad alguna. Sólo la Psicología estudiará las reacciones y sentimientos que tales juicios expresan o provocan.

En esto coincide con Ayer B. Russell, ya que la cuestión de los valores está fuera del dominio del conocimiento, siendo además mera expresión de nuestros sentimientos. La idea de lo bueno y de lo malo está conectada siempre al deseo (bueno=deseado; malo=evitado). La Ética quiere dar significación universal a ciertos deseos personales. Ahora bien, decir «esto es bueno» no es lo mismo que decir «esto es cuadrado». Con el predicado «bueno» se enuncia sólo un deseo; mientras que con el predicado «cuadrado» se enuncia algo objetivo. Jamás podrá discutirse sobre la verdad o la falsedad del predicado «bueno». Russell  afirma expresamente que su doctrina es una forma de la subjetividad de los valores. Para él no es posible encontrar argumentos para probar que algo tenga un valor intrínseco. No obstante, parece contradecirse en su postura, cuando afirma que nuestra vida tiene que guiarse por grandes deseos impersonales y .generosos. Pero esto es ya postular una escala objetiva de valores, de modo que el hombre tiene que obrar por razón de los más altos jerárquicamente.

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3. El objetivismo axiológico

Al despertar el idealismo en el s. XIX bajo la forma de kantismo surgieron principalmente dos escuelas fieles al espíritu de Kant: la escuela logicista de Marburgo y la escuela axiológica de Baden. Esta última, representada por W. Windelband y H. Rickert, impulsó notablemente el estudio del valor.

W. Windelband (m. 1915) depende también de Lotze. Partiendo del método trascendental kantiano, sostiene que la filosofía consiste en el análisis de las condiciones lógicas del conocimiento y de la volición. Es, por tanto, conceptualista, negando la existencia de la intuición intelectual: el entendimiento es sólo una facultad de síntesis, al construir el todo a base de sus partes. Con esto aboca al idealismo gnoseológico, haciendo consistir el conocimiento en una creación del objeto y no en una captación del mismo. A pesar de su idealismo, no es totalmente racionalista, y reconoce la presencia de un elemento irracional en la realidad: el fundamento del ser objetivo no son las leyes lógicas como en la Escuela de Marburgo, sino las leyes axiológicas. Ahora bien, más allá de la «conciencia en general» no hay nada. ¿Cómo son entonces verdaderos y objetivos los juicios basados en realidades inmanentes? En tales juicios se da la presencia de valores trascendentales, los cuales no hacen referencia al ser, sino al deber ser. El juicio es verdadero cuando corresponde a un deber ser trascendental. Los valores figuran como el fundamento del ser, y son independientes de la razón y de la conciencia: se imponen. Por eso, los valores no son relativos, puesto que su validez es absoluta. El valor aparece a la conciencia en la forma de un objeto eterno, al que no corresponde realidad alguna en nuestra conciencia. La filosofía es, así, «ciencia crítica de los valores universales». Estas leyes inmanentes, inmutables y eternas, no existen, sino que valen, y son de tres clases: valores de verdad (en el pensamiento), valores morales (en el querer y obrar) y valores estéticos (en el sentimiento).

H. Rickert (m. 1936) sigue la línea trazada por Windelband: el valor no pertenece a la esfera del sujeto, sino a la del objeto. Ahora bien, este objeto no tiene realidad, como la tiene el objeto de una experiencia sensible, sino que constituye un «tercer reino». Es decir, entre el reino de la realidad y el de los valores no es posible una relación si no es a través de una esfera diferente de ambas. Ese «tercer reino» está constituido por relaciones, llamadas por Rickert «formaciones de sentido» (Sinngebilde). La cultura es el reino de las formaciones de sentido.

Alejado del kantismo, el objetivismo axiológico ha tenido sus representantes más destacados en el círculo de la Fenomenología. Siguiendo el método fenomenológico de Husserl, Max Scheler dio el mejor impulso a la Axiología en su obra El formalismo en la ética y la ética material de los valores. Scheler está de acuerdo con Kant en rechazar la «ética de bienes», pero esto no tendría que llevar a una aceptación de la «ética del imperativo categórico». Hay que distinguir entre bienes y valores. Así como podemos hablar del eidos o esencia del color rojo, sin tener en cuenta que exista o no fácticamente en una cosa roja, también hay valores como esencias, prescindiendo de que existan o no bienes portadores de tales valores. El hombre puede intuir la esencia de un valor, el cual es independiente de su realización fáctica en la forma de bienes (o «cosas valiosas»). La intuición de los valores es independiente de la empiría. La ética no puede suponer bienes o cosas (en esto da la razón a Kant), mas también tiene que basarse en un contenido determinado (con lo cual se hace material y se enfrenta a la ética de Kant). Además la jerarquía de los valores es a priori y en esto concuerda con Kant; pero las leyes esenciales que regulan las relaciones entre valores no son de índole formal ni indeterminadas en su contenido. Por tanto, se precisa una ética material. Es decir, Kant confundió lo a priori con lo formal; para Scheler esto es imperdonable. Mas Kant cometió un segundo error: confundió lo a priori con lo racional. En verdad, los valores no son captados por la razón, sino por el sentimiento. La razón capta las esencias significativas lógicas. En el querer se establece una relación con el mundo concreto; pero el sentimiento nos abre a las esencias alógicas o valores sin ser una experiencia empírica. Para Scheler, todo acto que realiza un valor debe ser definido precisamente como manifestación de una persona. El verdadero soporte de los valores morales es la persona humana y sólo ella puede ser buena o mala. De ahí el personalismo de la Axiología scheleriana.

Nicolai Hartmann sigue una línea paralela a la de Scheler. Pero considera únicamente la persona individual, rechazando el concepto de persona colectiva o divina: hay que sacrificar la relación a la ética, ya que la dignidad de la persona humana consiste en transformar el deber ser (axiológico) y deber obrar (ontológico). Los valores morales constituyen un reino axiológico independiente: la persona humana es mediadora entre el orden de los valores y el de la realidad. Los valores son como afirma también Scheler esencias irracionales, estando la norma y el deber fundados en el ser independiente de los valores. No hay una prioridad del deber respecto de los valores, sino que el valor precede al deber y lo condiciona. Los valores poseen el carácter de esencias originales, independientes de la representación y del deseo. Son objetos ideales, aprehensibles en una visión intuitiva a priori, independiente de toda experiencia. Hartmann se vincula así a la teoría platónica de las ideas: «En cuanto a su modo de ser, los valores son ideas platónicas. Forman parte de ese otro reino del ser, descubierto por Platón, aprehensibles por intuición espiritual, aunque no visibles con los ojos ni palpables con las manos» (Ethik, Berlín 1926, 108).

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4. Determinación sistemática del valor

Definir el valor, resumiendo o sintetizando de algún modo las ideas expuestas por los autores mencionados es tarea ardua. Ensayémosla en cortas proposiciones:

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1) Peculiaridad del valor

Valer y ser no se identifican en el proceso de la percepción humana. Percibimos muchas cosas que son, pero no por ello juzgamos que valen, más aún, nos dejan indiferentes. El valor es aquello que saca al sujeto de su indiferencia frente al objeto; por eso, el valor se funda en la preferibilidad. El valor es no-indiferencia. Cuando decimos que algo vale, no afirmamos directamente algo sobre su ser, pues sólo nos referimos a su no-indiferencia. La no-indiferencia es la esencia del valor. La cosa que vale no es más o menos que la cosa que no vale. Tener valor no significa directamente tener más o menos realidad, sino no ser indiferente. Es precisamente esta característica del valor lo que va a plantear el problema central de la Axiología, y lo que va a permitir que se escinda según los presupuestos metafísicos de los diversos autores, dando lugar a una Axiología subjetivista, si lo reduce todo al sujeto; a una Axiología idealista, si no funda el valor en la idea; a una Axiología realista, que ponga de manifiesto que la Axiología no puede estar cerrada en sí misma, sino abierta a la ontología, ya que el valor se funda en el ser. En los puntos que siguen procederemos de una manera más bien descriptiva, y siguiendo sobre todo a Scheler y a Hartmann, aunque reformulando algunas de sus expresiones, y dejando para luego (v. 5) el planteamiento del tema ontológico.

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2) El valor no es captado por una razón pura

No se percibe el valor (la bondad, la amistad, la generosidad, la belleza) por la vía de un silogismo deductivo, sino de una manera inmediata en la que la capacidad emocional de la persona se ve afectada. Hay un «orden del corazón» (Pascal) paralelo al «orden de la razón». No obstante el percibir sentimental de un valor está dado este mismo valor con distinción de su sentir y, por consiguiente, la desaparición del percibir sentimental no suprime el valor. Aunque no captados por deducción, no por eso los valores forman un orden caprichoso y caótico. El percibir sentimental no está unido exteriormente al objeto, ni aun de modo mediato a través de una representación o a través de un signo, como si el objeto fuera signo de algo más profundo. Captamos inmediatamente los valores por medio de las vivencias emocionales (preferir y postergar). N. Hartmann extrema en el distinguir la esfera lógica y la esfera emotiva; esta última es llamada por Ortega y Gasset estimativa, una expresión que, a mi modo de ver, permite vincular el acto emocional a la razón práctica, o mejor, a una razón empujada por la voluntad. No es la voluntad pura la que capta el valor, sino la voluntad que quiere el bien y, queriéndolo, es soprendida por un bien que el conocimiento le proporciona.

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3) El valor es objetivo

Ya vimos cómo Scheler rechaza las doctrinas axiológicas subjetivistas. El fundamento del valor no es el agrado o desagrado que desencadena. El mismo hecho de que podamos discutir sobre los valores, supone que en la base de la discusión estamos profundamente convencidos de que son objetivos. Los valores se descubren, como se descubren también las verdades científicas. Hartmann es contundente a este respecto: los actos emotivos tropiezan con algo que nos insta irresistiblemente. No es que lo deseable tenga valor, sino que es deseable lo valioso. Y ya decía Scheler que la desaparición del percibir sentimental no suprime el ser del valor. Cuando se descubre un valor no es que antes no hubiera valor y ahora lo hay, sino que antes todavía no era intuido y ahora lo es.

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4) Los valores son esencias o eidos

Quiere esto decir que los valores son independientes de las experiencias en que están inmersos. Esta esencia puede ser realizada por medio de la existencia, pero su modo específico de consistencia no se modifica por el modificarse de sus realizaciones existenciales (N. Hartmann). Los valores son esencias «eternas e inmensas», por abarcar el espacio y el tiempo. No es que los valores sean errantes fantasmas, pues más bien son espacial y temporalmente omnipresentes: no valen aquí o allí, antes o después; simplemente valen. Además san esencias «absolutas e inmutables»: la traición de mi amigo no altera el valor de la amistad; los valores no cambian. Son absolutos: no están condicionados por ningún hecho de naturaleza histórica, social, biológica o individual. Lo que vale una vez, vale siempre y de un modo uniforme: no valdrá más para unos que para otros.

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5) El valor no es una relación, sino una cualidad

Es preciso distinguir entre el valor en sí y el valor para nosotros. Si hubiera valor sólo para algunos, entonces estarían constitutivamente en relación con el tiempo y con el espacio, cosa que ya hemos excluido. Antes de Newton ya existía la ley de la gravitación. Del mismo modo, sólo hay una relatividad en el modo de conocer los valores, pero jamás en el mismo valor como tal. Percibir un valor no es crearlo, sino descubrirlo. Los valores poseen independencia objetiva e independencia subjetiva. La belleza es independiente del cuadro, de la estatua o de los colores: el cuadro o la estatua poseen el valor de lo bello, que los trasciende y los antecede. Los valores son extraños a la cantidad: no se puede decir que un cuadro es tantas veces bello, ni se puede contar o dividir la belleza en unidades. Los valores son también subjetivamente independientes; aunque nunca se hubiera juzgado que el asesinato era malo, hubiera continuado siendo malo.

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6) El valor no tiene sustantividad propia

Los valores radican en los seres y el hombre no percibe el valor sino en los seres concretos, haciendo referencia al ser y expresándose como un predicado del ser. Aquí volvemos a encontrar en toda su pujanza la distinción entre una Axiología realista y una idealista: la primera reconocerá ese hecho con toda su fuerza; la segunda no acaba de asumirlo del todo y empleará expresiones como «los valores están adheridos a los seres», «depositados en ellos», etcétera.

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7) Polaridad de los valores

El valor consiste en la no-indiferencia, es decir, en su capacidad de sacarnos de la indiferencia. Esto supone un punto inicial de indiferencia y algo no-indiferente que se aleja de ese punto. Hay dos modos de alejarse de ese punto de indiferencia: uno positivo y otro negativo. Por eso, el valor tiene polaridad: un polo positivo y un polo negativo. La provocación de la no-indiferencia puede suceder por atracción o por aversión. Todo valor tiene su contravalor, a lo bueno se contrapone lo malo; a la belleza se contrapone la fealdad, etc.

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8) Jerarquía de los valores

Hay una multitud de valores como modos de no-indiferencia. El valor debe tener constitutivamente no-indiferencia. También los valores en sus relaciones mutuas poseen esa no-indiferencia. Esta no-indiferencia respectiva es el fundamento de su jerarquía. Según Scheler, los valores mantienen una relación jerárquica a priori, pues la jerarquía cuyo fundamento es la correlación de los valores en orden a la no-indiferencia reside en la esencia misma de los valores. Scheler da cinco criterios para determinar la jerarquía axiológica: l° Extensión: los valores más inferiores son esencialmente fugaces, mientras que los superiores son eternos; las grandes obras literarias persisten a través del tiempo. 2° Divisibilidad: un valor tiene mayor rango cuando menos divisible es; un trozo de pan vale el doble que la mitad de ese trozo; pero la mitad del cuadro Las Meninas no corresponde a la mitad de su valor total. 3° Fundamentación: cuando un valor fundamenta a otro es más alto que éste. Lo agradable se funda en lo vital; y todos los valores se fundamentan en los religiosos. 4° Profundidad de satisfacción: Satisfacción no es placer, sino vivencia del cumplimiento de una intención hacia un valor cuando aparece éste. Profundidad no es grado de satisfacción; la satisfacción es tanto más profunda cuanto menos ligada está al percibir sentimental de otro valor. 5° Relatividad: no se trata de un subjetivismo; el valor de lo agradable es relativo a un ser dotado de sentimiento sensible; los valores absolutos son aquellos que no dicen relación a la sensibilidad o á la vida.

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9) Clasificación de los valores

Uno de los esfuerzos más gratos a la Axiología consistió en encontrar una escala de valores con que indicar su mutua correlación, según el modo que tienen de sacarnos de la indiferencia. El valor supremo es aquel que dista más que ningún otro del punto inicial de indiferencia. Ortega y Gasset, inspirándose en las investigaciones de Scheler y Hartmann, propone una escala de valores, según jerarquía y polaridad, que transcribimos: Útiles (caro-barato; ordinario-extraordinario), Vitales (noble-vulgar; sano-enfermo; fuerte-débil; vida-muerte), Intelectuales (conocimiento-error; evidente-probable), Morales (bueno-malo; justo-injusto), Estéticos (bello-feo; sublime-ridículo) y Religiosos (sagrado-profano; divino-demoníaco). A la vista de esta escala podemos apreciar que se nos impone renunciar a un valor de belleza o de salud antes que hollar un valor religioso. Finalmente, y por lo que respecta al carácter positivo o negativo del valor, añadiremos que el valor positivo es aquel que debe mover al sujeto por su atracción; el valor negativo debe mover al sujeto por su repulsión. Lotze y Brentano formulan la siguiente tesis al respecto: La existencia del valor positivo es un valor positivo; la existencia del valor negativo es un valor negativo; la no-existencia del valor negativo es un valor positivo; la no-existencia del valor positivo es un valor negativo.

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5. Entrada de la Axiología en el ámbito de la Ontología

En Francia, L. Lavelle y R. Le Senne consideran la Axiología como una profundización de la Ontología misma. En España, J. Zaragüeta se pronunció también en este mismo sentido. En Alemania, J. von Rintelen identifica el valor con el concepto afín al tomista de bien, que, como se sabe, es uno de los trascendentales del ser justamente la posible entrada de la Axiología en el ámbito de la Ontología tendrá lugar únicamente en el ámbito de la bondad trascendental, como unánimemente lo ha reconocido el neotomismo. Pero es preciso aclarar este punto. Acerca de la distinción que la Axiología hace entre el bien y el valor, convendrá tener presentes algunos puntos:

1) El bien es el ente concreto dotado de bondad. En este caso, el bien es lo valioso, o lo que es soporte de valor; el valor es la bondad misma tomada abstracta o formalmente (la valiosidad), en virtud de la cual el ente se hace bueno.

2) El bien se dice también del bien óntico, no atrapado todavía por la tendencia expresamente activa. El valor, en cambio, coincide con el bien realizado por la tendencia espiritual. Hablando más exactamente, el bien realizado presenta un doble aspecto (que se corresponde analógicamente con un aspecto objetivo y subjetivo). El aspecto objetivo es el bien realizado o aquello que es realizado (contenido de valor) y en cuanto que es realizado; el aspecto subjetivo es la misma realización del bien, como el modo en que la tendencia consigue y realiza el bien (valoración). Así tenemos el valor tomado objetivamente, por cuanto es realizado, y el valor tomado subjetivamente, en virtud del cual es realizado. Los valores tomados subjetivamente son los actos de amor, reverencia, fidelidad, pureza, etc., por los cuales se manifiestan y realizan los valores tomados objetivamente, dándoles una respuesta adecuada.

Esta segunda consideración del bien y del valor toca más directamente los puntos esenciales de la Axiología. Casi ningún axiólogo mira al bien óntico, fijándose en el valor y atendiendo especialmente al valor tomado subjetivamente, como en el caso de Scheler. El valor no coincide de un modo tan inmediato y manifiesto con el ente como el bien óntico; por eso, es comprensible su esfuerzo por separarlo de la esfera del ser. Pero si estudiamos el problema más profundamente, puede evitarse esa separación. El valor a la vez subjetiva y objetivamente tomado se fundamenta en el bien óntico: el valor tomado objetivamente es el mismo bien óntico realizado en acto; el valor tomado subjetivamente da la respuesta correspondiente al bien óntico, ya que está determinado por éste: el valor subjetivo es el bien óntico transportado y elevado al modo del sujeto apetente. Por tanto, no sólo el bien óntico se convierte o identifica relativamente con el ser, sino también el bien realizado, como lo manifestativo con lo manifestado.

3) Decimos que el ser tiene bondad en cuanto enfocamos la perfección que el ser tiene en sí, o sea, la plenitud tenida por él; pero decimos que un ser tiene valor cuando enfocamos su conveniencia a otro ser en determinadas circunstancias. Desde esta perspectiva, el valor se fundamenta en el bien, pero sólo puede ser definido atendiendo a las circunstancias determinadas; p. ej., un tesoro cuantioso es de suyo un bien mayor que un barril de agua; mas para el hombre que jadea sediento en un desierto tiene más valor ese barril de agua que el tesoro. Esta distinción muestra la peculiaridad del tema del valor a la vez que pone de manifiesto la necesidad de vincularlo al bien.

La Axiología tal y como se desarrolla sobre todo en Scheler y Hartmann supone una superación del subjetivismo axiológico y del psicologismo, pero si no se abre a una fundamentación metafísica del valor corre el riesgo de caer en el idealismo o de colocar lo axiológico en un reino de ideas platónicas.

Quien admita la Axiología en un sentido no-ontológico se encuentra en la misma situación del que quiere buscar casa en una ciudad donde impera una gran necesidad de viviendas. Si alguien le propone la adquisición de una casa muy valiosa, con lujosos salones y jardines, a un precio ridículo, nuestro hombre saltará de gozo. Pero caerá descorazonado tan pronto como le aclaremos que, aun siendo la casa de un valor incomparable, le falta un leve detalle: que no tiene ser. Lo mismo puede decirse de los valores alimenticios, estéticos o sociales. Aquí no se trata de una cosa concreta, llámese comida o casa, sino del valor de esos bienes, de la bonitas de estos bona. Al valor de estos bienes pertenece necesariamente o bien su ser-actual o bien su ser-posible como fundamento ontológico. El valor está vinculado indisolublemente al ser. Esto tiene su vigencia no sólo para valores de cosas, sino, y especialmente, para valores morales. El deber es siempre un deber-ser, del mismo modo que el ser-posible es ser por su relación al ser-actual.

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BIBL.: XIII Congreso internacional de filosofia, Symposium sobre Derecho natural y Axiología y Symposium sobre valor in genere y valores específicos, México 1963; R. S. Hartmann, La estructura del valor. Fundamentos de la axiología científica. México 1959; I. Hessen, Tratado de filosofía, II, Teoría de los valores, Buenos Aires 1951; A. Linares Herrera, Elementos para una crítica de la filosofía de los valores, Madrid 1949; M. Scheler, Ética, Buenos Aires 1948; F. Orestano, Los valores humanos, Buenos Aires 1947; J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, en Obras Completas, VI, Madrid 1946; I. Zaragüeta, El lenguaje estimativo y el valor de los seres, en El Lenguaje y la Filosofía, Madrid 1945; A. Stern, La filosofía de los valores, México 1944 A. Messer, La estimativa o la filosofía de los valores en la actualidad, Madrid 1932.